miércoles, octubre 08, 2008

Jesùs, entre la letra y las disputas_ Escribe: Enrique Sánchez Hernani / DOMINICAL / Diario El Comercio


Despuès de leer esta interesante reseña, podràn darse cuenta que difícilmente por los caminos de la letra se podràn confirmar las verdades de Jesús.

Si entramos en precisiones, su imagen histórica y su mensaje, lo que dijo y lo que no dijo, se diluye en los vericuetos de los que oyeron y de lo que no…y de los que oyendo, no entendieron, o no quisieron entender.

Afortunadamente, el Dios de Jesús, el Padre, es el Dios creador, El Dios vivo y actuante a través de su creación.

Ya lo decìa Juan, el evangelista: “En el principio era el verbo y el verbo era Dios” . Y es Dios. El mismo, que nos sigue hablando, si tenemos oidos para oirlo. (Jesùs Hubert)

Siguiendo un reciente libro de Antonio Piñero, ofrecemos un recuento de las disputas entre los primeros cristianos y la consolidación de las primeras escrituras canónigas de la cristiandad

Ya Voltaire, el urticante filósofo francés, en su temible Diccionario filosófico, daba detallada cuenta de las refriegas no tan moderadas que se armaron entre los seguidores de Jesús a su muerte. El Nazareno no había dejado escritas sus enseñanzas y recopilarlas, hasta reunir lo que la posteridad conoce como los evangelios canónigos, la moderna Biblia de hoy, provocó no pocas peleas fraticidas. Dice Voltaire que San Epifanio, citando escrituras antiguas de los cristianos ebonitas, las halló llenas de injurias contra San Pablo, judío converso y a la postre uno de los padres de la cristiandad.

Los ebonitas, por desprestigiarlo, cuenta Voltaire, dicen que éste, tras nacer de padres idólatras se circuncidó pero luego, por algún oscuro rencor, dedicarse a hablar mal de lo que acababa de cometer, del sabbath y las leyes judías. San Pablo, por entonces ya prestigioso teólogo, los tildó de "falsos apóstoles" y les colgó el letrero de herejes. En su Epístola a los filipos hasta los llama "perros". Vaya mal humor.

La principal tesis sostenida por Antonio Piñero en su libro Los cristianismos derrotados es, asaz, palmaria. Como tras la muerte de Jesús sus discípulos estaban convencidos de la inminencia del fin del mundo, tardaron en recoger los pensamientos del Maestro, que éste no había escrito. Las leyes religiosas, así, se trasmitieron de manera oral y un tanto laxa, según la apreciación de Piñero. La iglesia primitiva, dispersa en algunas decenas de sectas, permitió que las enseñanzas se comunicaran en raptos de iluminación mística de cada quién. Al poco tiempo, en el mundo antiguo, circulaban muchas versiones diferentes para los mismos hechos.

Como Jesús nunca había intentado quebrar los límites de su religión judía, sino que, en su papel de Mesías, trató de reinterpretar lo que ahora se conoce como el Antiguo Testamento (que los judíos llaman el Torah), sus discípulos y seguidores, al darle un papel más intenso a su Maestro, comenzaron a configurar lo que ahora es el cristianismo, una religión distinta, y hasta opuesta, a la judía. Piñero anota que algunos de los guías mas zahoríes del nuevo culto, como Lucas o Ignacio de Antioquia, y más tarde Eusebio de Cesarea, cayeron en la cuenta que semejante diversidad de enseñanzas atentaba contra su unidad como grupo, e intentaron darle cierta rigidez, en disputa, claro está, contra sus oponentes.

HEREJÍAS Y DISENSIONES

Poco a poco, en este clima de peleas fraticidas, se forma el concepto de hereje: aquel que estaba distante de la palabra hegemónica o mayoritaria. Irineo de Lyon e Hipólito de Roma flagelaron en sus obras a los heterodoxos y llamaban a la unidad, tras lo que ellos creían como correcto, por cierto. Hasta que en el año 325, en el célebre Concilio de Nicea, auspiciado por el emperador Constantino, que tras masacrar cristianos se convirtió con ímpetu a la nueva religión, se dieron los primeros evangelios canónigos. Allí se apartó y derrotó a los arrianos, una secta cristiana. En el año 451, otro Concilio, el de Calcedonia, contribuyó a darle solidez a la línea oficial de la cristiandad.

