El Perú resurge preguntándose...por qué...cómo..hacia dónde... |
Siempre me había preguntado por qué en un país, como el Perú,
tan estudiado desde todos sus ángulos por los científicos sociales, no surgía
una visión unificadora que pudiese servir de base a un proyecto político
que apunte certeramente a un cambio de fondo en la sociedad peruana.
Hoy, que los jóvenes nos han sacudido con su
victoria contra la llamada “Ley Pulpín” y con su reencuentro, vivo y
militante con la historia, consideramos oportunísimo reproducir este artículo del historiador
Rolando Rojas, en la revista ARGUMENTOS, del Instituto de Estudios Peruanos,
quien lucidamente da respuesta a la interrogante que menciono al principio de
la nota.
Nuevos vientos soplan también en la historiografía peruana y
en las ciencias sociales; pongámonos en marcha hacia esos nuevos horizontes(Jesús Hubert).
A FAVOR DE LA REHISTORIZACIÓN DE LAS CIENCIAS SOCIALES
Quisiera empezar llamando la atención acerca del reciente
debate en torno a la mesa “Racismo y desigualdad en la historia del Perú”, así
como sobre el concurso “Narra la independencia desde tu pueblo”, en relación
con la coincidencia del reclamo de los historiadores: desde los otros predios
disciplinares se estaría reflexionando sin conocer exhaustivamente los avances
de la investigación histórica de las últimas dos décadas.1 Creo que este
reclamo expresa un tema de fondo sobre el cual vale la pena detenernos: el
divorcio entre la Historia y las ciencias sociales, o lo que puede llamarse
como la “deshistorización” de las ciencias sociales. Claro que así como el
gremio de historiadores reclama que las otras ciencias sociales leen poco de
historia, también puede decirse que los historiadores intervienen escasamente
en el debate de los problemas de actualidad.
Así, el problema refiere un doble movimiento centrífugo. Por
un lado, el retraimiento de las ciencias sociales en el presente como un tiempo
autorreferencial, que se explica por sí mismo. Por otro lado, el
enclaustramiento de los historiadores en el pasado, casi como una disciplina
especializada en auscultar y analizar ciertos periodos históricos. En este
artículo propongo que esta situación se configuró en la década de 1990, y
canceló el periodo de diálogo interdisciplinar entre la Historia y las ciencias
sociales, el cual, si bien fue algo inestable, caracterizó los años sesenta,
setenta y ochenta, cuando los historiadores eran también protagonistas de los
debates de actualidad y cuando las otras disciplinas de las ciencias sociales
incorporaban en sus reflexiones la dimensión histórico-temporal para analizar y
tratar de comprender el curso de los problemas del presente. Empecemos por
situar el periodo de confluencia de la Historia y las ciencias sociales.
La historización de las ciencias sociales
Alberto Flores Galindo señaló en alguna parte que el Perú,
debido a la densidad de su pasado y al peso de lo andino, no podía entenderse
seriamente prescindiendo de la Historia. Esta idea, en realidad, era compartida
por la comunidad de las ciencias sociales en las décadas de 1960, 1970 y 1980
del siglo XX, cuando la disciplina histórica y los historiadores eran voces
destacadas de los debates sobre los problemas nacionales. Pablo Macera, para
ilustrar con un ejemplo, fue uno de los historiadores más mediáticos de
aquellas décadas. Considerado por los medios de prensa como el “oráculo” y la
“consciencia crítica” del Perú, ejercía de analista de la coyuntura política y
de proveedor de frases lapidarias sobre el porvenir de la sociedad peruana. Sus
análisis sobre las reformas velasquistas, acerca del segundo gobierno de
Fernando Belaunde y sobre el primer Alan García pueden leerse —me parece que
todavía con provecho— en las entrevistas reunidas en su libro Las furias y las
penas.2
Este reclamo expresa un tema de fondo sobre el cual vale la
pena detenernos: el divorcio entre la Historia y las ciencias sociales, o lo
que puede llamarse como la “deshistorización” de las ciencias sociales.
