Álvaro y Evo: Las razones por qué están juntos |
Los procesos sociales se hacen con decisiones, pero también
con palabras. Cuando estas responden a convicciones probadas y confirmadas con
la vida misma.
Es el caso del Vice Presidente boliviano Álvaro García
Linera, quien hace equipo con el Presidente Evo Morales, también en este su
tercer mandato.
Luego de escuchar su discurso de asunción del mando en el
cual define con gran claridad el carácter socialista-comunitario del proceso
político boliviano, es importante
conocer quién es Álvaro García Linera.
Por ello insertamos tanto el video de su discurso de ayer,
como la nota que publica hoy el diario La Razón, de La Paz. (Jesús Hubert)
Discurso del Vice Presidente boliviano Álvaro García Linera
al asumir su tercer mandato
El marxista que halló su cable a tierra
El amor le cambió la vida a Álvaro García. Le llamaban
‘Petete’ en el colegio. Recibió informes sobre Evo Morales en su etapa de
guerrillero. Aceptó su misión actual ‘por defecto’. Y en su casa, no deja que
otro riegue las plantas.
La Razón (Edición Impresa) / Miguel Gómez / La
Paz
19:18 / 22 de enero de 2015
El amor le cambió de nuevo la vida a Álvaro Marcelo García
Linera desde hace cinco años, lo que coincidió con el inicio de su segundo
mandato en la silla vicepresidencial. Quienes lo conocen aseguran que no
desaprovecha ocasión para “escapar” a su departamento o para “perderse” en
éste, que luce rejuvenecido, que debe gastar mitad de su sueldo en pequeños
detalles... que está enamorado. Y “Claudita” es la única
culpable.
Así llama a su compañera con la que entabló un noviazgo de un año y ocho meses antes de oficializar su relación: Claudia Fernández, la periodista de 26 años con la que se casó el 9 de septiembre de 2012. “Es mi cable a tierra”, confiesa. “Ha significado mi reencuentro con la humanidad sensible... El amor es una fuerza productiva emotiva, pero igual había sido una fuerza productiva intelectual. Eso me encontré con Claudita”, sostiene con un notorio dejo marxista.
Nacido el 19 de octubre de 1962 en Cochabamba, Álvaro es el menor de cuatro hermanos: María del Carmen (1956), Raúl (1958) y Mauricio (1960), quien lo recuerda como travieso, engreído por su simpatía y, sobre todo, el mimado de la casa, por su edad. Goloso al extremo, no deja su afición infantil por los chocolates, los dulces y las galletas; aunque los chocolates blancos ya no son parte de su menú tras haberle ocasionado un ataque a la vesícula biliar.
En Navidad, los dinkies o cochecitos eran sus regalos preferidos. Mauricio relata que eran tan revoltosos, que de noche montaban sus bicicletas y se iban a romper vidrios de oficinas y a “cuquear” (robar) frutos de huertos; eso sí, lejos de su barrio. Aparte, Álvaro era bueno para el básquet y el fútbol, donde destacó como defensor y se ganó el apodo de Villalón, por Víctor Eduardo Villalón, aquel chileno de Wilstermann que se naturalizó y se unió a la selección.
En la adolescencia, su cabello ya comenzó a pintarse de gris por una deficiencia alimentaria. Y su madre, Mary Linera Pareja, quien crió a sus hijos con su trabajo en la Corporación Boliviana de Fomento, los sumergió en la lectura. Así Álvaro conoció a Kant, Gramsci, Nietzsche... leyó cuatro veces El Capital de Karl Marx. “Él le pedía dinero para libros y ella se lo daba; yo se lo pedía para salir con mis amigos y no me daba casi nada”, comenta Mauricio.
