miércoles, enero 18, 2012

Hoy, José María Arguedas hubiese cumplido 101 años



José María Arguedas (Bruno Portuguez)


Hoy, José María Arguedas podría haber cumplido 101 años,
si hubiese resistido, pero no pudo,
su corazón era el Perú y estaba partido. Y aun lo está.

Para muchos, el suicidio es un acto de locura,
pero en José María fue un acto supremo de sensible lucidez. 

Los cuerdos, aparentes, somos los que podemos insensibilizarnos para aceptar, por ejemplo,
que el oro vale más que el agua. Y a eso llamarle progreso.
O aceptar una guerra en base a mentiras en Irak o Afganistan.
Y a eso llamarle lucha por la democracia.

O quienes podemos aceptar que la solidaridad pueda ser motivo de cárcel.
Como ocurrió lamentablemente con Sybila Arredondo, compañera de José Maria Arguedas.
Presa largos años por ser considerado delito su solidaridad con los presos políticos .
Labor que venía cumpliendo  ya antes de la experiencia senderista,
auxiliando también a los presos por las guerrillas del 65.
Compromiso explicable en una mujer como Sybila,
que se imbuyó profundamente de la historia viva
que nutrió la obra de su entrañable compañero.
Obra que no es de ficción, sino fiel testimonio de lo que vió, vivió y sufrió, él mismo:
un Perú desgarrado por sus diferencias y conflictos económicos y sociales.

Y Arguedas sigue mordiendo conciencias.
Alan García prefirió las ruinas de Machu Picchu
al espíritu vivo de nuestra cultura andina que representa Arguedas,
negandole la dedicatoria del año 2011 a su centenario.
Y es que Arguedas es una luz sobre la realidad social del Perú
que muchas conciencias no pueden soportar.
Por ello, iniciamos esta secuencia de posts arguedianos
con su poema “Llamado a algunos Doctores”
donde Arguedas confronta al mundo occidental
desde la perspectiva del pueblo andino(Jesús Hubert)

LLAMADO A ALGUNOS DOCTORES

Dicen que no sabemos nada, que somos el atraso, que nos han de cambiar la cabeza por otra mejor.

Dicen que nuestro corazón tampoco conviene a los tiempos, que está lleno de temores, de lágrimas, como el de la calandria, como el de un toro grande al que se degüella, que por eso es impertinente.

Dicen que algunos doctores afirman eso de nosotros, doctores que se reproducen en nuestra misma tierra, que aquí engordan o que se vuelven amarillos.

Que estén hablando, pues: que estén cotorreando, si eso les gusta.

¿De qué están hechos mis sesos? ¿De qué está hecha la carne de mi corazón?

Saca tu larga vista, tus mejores anteojos. Mira, si puedes.

Quinientas flores de papas distintas crecen en los balcones de los abismos que tus ojos no alcanzan, sobre la tierra en que la noche y el oro, la plata y el día se mezclan. Esas quinientas flores, son mis sesos, mi carne.

¿Por qué se ha detenido un instante el sol, por qué ha desaparecido la sombra en todas partes, doctor?

Pon en marcha tu helicóptero y sube aquí, si puedes. Las plumas de los cóndores,
de los pequeños pájaros se han convertido en arco iris y alumbran.

Las cien flores de la quinua que sembré en las cumbres hierven al sol en colores, en flor se ha convertido la negra ala del cóndor y de las aves pequeñas.

Es el mediodía; estoy junto a las montañas sagradas: la gran nieve con lampos amarillos, con manchas rojizas, lanzan su luz a los cielos.

En esta fría tierra, siembro quinua de cien colores, de cien clases, de semilla poderosa. Los cien colores son también mi alma, mis infaltables ojos.

Yo, aleteando amor, sacaré de tus sesos las piedras idiotas que te han hundido. El sonido de los precipicios que nadie alcanza, la luz de la nieve rojiza, de espantado, brilla en las cumbres. El jugo feliz de los millares de yerbas, de millares de raíces que piensan y saben, derramaré su sangre, en la niña de tus ojos.

El latido de miradas de gusanos que guardan tierra y luz; el vocerío de los insectos voladores, te los enseñaré hermano, haré que los entiendas. Las lagrimas de las aves que cantan, su pecho que acaricia igual que la aurora, haré que las sientas y las oigas.

Ninguna máquina difícil hizo lo que sé, lo que sufro, lo que gozar del mundo gozo. Sobre la tierra, desde la nieve que rompe los huesos hasta el fuego de las quebradas, delante del cielo, con su voluntad y con mis fuerzas hicimos todo eso.

No huyas de mí, doctor, acércate. Mírame bien, reconóceme. ¿Hasta cuándo he de esperarte? Acércate a mí; levántame hasta la cabina de tu helicóptero. Yo te invitaré el licor de mil savias diferentes.

Curaré tu fatiga que a veces te nubla como bala de plomo, te recrearé con la luz de las cien flores de quinua, con la imagen de su danza al soplo de los vientos; con el pequeño corazón de la calandria en que se retrata el mundo, te refrescare con el agua limpia que canta y que yo arranco de la pared de los abismos que templan con su sombra a nuestras criaturas.