Heraclio Bonilla es otro caso representativo. Sus librosGuano
y burguesía y Un siglo a la deriva estaban estrechamente vinculados a la agenda
de discusión social y política de los años setenta.3 A Bonilla se debe, entre
otras, la idea del carácter rentista de la burguesía nacional, aquella que en
el siglo XIX habría desaprovechado la oportunidad de industrializar la economía
con la “acumulación originaria” que brindó el negocio del guano. Él también hizo
popular la noción según la cual la clase dominante peruana no era una “clase
dirigente” en el sentido que careció de un proyecto nacional que movilizara a
otros grupos sociales en la modernización de la economía y la construcción de
la nación. En su momento estas ideas contribuyeron a la tesis, cara a los
sectores de la izquierda, de que no había que esperar que ocurriera una
revolución democrático-burguesa; la revolución socialista, de acuerdo con esta
perspectiva, tendría que llevar a cabo las reformas que la burguesía
revolucionaria había realizado en el mundo europeo.
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Por supuesto, en esos tiempos el pasado no era exclusividad
de los historiadores. Sociólogos, antropólogos y literatos incorporaban con
solvencia la dimensión histórico-temporal para entender el presente. El libro
de Julio Cotler, para continuar con los ejemplos, Clases, Estado y nación en el
Perú, considerado un clásico de las ciencias sociales, se remontó al periodo
colonial para captar los significados profundos de las reformas velasquistas,
así como su carácter de ruptura con instituciones y estructuras que tenían
raíces bastante arcaicas.4 Aníbal Quijano, quien reivindicaba que su
metodología era el “análisis histórico-estructural”, es uno de los que mejor
incorporó la dimensión temporal a sus análisis sobre el desarrollo del
capitalismo y de la sociedad peruana. Su libro Imperialismo, clases sociales y
Estado en el Perú 1895-1930 propone la imagen de una sociedad en la que se
articulan varias temporalidades históricas: la reciprocidad andina, la
servidumbre colonial, el trabajo artesanal-mercantil y la empresa capitalista.5
Me atrevería a incluir dentro de los estudios con dimensión temporal al libro
de Martín Tanaka Los espejismos de la democracia, donde la explicación de la
crisis de los partidos y del ascenso de Fujimori aparece en el marco del
contraste de dos décadas: 1980, cuando el juego político está monopolizado por
los partidos políticos clásicos (con ideología, programa y debates internos), y
1990, que corresponde al tiempo de predominio de los “independientes”, cuando
la política se personaliza y pierde institucionalidad.6 No obstante, el libro
de Tanaka constituye una especie de excepción, pues en los años noventa las
ciencias sociales experimentaban un proceso de “deshistorizacion” que escindió
a la Historia del resto de disciplinas de las ciencias sociales.
La deshistorización de las ciencias sociales
Esta deshistorización, como se adelantó, respondió a un
doble movimiento. Por un lado, el abandono de disciplinas, como la sociología y
la ciencia política, de la dimensión histórico-temporal en sus análisis de los
problemas nacionales; y, por otro, el retraimiento de los historiadores, con
sus excepciones, que desvinculó sus estudios de los debates más amplios y
actuales de las otras disciplinas. No es exagerado afirmar que la separación
entre la Historia y las ciencias sociales provocó una especie de
“enclaustramiento temporal”. Mientras que para las disciplinas “no históricas”
el presente resultaba autosuficiente, comprensible por sí mismo, para los
historiadores el pasado se fue convirtiendo en un “periodo autorreferencial”,
una labor de especialistas, casi una posesión del historiador.
Mientras que para las disciplinas “no históricas” el
presente resultaba autosuficiente, comprensible por sí mismo, para los
historiadores el pasado se fue convirtiendo en un “periodo autorreferencial”,
una labor de especialistas, casi una posesión del historiador.
