miércoles, agosto 22, 2007

Pobreza, terremotos y culpas_Guillermo Giacosa





Un pedagógico trabajo de la NASA muestra cómo se vería la Tierra desde la distancia de 10 millones de años luz. Y lo que apreciamos son constelaciones de estrellas pero ninguna de ellas pertenece siquiera a la Vía Láctea. Luego se aproxima a un millón de años luz y nada, seguimos sin noticias de nuestra galaxia. Recién a un año luz se percibe tenuemente el brillo de un astro insignificante llamado Sol gracias al cual apareció la vida en el planeta y se pudo construir la civilización humana. Es decir que la Tierra solo alcanza a divisarse recién cuando hemos llegado a estar a una distancia prácticamente ínfima, si tenemos en cuenta que la primera observación fue hecha a 10 millones de años luz (es decir, 10 millones de años recorriendo el espacio a la velocidad de la luz, que es de aproximadamente de 280,000 kilómetros por segundo). Significa entonces que, dadas esas magnitudes, el terremoto que nos conmovió y aún nos tiene conmovidos, no fue noticia fuera del pequeñísimo espacio que rodea la Tierra y que se llama biósfera. Si nos sentimos pequeños e impotentes frente al movimiento de las placas tectónicas, por qué no hacer un nuevo esfuerzo y pensar que esa catástrofe, que sembró destrucción, segó vidas e hizo pensar a muchos que se trataba del fin del mundo, fue, para el universo, tan insignificante y fugaz como el aleteo de un mosquito en la noche de la jungla.

Somos criaturas insignificantes por tamaño y poder físico pero dotadas de un cerebro prodigioso capaz de comprender parte de la mecánica celeste, de descifrar nuestro propio código genético, de liberar el átomo, de pensar en términos abstractos y de un interminable etcétera que no siempre enrumba por buen camino. Somos también una plaga. Una especie de sarpullido que comienza a incomodar al planeta que nos aloja.

En verdad, somos inquilinos precarios que se comportan como dueños. Arrogantes algunas veces, descomedidos en otras, fatuos casi siempre. Infantiles y primitivos cuando pretendemos calmar procesos naturales, como los terremotos con pedidos de clemencia a fuerzas desconocidas. Ya no se dice que Hades o Plutón están enojados, pero nos comportamos como si creyéramos en ese enojo. Cuando el sida perturbó el distendido galope que permitía la libertad sexual, algunos dijeron que se trataba de un castigo de Dios. ¿Por qué ahora no dicen lo mismo? A nadie se le ha ocurrido decir, por ejemplo, que el terremoto es un castigo por tanta injusticia, por tanto niño que muere de hambre, por ricos cada vez más ricos y por pobres cada vez más pobres, por tener el dinero como único valor realmente respetado, etc. ¿Y saben por qué a nadie se le ha ocurrido decir esto? Por una razón muy simple: el dios oficial solo se enoja cuando ponen en entredicho el orden establecido y este terremoto no solo no lo puso en entredicho sino que fue casi como su alumno, eliminando pobres casi al mismo ritmo que los elimina el sistema, aunque, reconozcámoslo, con un poco más de espectacularidad. 22/08/07_ Diario "Perú 21"

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