miércoles, enero 28, 2009

Orquesta West-Eastern Divan: mùsicos israelies y palestinos por la paz en Gaza

Este 19 de Enero, cuando aun no se apagaba el eco de las bombardas de bienvenida al 2009, que se mezclaba con el estruendo de los cañones israelíes y los cohetes palestinos, la famosa Scala de Milán, servia de amplificador universal para una orquesta sinfònica conformada por músicos israelíes y palestinos, bajo la dirección de David Barenboim: la Orquesta West-Eastern Divan, quien desde las cumbres musicales de Mozart, Arnold Schonberg y Johannes Brahms, elevaba una plegaria sinfónica por la paz en Gaza.

Concertar y concierto, tienen más que la misma raíz etimológica, es el latir existencial de estos mùsicos israelíes y palestinos, que se reconocen hermanos, en la música... y tambièn en su crucificada tierra. (Jesùs Hubert)




Para conocer mas sobre esta milagrosa y paradigmàtica orquesta, pueden leer en nuestro blog: David Barenboim: mùsica para la paz

No me llameìs judio, no me llameìs palestino_ Escribe: José Romero Seguín



Desde que el hombre fue creado, quizo diferenciarse para dominar al "otro"... igual a èl.

Y por ese pequeño detalle de actitud personal, tuvieron que encarnar, predicar y sacrificar sus vidas, profetas y avatares.

Solo para enseñarle al hombre que el "otro" hombre, es solo una ilusiòn.

Que somos ciudadanos de un solo ser, ùnico, que la mayoria llamamos Dios y, algunos, "energia" o "inteligencia" universal.

Siempre estamos dividiendo, siempre nos estamos poniendo en una de las trincheras, grande o pequeña, de las victimas de hoy o de la victimarios de mañana.

Por las mas "nobles" causas se ha matado... hemos desgarrado nuestra patria verdadera: EL SER ÙNICO.

Volvamos a ser UNO... ¡terminemos con las trincheras! (Jesùs Hubert)

Siento hoy la suerte de no llamarme judío y de no ser nombrado palestino, en caso contrario sería tildado de criminal o señalado como víctima en el suma y sigue de la tragedia en que viven. Sería en uno u otro caso ofendido, porque ambos calificativos lo son. No en vano la víctima lo es de un verdugo victimado hasta la extenuación.

Tal afirmación puede sonar: dura, imprudente, cínica, en un mundo afiliado al cómodo dogma del maniqueísmo.

La obviedad es que ambos pueblos se asesinan con las fuerzas de que disponen y aquellas de las aún no disponen. La cuestión reside en conocer por qué lo hacen, y qué se puede hacer para que acuerden compartir tierra y destino, en la conciencia de que hombre a hombre no son sino una misma cosa, pues de la misma materia están hechos y el mismo valor atesoran. Sumarlos a esa razonable consideración supondría dar el primer paso para que ambos entendieran la necesidad de alcanzar el grado de convivencia que les permita coexistir en paz. Sin embargo, la tendencia del perverso orden mundial va por otro camino, el de alinearse en torno a unos u otros y en ese indolente posicionarse colmar de razones su sinrazón.

Los judíos son la punta de lanza del mundo Occidental, en ellos hallamos la mano con la que abofetear el rostro del mundo árabe, como expresión militante de la legítima queja del tercer mundo. En los palestinos hallan los países árabes razones para levantar la mano a Occidente en los territorios judíos y en todos aquellos donde les sea posible. Cómo permitir pues que aniden en sus corazones anhelos de paz, de entendimiento, de convivencia.

Occidente, de la mano de la cabeza del imperio, arma a los judíos. El mundo árabe arma a los palestinos. Los unos para una victoria tan ignominiosa como contundente, y como tal, ejemplarizante. Los otros para una derrota intolerable, y en esa medida digna de las más terribles venganzas.

Occidente no respeta a los judíos, es más, los odia. Hace años un judío sentenció refiriéndose al horror del holocausto: “Jamás nos perdonarán los que nos han hecho”, creo que nosotros tampoco.

Por otro lado, si los árabes respetasen al pueblo palestino harían por ellos algo más que proveerlos de rabia y odio. Les ayudarían a desarrollarse, a valerse por ellos mismos, a hacer de sus territorios campos de cultivo y no de exterminio.

Occidente, de la mano de la cabeza del imperio, arma a los judíos. El mundo árabe arma a los palestinos. Los unos para una victoria tan ignominiosa como contundente; los otros para una derrota intolerable y en esa medida digna de las más terribles venganzas.La voluntad de unos y otros es clara, les hemos condenado a la guerra y no vamos a consentir que salgan de ella. No les vamos a permitir que se hermanen en la esencia que los iguala, sino que vamos a seguir profundizando en todo aquello que los separa. Y cómo no, a rearmarlos cuantas veces sea necesario para que sigan masacrándose sin fecha ni piedad.

Un Israel hermanado con los palestinos rompería la telaraña de estrategias que tejen occidentales y árabes. Obligando a unos y otros a descubrir sus verdaderas intenciones, sus verdaderas fobias, a confrontar, en definitiva, directamente y sin intermediarios en torno a sus diferencias y sus diferentes intereses. Perdería con ello Occidente una razón de injerencia, de primera magnitud, a la hora de vigilar ese mundo bajo cuyo subsuelo duerme apagada la sangre de su luminoso presente. Y los árabes, la razón de esa injusticia que les permite tejer venganzas de otras cuentas, a su juicio, mal saldadas. Y disponer de un poderoso enemigo tras el cual esconder el expolio a que les someten las familias reales de los emiratos, al privar a sus hermanos y pueblos del ingente caudal de riqueza que ha supuesto y supone la venta del petróleo. Patrimonio que deberían haber hecho fluir por todos esos territorios donde hoy reina la miseria y la desesperación. Por todos esos lugares donde no tienen otra esperanza que dios ni otro dios que la desesperanza. Por todos esos pueblos en que habitan hombres y mujeres de su misma raza y creencia, y con los que deberían haberlo compartido.

Ese es a grandes rasgos el origen del odio entre judíos y palestinos, el de haber nacido para una rencilla tan antigua como irresoluble, la del loco afán por imponerse a los demás. Por hacer de los demás, esclavos de una realidad que aún en la nítida conciencia de que no es mejor ni peor, es reconocida como nuestra y para la que reclamamos sumisión.
Publicado por la Revista FUSIÒN el dia 07/01/2009