Su hermano revela que la baja estatura de Álvaro hasta el último curso de secundaria en el colegio San Agustín, más sus aires de sabiondo, le valieron el mote de Petete. La materia en la que desplegaba su línea marxista era Interdisciplina, que mezclaba opiniones sobre religión, sociología... Mientras sus compañeros entregaban escritos de pocas páginas, él elaboraba pequeñas tesis de hasta 60 hojas. Sin embargo, ni así consiguió un 7 en la asignatura, máximo un 4, por la línea católica de la escuela.
Una de las paradojas de este licenciado en Matemática es que su único aplazo estudiantil fue precisamente en esta materia, en segundo medio. Se fue al desquite por enamoradizo y la reflexión que le hizo su madre le dolió más que un castigo. “Yo he cumplido, pero tú no”, le cuestionó. Se alistó en vacaciones para subsanar su error y en el ínterin conoció al cura Jaime, un holandés que le contagió la fascinación por los números. Y al año siguiente Álvaro ya resolvía problemas de la universidad.
Así llama a su compañera con la que entabló un noviazgo de un año y ocho meses antes de oficializar su relación: Claudia Fernández, la periodista de 26 años con la que se casó el 9 de septiembre de 2012. “Es mi cable a tierra”, confiesa. “Ha significado mi reencuentro con la humanidad sensible... El amor es una fuerza productiva emotiva, pero igual había sido una fuerza productiva intelectual. Eso me encontré con Claudita”, sostiene con un notorio dejo marxista.
Nacido el 19 de octubre de 1962 en Cochabamba, Álvaro es el menor de cuatro hermanos: María del Carmen (1956), Raúl (1958) y Mauricio (1960), quien lo recuerda como travieso, engreído por su simpatía y, sobre todo, el mimado de la casa, por su edad. Goloso al extremo, no deja su afición infantil por los chocolates, los dulces y las galletas; aunque los chocolates blancos ya no son parte de su menú tras haberle ocasionado un ataque a la vesícula biliar.
En Navidad, los dinkies o cochecitos eran sus regalos preferidos. Mauricio relata que eran tan revoltosos, que de noche montaban sus bicicletas y se iban a romper vidrios de oficinas y a “cuquear” (robar) frutos de huertos; eso sí, lejos de su barrio. Aparte, Álvaro era bueno para el básquet y el fútbol, donde destacó como defensor y se ganó el apodo de Villalón, por Víctor Eduardo Villalón, aquel chileno de Wilstermann que se naturalizó y se unió a la selección.
En la adolescencia, su cabello ya comenzó a pintarse de gris por una deficiencia alimentaria. Y su madre, Mary Linera Pareja, quien crió a sus hijos con su trabajo en la Corporación Boliviana de Fomento, los sumergió en la lectura. Así Álvaro conoció a Kant, Gramsci, Nietzsche... leyó cuatro veces El Capital de Karl Marx. “Él le pedía dinero para libros y ella se lo daba; yo se lo pedía para salir con mis amigos y no me daba casi nada”, comenta Mauricio.
Su hermano revela que la baja estatura de Álvaro hasta el último curso de secundaria en el colegio San Agustín, más sus aires de sabiondo, le valieron el mote de Petete. La materia en la que desplegaba su línea marxista era Interdisciplina, que mezclaba opiniones sobre religión, sociología... Mientras sus compañeros entregaban escritos de pocas páginas, él elaboraba pequeñas tesis de hasta 60 hojas. Sin embargo, ni así consiguió un 7 en la asignatura, máximo un 4, por la línea católica de la escuela.
Una de las paradojas de este licenciado en Matemática es que su único aplazo estudiantil fue precisamente en esta materia, en segundo medio. Se fue al desquite por enamoradizo y la reflexión que le hizo su madre le dolió más que un castigo. “Yo he cumplido, pero tú no”, le cuestionó. Se alistó en vacaciones para subsanar su error y en el ínterin conoció al cura Jaime, un holandés que le contagió la fascinación por los números. Y al año siguiente Álvaro ya resolvía problemas de la universidad.
