Entender el por qué de las actitudes y conductas más allá de
la voluntad de cada persona. Comprender los mecanismos mentales que operan en
nuestras relaciones humanas más cotidianas. De eso trata este importante artículo
del teólogo brasileño Leonardo Boff. Un aporte muy valioso para llegar a
conocer los hilos invisibles de la conducta humana, condicionada por la compra y
la venta... de todo. (Jesús Hubert)
El tiempo de la Gran Transformación y de la Corrupción
General
2014-01-24
Normalmente las sociedades se asientan sobre el siguiente
trípode: la economía, que garantiza la base material de la vida humana para que
sea buena y decente; la política, por la cual se distribuye el poder y se
organizan las instituciones que hacen funcionar la convivencia social; y la
ética, que establece los valores y normas que rigen los comportamientos humanos
para que haya justicia y paz y para que se resuelvan los conflictos sin
recurrir a la violencia. Generalmente la ética viene acompañada de un aura
espiritual que responde por el sentido último de la vida y del universo,
exigencias siempre presentes en la agenda humana.
Estas instancias se entrelazan en una sociedad funcional,
pero siempre en este orden: la economía obedece a la política y la política se
somete a la ética.
Pero a partir de la revolución industrial en el siglo XIX,
más exactamente a partir de 1834en Inglaterra, la economía empezó a despegarse
de la política y a soterrar a la ética. Surgió una economía de mercado de forma
que todo el sistema económico fuese dirigido y controlado solamente por el
mercado libre de cualquier control o de un límite ético.
La marca registrada de este mercado no es la cooperación
sino la competición, que va más allá de la economía e impregna todas las
relaciones humanas. Pero ahora se creó, al decir Karl Polanyi, «un nuevo credo
totalmente materialista que creía que todos los problemas podrían resolverse
con una cantidad ilimitada de bienes materiales» (La Gran Transformación,
Campus 2000, p. 58). Este credo es asumido todavía hoy con fervor religioso por
la mayoría de los economistas del sistema imperante y, en general, por las
políticas públicas.
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A partir de ese momento, la economía iba a funcionar como el
único eje articulador de todas las instancias sociales. Todo iba a pasar por la
economía, concretamente, por el PIB. Quien estudió en detalle este proceso fue
el filósofo e historiador de la economía antes mencionado, Karl Polanyi
(1866-1964), de ascendencia húngara y judía y más tarde convertido al
cristianismo de vertiente calvinista. Nacido en Viena, desarrolló su actividad
en Inglaterra y después, bajo la presión macarthista, entre Toronto en Canadá y
la Universidad de Columbia en Estados Unidos. El demostró que «en vez de estar
la economía embutida en las relaciones sociales, son las relaciones sociales
las que están embutidas en el sistema económico» (p. 77). Entonces ocurrió lo
que él llama La Gran Transformación: de una economía de mercado se pasó a una
sociedad de mercado.
Como consecuencia nació un nuevo sistema social, nunca
habido antes, donde no existe la sociedad, solo los individuos compitiendo
entre sí, cosa que Reagan y Thatcher van a repetir hasta la saciedad. Todo
cambió, pues todo, realmente todo, se vuelve mercancía. Cualquier bien será
llevado al mercado para ser negociado con vistas al lucro individual: productos
naturales, manufacturados, cosas sagradas ligadas directamente a la vida como
el agua potable, las semillas, los suelos, los órganos humanos. Polanyi no deja
de anotar que todo esto es «contrario a la sustancia humana y natural de las
sociedades». Pero fue lo que triunfó, especialmente en la posguerra. El mercado
es «un elemento útil, pero subordinado a una comunidad democrática» dice
Polanyi. El pensador está en la base de la «democracia económica».
Aquí cabe recordar las palabras proféticas de Karl Marx en La
miseria de la filosofía, 1847: «Llegó, en fin, un tiempo en que todo lo que los
hombres habían considerado inalienable se volvió objeto de cambio, de tráfico y
podía venderse. El tiempo en que las propias cosas que hasta entonces eran
co-participadas pero jamás cambiadas; dadas, pero jamás vendidas; adquiridas
pero jamás compradas –virtud, amor, opinión, ciencia, conciencia etc.– en que
todo pasó al comercio. El tiempo de la corrupción general, de la venalidad
universal, o para hablar en términos de economía política, el tiempo en que
cualquier cosa, moral o física, una vez vuelta valor venal es llevada al
mercado para recibir un precio, en su más justo valor».
Los efectos socioambientales desastrosos de esa
mercantilización de todo, los estamos sintiendo hoy por el caos ecológico de la
Tierra. Tenemos que repensar el lugar de la economía en el conjunto de la vida
humana, especialmente frente a los límites de la Tierra. El individualismo más
feroz, la acumulación obsesiva e ilimitada debilita aquellos valores sin los
cuales ninguna sociedad puede considerarse humana: la cooperación, el cuidado
de unos a otros, el amor y la veneración por la Madre Tierra y la escucha de la
conciencia que nos incita para bien de todos.
Cuando una sociedad como la nuestra, entorpecida por culpa
de su craso materialismo, se vuelve incapaz de sentir al otro como otro,
solamente como eventual productor y consumidor, está cavando su propio abismo.
Lo que dijo Chomsky hace días en Grecia (22/12/2013) vale como llamada de
alerta: «quienes lideran la corrida hacia el precipicio son las sociedades más
ricas y poderosas, con incomparables ventajas como Estados Unidos y Canadá.
Esta es la loca racionalidad de la ‘democracia capitalista’ realmente
existente.”
Ahora cabe aplicar el There is no Alternative (TINA): No hay
alternativa: o mudamos o pereceremos porque nuestros bienes materiales no nos
salvarán. Es el precio letal por haber entregado nuestro destino la dictadura
de la economía transformada en un “dios salvador” de todos los problemas.
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