jueves, mayo 14, 2009

“Urgidos por el dolor en Vallejo, no han visto el humor en él” _ Entrevista a Jorge Díaz Herrera por José Gabriel Chueca / Perù 21

Además de descubrirnos algunos rasgos poco conocidos de la personalidad de nuestro poeta mayor César Vallejo, esta entrevista al prolífico escrito peruano Jorge Dìaz Herrera, nos permite conocer algunos de sus conceptos y acertadas reflexiones acerca de las causas históricas de las que proviene la idiosincrasia peruana. Hay ideas muy consistentes allí. (Jesús Hubert)


“El placer de leer a Vallejo en zapatillas” es el volumen en el que Jorge Díaz Herrera sustenta lo que considera un deber: sacar a Vallejo del dolor donde está sepultado para mostrarnos que en sus versos –como corresponde en obras geniales – existe también un gran sentido del humor.


"César Vallejo es el poeta a quien más he leído en mi vida y a quien cada vez encuentro más joven, nuevo, vital... Para un homenaje, viajamos seis escritores –entre ellos Romualdo y Watanabe, buenos amigos– a Santiago de Chuco. Visité la casa de Vallejo y me recibió Natividad, su hermana", cuenta.

¿Cómo era ella?

Me impresionó: altanera, soberbia, distinguida, como fue él. “Usted viene a ver al poeta –me dijo–. Sí, pues, ahora todos lo ven. Cuando deberían ver a la sobrina del poeta, a quien le han negado la vacante en la Normal de Santiago de Chuco para darle el puesto a una hija de un condorazo”. Inmediatamente recordé el verso “¿Cóndores? Me friegan los cóndores”, al que los críticos, que se deleitan en lo aparentemente hermético, le han dado 50 mil interpretaciones.

Ella compartía su habla diaria...

Le pregunté, entonces, qué entendería en el verso “confianza en el anteojo y no en el ojo”. Y ella dijo: Qué confianza voy a tener a mis ojos, si soy miope. Sobre ese verso también se habían publicado muchas interpretaciones.

¿Cómo era Vallejo?

Lo calificaban su dignidad y elegancia. Fue buenmozo. Conocí a varias personas que lo conocieron: Juan Ríos –con quien vivió una época–, Desiré –una francesa amiga de los peruanos en París– y una señora francesa, muy feíta ella, a quien le decían la Greta Garbo. El apodo se le puso Vallejo. También conozco a muchos vallejianos.

Los especialistas, precisamente.

Sí, profesionales de Vallejo. Pero se han ocupado, por lo general, de encapsularlo en un mundo tétrico, donde no entran el sol ni la alegría, lo cual era contrario a lo que yo encontré en quienes lo conocieron.

En general, es la imagen que se maneja de Vallejo. En el jirón Huancavelica hay una escultura con un César Vallejo cabizbajo…

En Trujillo, digamos, la cuna espiritual de Vallejo, porque ahí compartió la juventud con el Grupo Norte, hay un busto de él desarrapado –Vallejo dice arapado–, como un vagabundo. El pintor Macedonio de la Torre me contó una anécdota: Vallejo paraba, en París, con su terno gris, muy elegante. Pero, un día, lo vieron con terno negro. ¿Estás de luto? “Sí, estoy de duelo por la muerte de mi terno gris”.

El humor es lo que aborda en su libro El placer de leer a Vallejo en zapatillas. Pero son destellos, ¿no?

Lo fundamental de Vallejo es el dolor, pero eso no excluye que tenga otras vertientes. Mucho se confunde la poética con la biografía. A Juan Ramón Jiménez, cualquiera que lea Platero y yo lo imaginará como el más dulce de la Tierra. Pero es recordado como un amargado, y tanto que hay antologías de las que es excluido por esa razón.

Entonces, Vallejo no era Paco Yunque.

No era. Pero algo debía tener de él en el fondo. Hay hechos que me han llevado a pensar en por qué los peruanos nos hacemos tanto daño mutuamente. ¿Por qué no nos soportamos? Tengo un trabajo al respecto, Perú, mestizos y mestizaje. Creo que se debe a que somos un cúmulo de culturas vencidas: los españoles que vinieron al Perú fueron los marginados –Pizarro lo era–; los incas ya estaban peleando entre sí; luego llegaron los negros, que fueron traídos como animales; los chinos vinieron después en peores condiciones; y, luego de la Guerra Mundial, llegaron los que estaban escapando. Somos el resultado de todo eso: un país psicótico. Tenemos que enfrentar dolorosamente la realidad.

¿Vallejo ayuda?

Mucho. En él está el espíritu indígena y castellano en su habla. Ningún español ha escrito algo como “España, aparta de mí este cáliz”. Vallejo era comunista, pero no estaba domado. Mientras Neruda alabó a Stalin, Vallejo discrepó. Y así se convirtió en un marginado de los comunistas. Esa es su dignidad. Vallejo fue contestatario. Y lo pagó.

La suma de dolor y humor es ironía.

Dice “yo nací un día en que Dios estuvo enfermo, grave”. Y en otro verso dice “¿la vida? hembra proteica”. Tiene imágenes de mucho humor. No hay genio sin humor. Vallejo publicó con Juan Larrea una revista, Favorables París Poema, y la acompañaban de una tarjeta que decía: “Juan Larrea y César Vallejo solicitan de usted, en caso de discrepancia con nuestra actitud, su más resuelta hostilidad”. Se nota cuando la literatura nace en la biblioteca o nace en la calle, y Vallejo tuvo mucha calle.


Tomada del diario Perù 21, de Lima - Perù, 14/05/2009

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