La familia García Linera tenía dos motos en su hogar de la
avenida Juan de la Rosa. La más nueva era utilizada por Mauricio y la más
vieja, por Álvaro, quien siempre llevaba un desarmador para ajustar el
embrague. “Era gracioso, era chiquito, un Petete en moto”, indica Mauricio. Así
dejaron de pedir aventones a los coches, aunque no faltaron las ocasiones en
que el motorizado de Álvaro les jugó una mala pasada y les hizo llegar tarde a
las clases.
Otras imágenes que su hermano atesora en la memoria son las escuadras que armaban con sus soldaditos de plomo, imitando la guerra del ejército francés de Napoleón Bonaparte contra la Séptima Coalición, ocurrida el 18 de junio de 1815. Esta manía les surgió tras quedar encantados con la película La batalla de Waterloo. E igual disfrutaban del juego Monopolio.
Mauricio cuenta que varias veces coincidieron con Álvaro en que quisieran volver a su niñez porque fue bonita, divertida. “Él no cambió, siempre fue alegre”. No es todo. Al Vicepresidente le gusta reencontrarse con sus amigos infantiles y juveniles, reuniones en la que da rienda suelta a anécdotas que le hacen reír hasta llorar, tanto así que en una oportunidad, su equipo de seguridad quiso intervenir cuando lo vio doblarse de risa al salir de la peta de su hermano.
A los 15 años, como “autodidacta del marxismo”, Álvaro ya asistía a los debates impulsados por los partidos políticos, sobre todo los de izquierda, que reclutaban adeptos en unidades educativas y pretendían rearticularse ante la debacle del gobierno de facto de Hugo Banzer Suárez. Afirma que quedó decepcionado por el nivel de las discusiones porque los jóvenes veían a estos eventos como una mera moda, mientras él buscaba algo “más profundo”.
Otras imágenes que su hermano atesora en la memoria son las escuadras que armaban con sus soldaditos de plomo, imitando la guerra del ejército francés de Napoleón Bonaparte contra la Séptima Coalición, ocurrida el 18 de junio de 1815. Esta manía les surgió tras quedar encantados con la película La batalla de Waterloo. E igual disfrutaban del juego Monopolio.
Mauricio cuenta que varias veces coincidieron con Álvaro en que quisieran volver a su niñez porque fue bonita, divertida. “Él no cambió, siempre fue alegre”. No es todo. Al Vicepresidente le gusta reencontrarse con sus amigos infantiles y juveniles, reuniones en la que da rienda suelta a anécdotas que le hacen reír hasta llorar, tanto así que en una oportunidad, su equipo de seguridad quiso intervenir cuando lo vio doblarse de risa al salir de la peta de su hermano.
A los 15 años, como “autodidacta del marxismo”, Álvaro ya asistía a los debates impulsados por los partidos políticos, sobre todo los de izquierda, que reclutaban adeptos en unidades educativas y pretendían rearticularse ante la debacle del gobierno de facto de Hugo Banzer Suárez. Afirma que quedó decepcionado por el nivel de las discusiones porque los jóvenes veían a estos eventos como una mera moda, mientras él buscaba algo “más profundo”.
Fue en 1979 cuando halló su norte, en un cerco a la ciudad de La Paz organizado por la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia liderada por Genaro Flores, que desconoció el poder de la Central Obrera Boliviana de Juan Lechín. Quedó cautivado con la rebelión de indígenas aymaras y se armó una imagen epopéyica de ese “despertar”. Y se interesó por entenderlo; más todavía, se planteó promover la toma del poder por este sector.
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Con su afición por los números elevada a su máxima
expresión, decidió especializarse en matemática en la Universidad Nacional
Autónoma de México. En su viaje se nutrió del discurso de las guerrillas
indígenas campesinas de El Salvador, Guatemala, del movimiento nicaragüense.
Hasta que en 1985 retornó a Bolivia junto a un grupo de amigos, para alistar
una “gran sublevación” ante la caída del gobierno de la Unidad Democrática
Popular (UDP).