¿Por qué ocurrió esta escisión? El tema demanda un estudio
específico y mayor debate, pero quisiera sugerir cuatro posibles hipótesis. En
primer lugar, el desconcierto que provocó el ascenso de Fujimori en la academia
y la política. Si la Historia había sido clave para entender el velasquismo
como un proceso de cancelación de estructuras arcaicas, las reformas
neoliberales que inició Fujimori parecían no tener antecedentes en el pasado
peruano. Fujimori, en realidad, inauguró un nuevo periodo histórico y acabó con
la “herencia velasquista” (el papel central del Estado en la economía, un discurso
nacionalista-revolucionario y una sociedad movilizada), por lo cual mirar a la
época colonial o el siglo XIX para entender este nuevo escenario no tenía la
misma relevancia que con el caso del velasquismo. No se avanzó mucho en la
comprensión del fujimorismo (con el perdón de mis colegas) comparando a
Fujimori con Leguía. Con cierta razón Hugo Neira criticó el sentido
“historicista” peruano que consistía en explicar el presente remontándose a sus
antecedentes coloniales o prehispánicos; casi a “descubrir el mañana en el
ayer”.7
En segundo lugar, la separación entre la academia y la
política. Fue en buena medida la discusión sobre la crisis del capitalismo y la
posibilidad o no de un cambio social lo que conectó a la historia con la
discusión de las otras disciplinas de las ciencias sociales. Los estudios
históricos sobre el desarrollo del capitalismo y de las clases sociales
despertaban gran interés por sus implicancias en el debate político. Es en este
marco que se abrieron ventanas de oportunidad para historiar los movimientos
campesinos, obreros, barriales y de mujeres que permitían establecer una
tradición de resistencia y movilización en la sociedad peruana. Con la caída
del “socialismo real” y el repliegue de las fuerzas políticas que parecían empujar
el curso de la Historia hacia un nuevo tipo de sociedad, este punto de
convergencia se perdió. Así, la crisis del horizonte utópico de fines de los
años ochenta tuvo un impacto disgregador entre la Historia y las disciplinas
sociales.
En tercer lugar, está la cuestión de la crisis de los
enfoques estructurales y la relevancia que adquirió en los años noventa el
análisis de los “actores”. Mientras que hasta los ochenta los enfoques
estructurales implicaban una perspectiva histórico-temporal y, por tanto, la
necesaria inmersión de la sociología, la antropología y la ciencia política en
la reflexión histórica, la preponderancia que desde los años noventa adquirió
el análisis de coyuntura y de los actores políticos acabó relegando dentro de
las ciencias sociales el estudio de la Historia. Así, el ascenso de Fujimori y
los “independientes” y la necesidad de nuevas perspectivas de análisis
significó un cambio en los instrumentos teóricos y metodológicos que marginó el
enfoque estructural e histórico.
En cuarto lugar y no menos importante, la especialización de
las disciplinas de las ciencias sociales. De una parte, por el propio
desarrollo de los enfoques teórico-metodológicos, que dificultan la adquisición
de varios enfoques disciplinares; y, de otro lado, por la especialización
temática que lleva a que aparezcan especialistas en partidos políticos, en
comunidades andinas o amazónicas, en empresas y conflictos mineros, en historia
de la ciencia, etc.; a lo que se pueden agregar los especialistas en ciertas regiones
y periodos históricos. Si bien esta especialización disciplinar permite
profundizar y recoger material empírico de suma importancia, también ahonda en
la fragmentación.
Ahora bien, resulta, sin embargo, una paradoja que paralela
a la marginalización de la historia, en los años noventa se iniciara una
revolución historiográfica.
La revolución historiográfica
Con revolución historiográfica me refiero a la renovación de
los instrumentos conceptuales y metodológicos, así como a la expansión temática
que ocurre internacionalmente en la disciplina histórica, y que en el Perú se
concretan en el cuestionamiento a las tesis e imágenes que la historiografía de
corte marxista-dependentista construyó y difundió sobre el desarrollo histórico
nacional. Por ejemplo, contra la mencionada tesis de Bonilla sobre la clase
dominante peruana que no logra constituirse como “clase dirigente” ni levantar
un proyecto nacional, tenemos el libro de Carmen Mc Evoy Un proyecto nacional
en el siglo XIX, en el que muestra que en la segunda mitad del XIX emergió un
“proyecto nacional modernizador”, liderado por Manuel Pardo y el Partido Civil.8Este
proyecto habría movilizado, en su enfrentamiento con el caudillismo militar, a
sectores medios y populares para llegar al poder por la vía electoral; es
decir, fue un proyecto con bases multiclasistas. Si bien sus metas educativas y
de integración económica no se cumplieron cabalmente, el carácter nacional del
proyecto civilista (la agregación de intereses y una visión sobre el desarrollo
del país) plantea que el problema no fue la ausencia de un proyecto nacional.