Entonces fueron perseguidos los priscilianistas, los pelagianos y los donatistas (a estos últimos hasta con el uso de armas), a fin de resguardar el nuevo corpus que instaba a la piedad y el amor a los semejantes. Pero conseguir la unidad tras un solo manojo de evangelios no fue nada fácil ni se resolvió de inmediato. Piñero hace notar que las grandes heterodoxias sobrevivieron hasta los siglos X y XI, donde se dio pelea a los bongomilos y los cátaros, que pugnaban por renovar la iglesia, para entonces aquejada de algunos vicios signados por el dispendio y los lujos innecesarios. Estas sectas pedían volver a la simplicidad y pobreza primitivas. El grupo mayoritario, anclado en Roma, respondió con poca piedad: arrasó a sangre y fuego a los herejes y les lanzó encima la Inquisición, en manos de la Orden de los Dominicos, que chamuscó a no pocos disidentes. En 1209 el propio papa Inocencio III declaró formalmente la guerra a las milicias de los herejes y fue la primera "cruzada", contra los albigenses, en tierras cristianas y contra cristianos. Duró hasta 1224 y acabó con el suicidio en masa de los perseguidos, por el fuego, en el castillo de Montségur, Francia.

Como semejante imposición del consenso, a la mala, no dejó contentos a todos, se produjo la primera gran escisión de la iglesia, entre católicos occidentales y ortodoxos orientales. Para el siglo XVI vendría la Reforma protestante, un lío ya más próximo a nuestra historia.

IDEAS EN CONFLICTO

Piñero cree que hasta el año 120, aproximadamente, los principales puntos en conflicto sobre los que había que fijar una aquiescencia eran algunos que a los cristianos de hoy les pueden parecer inimaginables. Se disputaba, por ejemplo, si la naturaleza de Jesús como salvador se podía ver a simple vista y en qué consistía su papel de Mesías. Tampoco había unidad en cuanto a qué era la salvación ni en qué consistía la resurrección final. Unos pensaban que Jesús era un hombre corriente que tras morir en la cruz devino en divino. Otros opinaban que su divinidad ya se anunciaba al estar en el seno de su madre (¡en el seno de su madre! No había aún esa ignota creencia de que María alumbró a Jesús de manera no humana) o que provenía incuso antes de su concepción. Algunos, más audaces, creían que el cuerpo de Jesús era una apariencia y que en realidad no nació ni murió, y que jamás hubo una encarnación.

Otra disputa de polendas, que provocó encarnizados debates, era la idea de la trinidad de Dios. Docetistas, adopcionistas y subordicionistas se enfrascaron en sesudas elucubraciones para dar con el vínculo que unía a Jesús con Dios Padre. Los de acá pensaban que el Padre se encarnó en el Hijo y ambos sufrieron la pasión. Los de allá sostenían que entre ambos no había una distinción real y que, en realidad, era solo un modo de hablar y no había diferencias. Por supuesto hubo también los que sostenían que Jesús era hijo carnal de José y María, descreyendo de la aserción de la virginidad de María. Obvio, frente a temas tan cruciales, las disputas se tornaron feroces.

Viéndolo desde estos años, la mayor herejía se habría de producir cuando aparecen cristianos que sostienen la preeminencia de María Magdalena como una de las cabezas de la iglesia antigua. Incluso se han descubierto (y rápidamente han sido anatemizados por la Iglesia oficial) algunos evangelios de esos que hoy se llaman apócrifos: el Evangelio de María Magdalena, el de Felipe, y los Hechos Apócrifos de Pablo y Tecla. Los montanistas habrían sido, cuenta Piñero, quienes recogieron las ideas establecidas en estas viejas escrituras.

MÁS APÓCRIFOS

Más tarde, gracias a la arqueología, se conocerían otros evangelios igualmente urticantes, como aquel que es denominado el Evangelio de Judas, donde se revindica esta figura, tan abominada en las escrituras canónigas, como un discípulo amado que tuvo que hacer lo que hizo para permitir que se cumplan las escrituras. Incluso, según estos vetustos rollos, Jesús habría revelado a Judas los misterios del Universo. Este manuscrito, encontrado a mediados de los años setenta por unos campesinos egipcios en Al-Minya, pasó de anticuario en anticuario, hasta que fue restaurado y traducido, descubriendo una fascinante historia. Según lo que se infiere de tales escrituras, el acto de Judas Iscariote no fue una traición sino un acto necesario para cumplir una profecía. Hay varios libros que hablan al respecto.

La paz conventual que por estos siglos se respira en la Iglesia, sin embargo, podría quebrarse algún día. Unos manuscritos, hallados en las inmediaciones del Mar Muerto entre los años 1947 y 1956, y que habrían pertenecido a la comunidad del Qumram, son estudiados desde esa fecha por una misteriosa comisión que se niega a dar mayores revelaciones de su trabajo. Algunos estudiosos sospechan que eso pasa porque lo allí escrito alteraría considerablemente la ortodoxia católica. Pero esa es otra historia.

Publicado con el titulo: "Cruz y ficción: los olvidados" en el Suplemento DOMINICAL de El Comercio, 05-10-2008, Lima-Perù

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