Entre ellos estaba Raquel Gutiérrez Aguilar,
matemática y socióloga mexicana que fue su compañera durante 15 años y a quien
considera el “gran amor de una parte de su vida”. Ambos compartían ideales de
rebelión armada. Empezaron a entablar contacto con líderes y bases mineras, y
campesinos que eran parte del Movimiento Indio Túpac Katari (MITKA). Así
consiguió conocer a Felipe Quispe Huanca, quien en los años 90 se hizo llamar
el Mallku.
Las visitas a comunidades del altiplano se tornaron
recurrentes. La misión primordial era que los postulados de Marx y la tesis de
la revolución obrero-indígena, apoyada en las armas, penetre en sus habitantes.
De esta forma nació los “ayllus rojos”, cuya influencia se extendió a Potosí,
Sucre, el Chapare. Álvaro escribió artículos contra los trotskistas, los
comunistas, los maoístas... que repartía en los congresos mineros y campesinos.
Por ello puso a toda la izquierda en su contra.
Sus camaradas elaboraron informes de líderes emergentes
indígenas y campesinos del país. Así Álvaro conoció a Evo Morales Ayma. Sin que
éste lo sepa, se interesó en su vida y su carrera sindical en la Federación de
Carrasco, en el Trópico cochabambino. En 1997 creó el Ejército Guerrillero
Túpac Katari (EGTK), para apoyar militar y organizativamente a la insurgencia
de los indígenas.
Instaló su cuartel general en la provincia Omasuyos. Allí
donde alguna vez dijo que aprendió a amar y a matar, cuando andaba con su
poncho rojo y su fusil Mauser. El gobierno de Jaime Paz Zamora sufrió sus
embates. En 1991, un atentado contra dos torres de alta tensión causó la muerte
de dos guerrilleros por la mala sincronización en el explosivo. Y la prensa de
la época publicó que se planeaba el ataque a las embajadas de Estados Unidos y
de España en La Paz.
Pero en abril de 1992, antes de llevar a cabo ese plan que
se armó como una forma de expresar el rechazo del EGTK al “colonialismo”, en
pleno quinto centenario del descubrimiento de América por parte de Cristóbal
Colón, Álvaro, su pareja, el Mallku y otros 20 insurgentes fueron aprehendidos
bajo los cargos de sublevación y alzamiento armado. Él denuncia que fue
torturado por siete días.
Lo remitieron a la cárcel paceña de máxima seguridad de
Chonchocoro. Permaneció cinco años. Fue liberado por falta de pruebas y sin
proceso de por medio. Postula que en la penitenciaría desplegó su mejor etapa
de reflexión intelectual, con “comida gratis y tiempo”. Leyó más de un millar
de libros y escribió tres, incluido Forma valor y forma comunidad, al cual
considera que lleva el ADN de su pensamiento.
Allí también adquirió un hábito, desde 1993: tomar agua
caliente. Revela que debido a que los reclusos estaban condenados a consumir
agua helada, quedó afectado de la garganta. Y cuando se desarrolló un motín
contra los uniformados, lo que hicieron los reos fue aprovisionarse de calderas
en sus celdas, para hervir el líquido que recorría las cañerías heladas de esa
zona altiplánica.
Álvaro rememora que su apuesta guerrillera le obligó a
quemar las fotos familiares en las que aparecía, para cuidar a sus allegados.
“Robábamos las fotografías de mi madre, de mi hermana. Era parte de nuestra
formación: clandestinidad total, compartimentación total, otro carnet, otro
nombre, cero relaciones con la familia, distancia con amigos”. Por ello existen
muy pocas imágenes de su infancia, de su juventud. “Hay pocas, tal vez
solamente 15”.
Los García Linera asumieron con unidad el encierro de
Álvaro, remarca Mauricio. Hasta que abandonó el penal en 1997, lo que coincidió
con la separación de su compañera. Su autoformación en sociología le permitió
ser catedrático de esta carrera en la Universidad Mayor de San Andrés. Formó el
grupo Comuna, con intelectuales de izquierda. Más aún, sus enseñanzas le
valieron el Premio de Sociología Agustín Cueva, en Ecuador. Y se convirtió un
analista mediático.