Para continuar con Bonilla, otra de sus célebres
afirmaciones (el silencio impasible de los indígenas y los sectores populares
frente a las guerras de independencia) dio lugar a una de las más fecundas
respuestas de parte de Cecilia Méndez en varios artículos y particularmente en
su libro La república plebeya.9 En él Méndez reconstruye el papel del
campesinado huantino en el proceso de independencia y en las guerras de
caudillos para argumentar acerca del rol protagónico de los campesinos en la
política y la formación del Estado en el siglo XIX. La república plebeya es uno
de los pocos libros que estudia la formación del Estado desde sus márgenes
rurales y capta la complejidad de la política caudillista y su interacción con
el mundo rural indígena. El libro cuestiona la visión tradicional sobre los
pueblos rurales que los presentaba en situación de aislamiento y al margen de
la política nacional, para devolvernos una imagen en la que estos se movilizan
con conciencia del juego político, estableciendo alianzas con los caudillos
nacionales, ejerciendo el gobierno de facto en el ámbito local y, sobre todo,
influyendo en la formación del Estado poscolonial.
Un tercer ejemplo a resaltar es el de Jesús Cosamalón, autor
de Indios detrás de las murallas.10 El libro puede ser leído como una
minuciosa revisión de las partidas de bautizo y de matrimonio de las parroquias
de Santa Ana (Lima) para contradecir la noción de “tensión étnica” con la que Alberto
Flores Galindo explicó que las clases populares no convergieran en un
movimiento alternativo al de las élites limeñas y de los ejércitos libertadores
de San Martín y Bolívar. De acuerdo con Flores Galindo, las contradicciones
sociales y el discurso racista horizontal (entre indios, negros y mestizos)
bloquearon la posibilidad de una confluencia de intereses. Cosamalón, por el
contrario, mostró que estos grupos sociales estaban densamente entrelazados por
relaciones matrimoniales y de compadrazgo. La “tensión étnica”, entonces, era
insuficiente para explicar a cabalidad la ausencia de una revolución social,
aunque también cabía la posibilidad de que se estuviera interrogando mal al
pasado: ¿por qué las clases populares debían converger en un movimiento
revolucionario? Hasta aquí los ejemplos para evidenciar que en la
historiografía se ha producido un cambio importante en las perspectivas y en
las formas de interpretar nuestro proceso histórico.
Esta revolución historiográfica, sin embargo, tiende a concentrarse
en estudios de periodos cortos, lo que ha permitido profundizar en los temas de
investigación, pero dejan pendientes los estudios globales que reúnan y
sinteticen los desarrollos de esta revolución historiográfica en nuevas
narrativas históricas. Y precisamente estas grandes visiones históricas son las
que facilitan el diálogo interdisciplinario y que lleguen a un público amplio.
Comentario final
Decía que lo que caracteriza la situación actual es el
divorcio entre la Historia y las ciencias sociales, pero debemos señalar
también algunos esfuerzos por pensar el pasado desde los problemas del
presente. Es el caso de Cecilia Méndez, quien en sus trabajos sobre el
campesinado ayacuchano del siglo XIX parte de una reflexión sobre el Ayacucho
atravesado por la violencia senderista y las visiones estereotipadas de los
indígenas del informe de Vargas Llosa sobre Ucchuracay. Es también el caso de
Carmen Mc Evoy, quien en La utopía republicana inicia con una reflexión sobre
la crisis de la institucionalidad política de los años noventa para adentrarse
en la historia del Partido Civil y de Manuel Pardo como un intento de construir
institucionalidad democrática en el siglo XIX.
No basta una narrativa global para reanimar la relación
entre la Historia y las ciencias sociales. Es necesario el otro trayecto: que
las otras disciplinas de las ciencias sociales retomen la perspectiva temporal
para el análisis del presente.
Estos esfuerzos, sin embargo, son excepcionales y afincados
en un periodo histórico corto. Todavía no aparecen las narrativas globales de
la historia peruana con un anclaje en los debates político-sociales de la
actualidad. La mencionada revolución historiográfica no ha logrado trascender
la fragmentación temporal. Es muy significativo que Clases, Estado y nación en
el Perú, publicado en 1978, continúe como uno de los libros más vendidos del
IEP. El libro de Carlos Contreras y Marcos Cueto, Historia del Perú
contemporáneo, el de Peter Klaren Nación y sociedad en la historia del Perú y
la reciente Historia mínima del Perú de Carlos Contreras y Marina Zuloaga son
aportes importantes por sintetizar los avances de la investigación histórica.
