La violencia es la epidermis de una infección profunda. Los
"tratamientos enérgicos" solo ocultan el foco oculto.
Cuando el mundo se encuentra conmocionado por los
normalistas desaparecidos de Ayotzinapa y ahora mismo por el ataque al
semanario francés 'Charlie Hebdo', vale la pena reflexionar acerca de las
causas y los causantes de que no podamos vivir en paz.
Leamos con atención este importante artículo acerca de lo
que ocurrió en Sri Lanka, un país pobre y olvidado, como muchos de nuestros
pueblos de América Latina (Jesús Hubert)
Sri Lanka luego del conflicto
(1993-2009)
El día después de la guerra
Aunque el Estado logró la
victoria militar, muchas de las causas, políticas y étnicas, que originaron el
enfrentamiento siguen latentes en el país
Sri Lanka es de los casos que
citan los militares sobre cómo acabar una guerra exterminando a las guerrillas,
rechazando cualquier proceso de paz. Y tienen razón en que las guerrillas tamil
fueron derrotadas, pero no lo fueron las causas de la guerra.
La visa de turismo me prohíbe
hacer trabajo periodístico y por eso evito los nombres de mis fuentes. Un líder
me dice “una vez publiques esto, tu nombre entrará a la lista negra y no podrás
venir a comprar té” y se ríe.
Orígenes del conflicto
Sri Lanka es también llamada “la
lágrima de India” por su forma y ubicación. Mi primera impresión es que es
menos caótica que su gigantesco vecino y un poco más amable. Como en otras
guerras, en Sri Lanka la mano colonial creó una élite que se benefició del
poder (hasta 1948) y que luego cayó en desgracia una vez se acabó el régimen colonial.
Los tamil (minoría en Sri Lanka pero mayoría en el norte) fueron literalmente
importados por el Reino Unido desde India y gozaron del apoyo inglés hasta su
partida.
Una vez Sri Lanka se volvió un
país independiente, la mayoría cingalesa impuso su idioma como lengua oficial
para oficinas públicas y universidades. Se fabricó la idea de dos naciones
insistiendo en diferencias étnicas (cingalés y tamil), lingüísticas y hasta
religiosas (budistas e hinduistas). Estas políticas revanchistas contra los tamil
fueron creciendo y esto alimentó su deseo independentista.
Las reivindicaciones de los tamil
buscaban, al comienzo, un modelo federal y solo después optaron por defender un
modelo separatista. Ese cambio de la agenda se acompasó con un cambio en los
métodos: de las marchas pacíficas de los años sesenta, se pasó a la lucha
armada.
No fue una guerra por ser
diferentes, sino la politización de la diferencia por más de 150 años,
alimentada en la idea de que unos tenían más derechos que otros. Un político
tamil lo resumió en una famosa frase: “o bien vamos a tener dos lenguas y un
país o vamos a tener una lengua y dos países”. El profesor Norbert Ropers lo
define como “un conflicto etno-político”.
Y llegó la guerra
Al sur de India hay más de 50
millones de tamiles, algunos de los cuales apoyaron el entrenamiento de los
rebeldes. En 1983 empezó la guerra y mal acabó en 2009. El grupo rebelde más
conocido es el de los Tigres de Liberación de la Tierra Tamil, o simplemente
los Tigres Tamil. El poder de los rebeldes fue tal que contaron con una fuerza
naval y aérea, en buena parte gracias al apoyo soterrado de India.
Los informes coinciden en un
altísimo nivel de violencia contra los civiles. La guerra se intercaló con
intentos de negociación que fracasaban para dar paso a nuevos enfrentamientos
que se prolongaron por décadas, dejando entre 70.000 y 100.000 muertos.
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Muchos fueron obligados a
abandonar sus casas y llegaron a Colombo, la capital, donde una mujer nos
cuenta su historia: “éramos muy pequeños cuando la guerra empezó. Mi mamá
estaba embarazada. Una noche nos dijeron que teníamos que irnos. Sólo
contábamos con la ropa que teníamos puesta y nuestra propia vida. No puedo
decir con palabras por lo que pasamos. Solo después de tres años pudimos
regresar”.