Más de una década después de haber seguido a Evo Morales con
informes de Inteligencia de su guerrilla, lo conoció en persona, cuando éste
dirigía a las seis federaciones de cocaleros del Chapare. Fue en los aprestos
de la llamada “guerra del agua” en Cochabamba, en enero de 2000, cuando se veía
venir un zafarrancho por la privatización del abastecimiento de agua municipal
a manos del consorcio transnacional Aguas del Tunari.
En una de las asambleas de las organizaciones sociales que
promovían las movilizaciones, lo saludó y le estrechó la mano derecha. No le
dijo quién era. Y en abril, cuando estalló la protesta por el alza de las
tarifas, Álvaro fue parte de la resistencia y en medio de la lluvia de gases
por la calle Oquendo tuvo su siguiente encuentro con Morales, quien llegó en
compañía de sus bases para la toma de la plaza principal 14 de Septiembre.
Recuerda que el dirigente campesino tenía una pañoleta y
agarraba un poco de sal en las manos, para colocársela en sus ojos y evitar el
efecto de los gases. Los enfrentamientos civiles con las fuerzas del orden se
extendieron hasta el 23 de abril, cuando se expulsó a la firma extranjera. Fue
un triunfo del pueblo cochabambino. Y para Álvaro igual implica la primera
victoria que tuvo al lado de Morales.
Meses más tarde, Morales lo invitó para que dicte una charla
ante los sindicatos de los productores de coca, para hacer una evaluación del
país tras la “guerra del agua”. El Trópico fue el escenario donde cultivaron su
amistad y los cocaleros se convirtieron en objeto de análisis continuo de
Álvaro, quien acudía a las reuniones populares y tomaba apuntes sobre este
sector que es parte de su Sociología de los movimientos sociales en Bolivia, un
libro que contempla más de 500 páginas.
El matemático suministró teoría y directrices ideológicas a
los miembros del Movimiento Al Socialismo (MAS). Más aún, con la colaboración
de su agrupación Comuna, el partido diseñó la propuesta de gobierno con miras a
las elecciones presidenciales de diciembre de 2005. Sin embargo, aquí surge una
interrogante clave: ¿cómo Álvaro se convirtió en el acompañante de fórmula de
Morales? Él remarca que esto ocurrió “por defecto”, que hasta ahora no cree que
lo eligieron para el cargo y que él aceptó.
La principales fichas vicepresidenciables eran José Antonio
Quiroga, sobrino del desaparecido líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz,
y Guillermo Aguilera, mandamás de la Unión de Cañeros Guabirá. La opinión
generalizada de los masistas era que la dupla debía provenir de la clase media,
y mejor si era del oriente. Pero tras varias idas y venidas, coqueteos y
desaires, las negociaciones no llegaron a buen puerto. Y la inquietud cundió en
el frente.
Los asesores de la campaña eran los que más demostraban
preocupación tras las reuniones de evaluación. Y una noche, a pocos meses de
los comicios, Morales tomó la batuta para solucionar el problema. En su
departamento, en el segundo piso de la casa con la casilla 917 de la avenida
Busch, convocó a Álvaro a su dormitorio, con un “quiero hablar un momento
contigo”. Allí le informó que habían dificultades para encontrar a su
acompañante.
Le lanzó la propuesta, sin más anestesia. “¿Cómo verías tú
si eres mi vicepresidenciable?” La pregunta le cayó a Álvaro como un balde de agua
fría. Quedó en shock. Reseña que sonrió y le manifestó a Morales que él no se
imaginaba en la gestión pública, sino en la lucha por un gobierno indígena. Sin
embargo, Morales no cedió en su apuesta e insistió hasta que su amigo dubitó en
la respuesta.
