miércoles, octubre 15, 2008

La democracia _ Autor e interprete: Angel Parra

El piso se mueve, pero no solo por los sismos que se multiplican. Se mueve en este tiempo porque los mitos siguen cayendo. Uno de ellos es la democracia.

La democracia reducida a un papelito depositado en un ánfora, lo saben tan bien ahora los norteamericanos de a pie, post-rescate financiero 2008, como lo supieron por ejemplo los chilenos - que creyendo en la democracia - apostaron por Allende en los años 70 y recibieron, primero sabotaje y golpe militar, y luego, ya con Pinochet, persecución, tortura y muerte… por supuesto con el apoyo del mismísimo estado norteamericano que hoy mete la mano al bolsillo de sus propios contribuyentes para salvar a los grandes especuladores financieros.

¡Que linda es la democracia!, nos lo recuerda con inteligente ironía, Angel Parra, de Chile. (Jesùs Hubert)








Qué linda es la democracia
en este hermoso país,
qué hermosas son las callampas
que se pueden construir.

Ésta permite que el pobre
y el rico de igual a igual
tengan los mismos derechos
cuando llaman a votar.

Soy demócrata, tecnócrata,
plutócrata e hipócrita,

Me gusta la democracia
porque permite apreciar
el arrollador avance
del que tiene libertad
para exprimir a unos cuantos
y aumentar su capital.

Además nuestros derechos,
y lo digo muy contento,
permite a negros y blancos
admirar los monumentos.

Y sin problemas de clases
ni de credos religiosos
podremos ver en la luna
cuando llegan los mononos
y en tribuna o galería
ver triunfar al Colo Colo.

Me gusta la democracia
en invierno y en verano,
los tiras hacen tiro al blanco
con jóvenes libertarios.

Claro que algunos rotosos
que se revientan de hambre,
por envidia de seguro,
quisieran de que esto cambie.
A la población les digo:
“Dejad que los perros ladren”.

Me gusta la democracia,
lo digo con dignidad,
si sienten ruido de sables
es pura casualidad.

EE.UU.: 400 tienen más que 150 millones_Escribe: Guillermo Giacosa / Perù 21


El siempre lúcido Michael Moore, con la autoridad que le confiere su lucha contra un sistema que ha sembrado injusticias monumentales en todo el planeta, ha dicho: “Los 400 estadounidenses más ricos... tienen más que los 150 millones de estadounidenses de abajo. Cuatrocientos estadounidenses ricos tienen más guardado que la mitad de todo el país. Su valor neto combinado es 1.6 billones. Durante los ocho años del gobierno de George W. Bush, su riqueza se ha incrementado por casi 700 mil millones, el mismo monto que ahora están demandando que les demos para su 'rescate’. ¿Por qué mejor no gastan la plata que ganaron con Bush para rescatarse a sí mismos? Aún contarían con casi un billón de dólares para compartir entre ellos. ¿Por qué razón se nos ocurre dar a estos barones rateros más de nuestro dinero?”.

Lo que expresa Michael Moore es patético y, felizmente, parece haber abierto los ojos del despolitizado pueblo estadounidense. La semana pasada, en el Congreso de los Estados Unidos y ante la rabia instalada en las calles, debieron declarar los ejecutivos del supercoloso de los seguros llamado AIG. Les preguntaron, entre otras muchas cosas, algo que pondría verde de vergüenza a cualquier animal humano medianamente racional y sensible: “¿Cómo era posible que seis días después de que los contribuyentes del país hubieran rescatado la empresa con 85 mil millones de dólares, los ejecutivos gastaran 500 mil dólares de la empresa para relajarse en un hotel de lujo en las playas de California, donde ocuparon 60 habitaciones, gastaron 200 mil para los cuartos, 150 mil para comidas, 10 mil en el bar y 23 mil en el spa”. “Estaban consiguiendo sus manicuras, sus faciales, sus pedicuras y sus masajes mientras que el pueblo estadounidense estaba pagando la cuenta”, declaró el representante Elijah Cummings al interrogarlos.

Ese hecho muestra hasta qué punto esa clase dirigente ha perdido toda noción de sus responsabilidades y toda perspectiva sobre su condición de seres sociales con obligaciones para con sus semejantes. La burbuja financiera los apartó del mundo, el universo de fantasías en el que habitaban se apoderó de su imaginario y ya no vieron más que el neón de sus oficinas, el plástico de sus tarjetas, el traste de sus secretarias y la luz cegadora de poder gastar sin más límites que sus propias ganas. Tan alienados por la riqueza como los pobres por su pobreza. Unos pensando en qué gastar, los otros buscando qué comer. Tareas disímiles, pero igualmente deshumanizantes.

Nuestra burbujita local reprodujo los comportamientos de la gran metrópoli porque ellos están hechos de la misma pasta corruptible y codiciosa de sus hermanos del norte, con la diferencia de que los nuestros estaban más entrenados física y psicológicamente para esos menesteres, al menos para las tareas de entrecasa. Hace rato que aprovechan su condición de privilegiados con la miseria del prójimo agitándose al alcance de su vista.

Tomado del Diario "Perù 21", ediciòn del 14/10/2008