¿Trabajaré siglos de años y meses para que alguien que no me conoce y a quien no conozco me corte la cabeza con una máquina pequeña?

No, hermanito mío. No ayudes a afilar esa máquina contra mí, acércate, deja que te conozca, mira detenidamente mi rostro, mis venas, el viento que va de mi tierra a la tuya es el mismo; el mismo viento que respiramos; la tierra en que tus máquinas, tus libros y tus flores cuentas, baja de la mía, mejorada, amansada.

Que afilen cuchillos, que hagan tronar zurriagos; que amasen barro para desfigurar nuestros rostros; que todo eso hagan.

No tememos a la muerte, durante siglos hemos ahogado a la muerte con nuestra sangre, la hemos hecho danzar en caminos conocidos y no conocidos.

Sabemos que pretenden desfigurar nuestros rostros con barro; mostrarnos así, desfigurados, ante nuestros hijos para que ellos nos maten.

O sabemos bien qué ha de suceder. Que camine la muerte hacia nosotros; que vengan esos hombres a quienes no conocemos. Los esperaremos en guardia, somos hijos del padre de todos los ríos, del padre de todas las montañas ¿es que ya no vale nada el mundo, hermanito doctor?

No contestes que no vale. Más grande que mi fuerza en miles de años aprendida; que los músculos de mi cuello en miles de meses; en miles de años fortalecidos, es la vida, la eterna vida mía, el mundo que no descansa, que crea sin fatiga; que pare y forma como el tiempo, sin fin y sin principio.

Arguedas escribió el poema "Llamado a algunos doctores" originalmente en quechua. La versión castellana –del autor mismo- se publicó en El Comercio de Lima, el 10 de julio de 1966. La versión original apareció el 17 de julio de 1966 en el mismo rotativo.

José Maria Arguedas en la vísperas de su suicidio_ Testimonio de Carlos Vidales





El intelectual colombiano Carlos Vidales estuvo alojado en la casa de José María los días previos a su suicidio. Pudo compartir y conocer de cerca el estado de ánimo y las pulsiones vitales de Arguedas en sus últimos días. Aquí su testimonio excepcional. (Jesús Hubert)

Arguedas: su corazón, rey entre sombras

Aquel helado mediodía de agosto, José María miró a través de la ventana y dijo:

— Ese sujeto debe estar muriéndose de frío.

"Ese sujeto" era el árbol del jardín. Yo pensé, viendo brillar los claros ojos de Arguedas, que el enorme vegetal había sentido la fraternal preocupación del novelista. Porque José María era capaz de establecer con los objetos de la naturaleza —animales, plantas, ríos, montes—, una comunicación de espontánea camaradería. Todas las cosas respondían a su llamado, sencillamente porque respondían desde su propio corazón.

"Oh corazón, Rey entre sombras..." José María amaba ese poema de Javier Sologuren. Abandonado en la infancia, recogido y amado por los indios comuneros de los Andes peruanos, blanco entre indios hasta la adolescencia, indio entre blancos desde la juventud hasta la muerte, transitando en la vida, como por una escalera, todas las capas, estamentos y clases sociales del Perú, indio paria, indio comunero, indio obrero, cholo de servicio, empleado mestizo, profesor universitario, eminente antropólogo, gloria de la literatura, admirado, adulado y temido por la aristocracia limeña, rubio de ojos azules con corazón de indio, testigo estremecido de los seculares dolores de su pueblo, protagonista íntimo de su propia obra, habitante y constructor de los cuentos infernales y mágicos de Diamantes y pedernales , del trágico y solemne Yawar Fiesta , de la desconsoladora y tenebrosa novela El Sexto , de la inmensa ternura de Los ríos profundos y del riguroso estudio social de Todas las sangres , él había conocido tinieblas más hondas, más terribles que las sugeridas por el poeta: "He aquí que te he escrito, feliz, en medio de la gran sombra de mis mortales dolencias", habría de decir al líder campesino Hugo Blanco, una semana antes del suicidio.

Era un niño apenas cuando su padre, abogado de pobres, perseguido por los grandes gamonales, debió dejarlo en manos de crueles parientes:

"El subiría la cumbre de la cordillera que se elevaba al otro lado del Pachachaca; pasaría el río por un puente de cal y canto, de tres arcos... Y mientras en Chalhuanca, cuando hablara con los nuevos amigos, sentiría mi ausencia, yo exploraría palmo a palmo el gran valle y el pueblo; recibiría la corriente poderosa y triste que golpea a los niños, cuando deben enfrentarse solos a un mundo cargado de monstruos y de fuego..."

Así nos contó José María esa separación en su novela Los ríos profundos. El 17 de mayo de 1969 le confesaba a su diario íntimo: "A mí la muerte me amasa desde que era niño, desde esa tarde solemne en que me dirigí al riachuelo de Huallpamayo, rogando al Santo Patrón del pueblo y a la Virgen que me hicieran morir..."

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"José Maria Arguedas es el Perú", así lo recuerda su compañera Sybila Arredondo / Diario Los Andes


Sybila: "A José María Arguedas lo conocí, (...) en la casa de Pablo Neruda.
(....)Entonces en algún momento él cantó y a mí me impresionó muchísimo."