Álvaro elaboró una que no cerró de lleno las puertas a su
candidatura. Le pidió que se siga con el esfuerzo de hallar un
vicepresidenciable; eso sí, le garantizó que si todo fallaba, él asumiría esa
responsabilidad “por defecto”. En ese ínterin, Morales fue ganando adeptos a su
planteamiento. Quienes lo conocen, subrayan que nadie duda de su olfato
político y que ésa no iba a ser la excepción. Fue así que al poco tiempo,
Álvaro tuvo que cumplir su promesa.
Personal que comparte con esta autoridad en el inmueble de
la Vicepresidencia, entre las calles Mercado y Ayacucho, señala que tiene buen
sentido del humor, que habla pausado y es muy raro que levante la voz, y que es
goloso como pocos. Álvaro no se considera “buen diente”, fama que tienen los
cochabambinos; prefiere las comidas húmedas, un majao, un asado en olla. Toma
jugos en el desayuno, almuerza bien y en la cena, opta por yogur y queso
aderezado con dulce.
El ministro de Economía y Finanzas Públicas, Luis Arce,
añade que Álvaro tiene su estilo de gobernar porque le gusta escuchar las
contrapartes. “En algún asunto que le interesa llama a todos los involucrados,
escucha una y otra versión para formar un criterio. Es un estilo más académico
de analizar y enfocar los temas. El presidente Morales es más práctico porque
proviene de la escuela del sindicalismo. Son dos estilos diferentes y se
complementan”.
La organización del también líder de la Asamblea Legislativa
Plurinacional es lo que resalta la masista Betty Tejada, exjefa de la Cámara de
Diputados, quien sostiene que a la hora del refrigerio, Álvaro siempre consumía
un vaso de agua caliente, aparte de té o cuñapés. “Es muy cuidadoso de las
relaciones interpersonales”. Y complementa que a diferencia de otras
autoridades, él maneja su celular para llamar, mensajear o “wasapear” y hacer
consultas.
Su puntualidad es lo que destaca la actual presidenta de la
Cámara de Diputados, Gabriela Montaño (MAS). “Genera reuniones con un ambiente
de reflexión y puntos de vista equilibrados. Alguna vez tuve una diferencia de
criterio con él y me escuchó”. Su sencillez y su carisma es lo que admira la
senadora masista Nélida Sifuentes. “Nos explica con tranquilidad, a diferencia
del presidente Morales, que es más estricto y le gusta ir al grano”.
Ella rememora una sesión congresal que Álvaro dirigió en
2011, pese a que antes le comunicaron el fallecimiento de su padre, Raúl
García, a causa de un paro cardiaco en Santa Cruz. “Siempre nos decía que pese
a que muera el papá o la mamá de alguno de nosotros, primero está la responsabilidad
con el pueblo”. Ese día, tras cumplir con su deber, recién pidió licencia a los
asambleístas.
El ex diputado Andrés Villca (MAS) rescata el interés de
Álvaro por la construcción continua de consensos y comenta que no
desaprovechaba la oportunidad de disfrutar un ají de fideo cuando se declaraba
un cuarto intermedio en los debates. El exsenador masista Efraín Condori dice
que la paciencia es uno de sus dones, mientras que el exdiputado Pascual
Huarachi (MAS) se declara sorprendido porque éste no duerme y menos demuestra
señales de cansancio en las sesiones maratónicas.
Su hermano Mauricio devela que Álvaro no ha perdido su
carácter juguetón. Es un tío que juega con sus sobrinos y se revuelca en el
pasto. Demuestra su cariño a sus allegados, sobre todo a su madre. “Se recuesta
con ella en la cama y se duerme. Siempre hace lo mismo y los hermanos le molestamos
a ella. Le decimos ‘claro, como es el Vicepresidente, es el mimado, ¿no?’ Y
ella siempre nos aclara que todos somos iguales para ella y que la
Vicepresidencia es el trabajo de Álvaro, y listo”.