Pero no basta una narrativa global para reanimar la relación
entre la Historia y las ciencias sociales. Es necesario el otro trayecto: que
las otras disciplinas de las ciencias sociales retomen la perspectiva temporal
para el análisis del presente. Y esto parece una perspectiva posible. Si bien
el énfasis de los años noventa en los actores fue iluminador, pues Fujimori y
los “independientes” aparecían como aniquiladores de la sociedad posoligárquica
y fundadores de un nuevo orden, hoy estos actores se revelan como impotentes
para variar el statu quo neoliberal. Creo que aquí se abre una ventana de
oportunidad para conjugar el análisis de los actores con los enfoques
estructurales e históricos y avanzar en la comprensión de estos casi 25 años de
neoliberalismo.
* Historiador, Investigador del IEP.
Quiero agradecer los comentarios de Marcos Cueto, Raúl Hernández y Mario Meza a
una versión anterior de este artículo. La responsabilidad de lo que aquí se
dice, sin embargo, es exclusivamente del autor.
1 El artículo de Guillermo Rochabrún
(http://revistargumentos.org.pe/vana_pretension.html) y las respuestas de Paulo
Drinot y Nelson Manrique pueden leerse en esta misma revista. El artículo de
Martín Tanaka, las respuestas de Cecilia Méndez y de Juan Carlos Estenssoro,
así como la aclaración de Tanaka, en el blog de este último: http://martintanaka.blogspot.com/
2 Macera, Pablo (1983). Las furias y las penas (entrevistas).
Lima: Mosca Azul Editores.
3 Bonilla, Heraclio (1980). Guano y burguesía en el Perú.
Lima: IEP, 1974; del mismo autor: Un siglo a la deriva. Ensayos sobre el Perú,
Bolivia y la guerra. Lima: IEP, 1980.
4 Cotler, Julio (1978). Clases, Estado y nación en el Perú.
Lima: IEP.
5 Quijano, Aníbal (1978). Imperialismo, clases sociales y
Estado en el Perú, 1890-1930. Lima: Mosca Azul Editores.
6 Tanaka, Martín (1998). Los espejismos de la democracia. El
colapso del sistema de partidos en el Perú. Lima: IEP.
7 Neira, Hugo (1997). Hacia la tercera mitad Perú XVI-XX.
Ensayos de relectura herética. Lima: Sidea,
p. 17.
8 Mc Evoy, Carmen (1994). Un proyecto nacional en el siglo
XIX. Manuel Pardo y su visión del Perú. Lima: PUCP.
9 Méndez, Cecilia (2014). La república plebeya. Huanta y la
formación del Estado peruano, 1820-1850.Lima: IEP.
10 Cosamalón, Jesús (1999). Indios detrás de las murallas.
Matrimonios indígenas y convivencia inter-racial en Santa Ana (Lima,
1795-1820). Lima: PUCP.
Este artículo debe citarse de la siguiente manera:
Rolando Rojas. “A FAVOR DE LA REHISTORIZACIÓN DE LAS
CIENCIAS SOCIALES”. En Revista Argumentos, Edición N° 5, Año 8, Noviembre 2014.
Disponible en http://revistaargumentos.iep.org.pe/articulos/a-favor-de-la-rehistorizacion-de-las-ciencias-sociales/
ISSN 2076-7722
Incluimos también el comentario que aparece debajo del
artículo en la web de la revista Argumentos:
Rommel Plasencia says:
También
podría mencionarse como razones de la posible “deshistorización” de las
ciencias sociales, la auto-censura post-conflicto, pues no era conveniente
“historizar” los movimientos sociales pues se corría el riesgo de dar la razón
a los inspiradores de esos mismos movimientos y por otro lado (pero relacionado
con lo anterior), el incrementos de los fondos de ayuda norteamericanos a las
investigaciones sociales en nuestro continente y del cual el Perú ha sido
particularmente sensible.
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