Pocos conocieron a Jose María Arguedas como ella, detrás de la imagen pública. Y como nadie, continuó su obra por otros caminos. Aquí su valioso testimonio gracias al diario puneño Los Andes, que publico esta entrevista con Sybila Arredondo, el año 2010. (Jesús Hubert)

Sybila Arredondo: “Era imposible no amar a José María Arguedas”

Entrevista de Ana María Falconí (*) 


CONOCIENDO A JOSÉ MARÍA


Mi madre se cambió varias veces de casa. Era una persona muy ágil, muy movediza; tenía actividades en todas las áreas, incluida la política. Le gustaba hacer negocios, en el sentido de que vendía y compraba casas. Pero me crié en una casa de un barrio que en este momento está lleno de edificios, en la comuna de Providencia. Estudié en el mismo barrio, en un colegio regido en parte por el gobierno francés, que ya no existe y no he vuelto por allí. Después estuve en un colegio secundario con un período de estudios un poquito más largo que lo normal, porque todos los que estábamos ahí estudiábamos algo más: en el Conservatorio de Música, en la Escuela de Danza, en Bellas Artes.


Luego ingresé al Instituto Pedagógico, donde conocí a Jorge Teillier. Ahí quise estudiar Filosofía, pero en ese momento la reglamentación cambió y decidí estudiar alemán. Estuve un año ahí. Después me casé con Jorge y empecé a trabajar porque ya nació Sebastián y Carolina. Por suerte pude trabajar en un lugar muy simpático, la librería de la Editorial Universitaria, que está en el primer piso de la casona de la Universidad de Chile. En el segundo piso había una sala de exposiciones muy hermosa. Era muy agradable trabajar ahí. Luego de siete años, me separé de Jorge.


A José María Arguedas lo conocí, curiosamente, en un almuerzo en la casa de Pablo Neruda. En esa ocasión había allí muchos intelectuales. Entonces en algún momento él cantó y a mí me impresionó muchísimo. Cantó a capella, como él solía cantar, el Carnaval de Tambobamba y la Trilla de Alverjas... eran sus “grandes éxitos” –están grabados ahora en un CD de la Escuela Nacional de Folklore, que lleva su nombre–. Me impresionó muchísimo. Después nos volvimos a encontrar en la librería y nos hicimos amigos. Pasó un tiempo, José María solía venir a Chile y bueno… decidimos que mejor yo me iba para allá [al Perú].

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Camila Vallejos al frente de la historia de Chile Entrevista de Rocío Montes Rojas para el diario El País (Madrid)



Camila Vallejos asume el reto...
  
Es muy común decir frente a lo que ocurre a nuestro alrededor: “Esto no lo arregla nadie”. Y agregar: “…yo solo no puedo hacer nada”. La primera aseveración es la causa de que todo siga igual. La segunda, si es una verdad, porque los cambios sociales requieren de una confluencia de voluntades y sobre todo de un nivel de conciencia colectiva.

Y es así que hay momentos en la historia de los pueblos que la conciencia colectiva se transforma progresivamente en organización, gracias a que esas aspiraciones logran encarnarse en un líder claro de pensamiento y decidido en la acción.

En Chile, modelo emblemático del llamado “progreso” neoliberal y que empieza a sacudirse del temor  y la parálisis política producto de la feroz dictadura de Pinochet, una jovencita de 23 años ha logrado ponerse al frente y despertar la conciencia cívica y política de un pueblo que siempre fue una avanzada de cambios democráticos en América Latina.

Gracias a la entrevista del diario El Pais, de Madrid, podemos conocer algo más de Camila Vallejos, la estudiante universitaria que encabeza la lucha, ya no solo de los estudiantes “por una educación gratuita y de calidad para todos” sino de un sector cada vez más amplio de la sociedad chilena, que aspira a cumplir lo que pronosticara Salvador Allende: “mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor” (Jesús Hubert)


"Estoy cansada física y mentalmente. Siento una carga muy grande. La gente quiere que tenga respuesta para todo y tienen la expectativa de que voy a cambiar Chile, yo sola. En la calle me gritan: '¡Los apoyamos, no nos abandonen!'. Pero la responsabilidad, chucha, es de todos. Yo soy solo una joven de 23 años...".

Cuando Camila Antonia Amaranta Vallejo Dowling intenta volver a ser la veinteañera desconocida de hace un año, apaga su móvil destartalado y se traslada a una casa del Cajón del Maipo, una localidad en la precordillera, a unos 52 kilómetros de Santiago. Fue lo que hizo el 31 de diciembre junto a un pequeño grupo de amigos para pasar la Nochevieja. El Partido Comunista, donde milita desde los 19 años, ofreció al día siguiente el tradicional caldillo de congrio con el que festeja la llegada del Año Nuevo junto a la prensa. Pero la icónica dirigente universitaria, protagonista del movimiento estudiantil chileno, amante del rock clásico y la bossa nova, del hip-hop y la cumbia, no acudió a la celebración.

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