Mauricio recuerda que desde adolescente, Álvaro siempre tuvo
suerte con las mujeres, por su simpatía. Aunque no tuvo pareja oficial durante
más de una década, desde que con Raquel Gutiérrez optaron por seguir caminos
diferentes en 1997. Hasta que se animó a darse una segunda oportunidad en el
amor y decidió casarse por lo religioso (en la iglesia de San Francisco) y en
una ceremonia ancestral (en las ruinas de Tiwanaku), con la periodista Claudia
Fernández. Y su vida actualmente es otra.
“Disfrutamos de cosas cotidianas como planificar los
almuerzos, el fin de semana, ir a entregas de obras públicas. Nos agarramos de
la mano en la calle, cuando no tomaba de la mano ni a mi mamá, ni cuando
enamoraba. Tengo presente que cuando estaba con Raquel, muchos de los
compañeros del EGTK creían que era mi hermana por la relación compartimentada
que llevábamos. Y la experiencia de ir al cine juntos, de poder darle un beso a
Claudita es algo que nunca había hecho en un lugar público”, confiesa Álvaro.
Ambos se instalaron en el departamento de Álvaro, en la
avenida 6 de Agosto. Su esposa, quien trabaja en la Red Uno, subraya que él es
cariñoso, atento, tranquilo y, especialmente, muy hogareño, ya que cuando
tienen tiempo no duda en quedarse en la casa para ver una película, preparar
algo de comer o simplemente escuchar música. Aparte es detallista y se
encuentra atento a los estados de ánimo de ella para poder sorprenderla con un
“detalle”.
“Alguna vez que me encuentro ‘bajoneada’ trae chocolates. O
en fechas importantes para nosotros aparece con flores. Así que no hay un detalle
en específico que recuerde porque cada vez me sorprende. Estar los dos solos es
algo que disfrutamos, y mucho. En alguna oportunidad ir al cine, salir a
caminar por la ciudad”.
Ella asevera que también es obsesivamente ordenado. “Siempre
anda acomodando las cosas que están fuera de lugar. Aunque lo que más le gusta
es regar las plantas, él está a cargo de cuidarlas, nadie más las puede regar”.
No obstante, Álvaro admite que si hay algo que crea desorden en su hogar, son
sus miles de libros, de los cuales ya perdió la cuenta y que sobrepasan los
20.000. No hay cuarto, a excepción del baño y la cocina, que no los tenga,
indica, medio en serio medio en broma.
Prefieren charlar sobre todo, menos de su rutina laboral,
claro que a veces intercambian opiniones sobre lo que pasa en el país. “Tenemos
trabajos intensos que implican mucho tiempo, así que al llegar a casa ya no hay
ganas de seguir hablando de lo mismo. Además somos muy respetuosos de nuestros
espacios, y si bien estamos para apoyarnos siempre e incondicionalmente, en
ningún momento nos involucramos en decisiones”, aclara Claudia.
La llegada de un bebé está en sus planes, aunque para ello
buscarán primero una vivienda más grande. Y a la hora de ir al cine, no se
preocupan de la seguridad. Lo hacen como una pareja común y corriente, y no
esquivan a la gente que los saluda. No poseen preferencias sobre el tipo de
películas. Álvaro reseña que la última que vieron es Los juegos del hambre:
Sinsajo-parte 1, tras haber quedado enganchados con los primeros dos capítulos
de la saga que vieron en su reproductor de DVD. “No tenemos ni equipo Blu-Ray”.
Ahora esperan el último episodio. “Recomiendo esta cinta a
los cientistas políticos y a los sociólogos. La resumo como el Estado y la
revolución vistos desde el lado del manejo de los símbolos a través de los
medios. Esperamos que los insurgentes triunfen, pero estoy seguro que los
mecanismos de constitución del nuevo poder usarán los mecanismos del antiguo
Estado para consolidar el poder. Me adelanto al final. Y no leí los libros”.
Así es Álvaro García Linera, un marxista que halló su cable a tierra, el
vicepresidente de Bolivia por otros cinco años.
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