La verdad es que con el paso de los años va cambiando el sentido personal de esta fecha, se va esfumando el contagio emocional y queda la verdad "sin cáscara" de esta conmemoración.
Así como en las recientes Semanas Santas, también en esta Navidad los hechos, las fechas y los detalles históricos ya no son tan fiables como cuando éramos niños. Ya no es seguro que Jesús nació un 25 de Diciembre, se habla por ejemplo de Agosto o de Marzo, hay versiones y argumentos en un sentido u otro.
Pero... ¿es esto importante? Es posible que si, para quienes se alimentan del rito y del dogma, para quienes Jesús es el hijo único de Dios, extraordinario y adorable, en un altar, para quienes aplauden a Jesús como los hinchas a su equipo favorito.
Sin embargo, lo que si sigue siendo sólido e incontrovertible, es el sentido del nacimiento de Jesús y su mensaje, vivido. Es cierto, antes también se amaba, pero solo en el sentido de interés personal y dentro de los límites de la pareja o de la relación familiar. Con Jesús de Nazareth se proclama el sentido del amor como medio de relación por excelencia entre los hombres, en tanto hijos del mismo Padre, sin distingo de pueblos, de castas o de razas.
Ese es el sentido de la Navidad: el nacimiento de un espíritu, nuevo aun hoy, en que nos siguen desgarrando las guerras y los abismos entre los hermanos de la gran familia humana. La necesidad, no solo de conmemorar ese nacimiento como un hecho congelado en el tiempo, sino que ese mismo espíritu nazca y se extienda de verdad para curar las entrañas de este planeta y su sociedad, ese es un imperativo histórico que no requiere de fechas o pruebas precisas, sino únicamente de sinceridad y de atención para escuchar la voz de nuestros propios corazones y ...¡ojo!...porque desde allí nos sigue hablando aun el mismo Jesús que hoy recordamos. ¡Feliz Navidad!
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