Un hombre mayor, de unos 60 años,
nos cuenta su historia: “llegaron los Tamil y nos quitaron lo poco que teníamos
y lo almacenaron en una escuela. Mi hijo de 8 años les pidió que le devolvieran
la bicicleta y le dijeron que sólo se la devolverían si les daba su vida a
cambio. Nos echaron del pueblo, pero antes tuvimos que darles las llaves de
nuestras casas”. El viejo empezó a llorar y los demás asistentes cambiaron sus
rostros como si de súbito todos recordaran lo peor de la guerra. Y continuó
“nuestros hijos perdieron la educación y nosotros el sustento. Nos
transportaron en camiones de ganado hasta una zona selvática y allí nos
abandonaron”. Los musulmanes fueron uno de los grupos más afectados por los
Tigres Tamil.
El 11 de septiembre ayudó a que
los Tigres Tamil pensaran en la paz. Tras años de guerra y con el apoyo de
Noruega, en 2002 se intentó un proceso de paz que dio lugar a un cese al fuego,
incluyendo una comisión de monitoreo. Esta tregua redujo sustancialmente la
violencia, creó confianza entre las partes y, además, fortaleció a una sociedad
civil comprometida con la paz, me dice un periodista local.
El presidente posesionado en
2005, Mahinda Rajapaksa, no compartía la voluntad de paz y enmarcó el conflicto
en la lógica de la guerra contra el terror. El proceso de paz fue entonces
presentado, me cuenta el periodista, como una traición al país y como la
entrega de Sri Lanka a los rebeldes. En 2008 el gobierno alegó que los rebeldes
habían violado la tregua miles de veces y dio comienzos en 2009 a una
devastadora ofensiva militar.
La sociedad civil envuelta en el
proceso de paz fue víctima de amenazas y persecuciones. Un habitante de la
capital me explicó el “síndrome del carro blanco”: el miedo a desaparecer en
los modelos de carros más comunes, sin que nadie diera más explicación.
La ofensiva final
Ni las negociaciones previas ni
el acompañamiento internacional sirvieron para evitar la opción militar. Los
tamil estaban muy lejos de estar derrotados. En 2009, decenas de miles de
civiles quedaron atrapados en el fuego cruzado y más de 20.000 murieron entre
abril y mayo, alrededor de mil muertos al día, según The Times. El gobierno
reconoció tres años después que por lo menos fueron 8.000 los muertos, entre
ellos el líder de los Tigres Tamil: Vellupillai Prabhakaran.
Sri Lanka siempre ha sido un país
reacio a reconocer violaciones de derechos humanos en su territorio y durante
la ofensiva de 2009 se repitió la negación sistemática. Muchos de los 250.000
civiles desplazados fueron concentrados en campos por meses. Los rebeldes no
fueron menos despiadados, de hecho hay varios informes en su contra por el uso
de población civil como escudos humanos.
Una mujer de unos 40 años dice
que “cuando volvimos en 2010, todo estaba dañado. La selva se había comido todo
y nuestra finca estaba convertida en monte. Seguimos viviendo como pobres, no
nos hemos recobrado de la crisis de la guerra”. Me sorprende como algunos
sonríen recordando su tragedia.
La paz falló por muchas razones,
entre otras porque la agenda de negociación no fue la más precisa y, como
mencionan algunos locales, por el cansancio del acompañamiento internacional.
La campaña logró desarticular el proto-Estado construido por los tamil en los
años previos, arrinconó a los rebeldes y dio muerte a los dirigentes. De hecho,
el presidente que dirigió la ofensiva de 2009 fue reelegido el año siguiente.
Hoy algunas cicatrices de la
guerra siguen pendientes. La respuesta militar acabó con la violencia tamil,
eso es un hecho: los Tigres Tamil perdieron la guerra y el ejército la ganó.
Pero la pregunta sobre el puesto de las minorías religiosas (como los
musulmanes) o étnicas (como los Tamil), sigue esperando una respuesta.
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