jueves, julio 12, 2007

La soledad de una vida llena de "hacer"_ Robert Johnson


Empecé a distinguir la diferencia entre la soledad no buscada y la deseada. Sabía que la soledad no era simplemente el resultado de estar aislado.Podemos estar muy atareados y rodeados de gente pero sentir una intensa soledad porque nuestras vidas están dominadas por el «hacer»; no hay suficiente tiempo para estar en una soledad atenta, con nuestros pensamientos y sentimientos.

Conozco a muchas personas que están en esta situación, rodeados de otras personas y sin embargo sufriendo una intensa soledad. Muchas veces intentamos enfrentarnos a este problema haciendo aún más cosas, cualquier cosa que nos libere de ese sentimiento doloroso de estar separados, pero no sirve de nada.

Ésta es la soledad de una vida llena de «hacer», y he descubierto que la mayoría de personas dedican demasiado tiempo al hacer, y muy poco o ninguno al ser. Cuando tienes la vida ocupada con demasiado hacer, la única cura para este tipo de soledad es una fuerte dosis de soledad buscada.

Parece irónico que la cura para la soledad sea estar solo; una forma de soledad meditativa y abierta al ser interior, tiempo para aminorar y escuchar a mi yo interno, tiempo para reconectarme con la naturaleza.

Aunque la mayoría de personas sufren actualmente la soledad de sentirse separadas de su yo interior y profundo, la soledad también puede funcionar en la otra dirección. Nos podemos volver demasiado absortos en nosotros mismos, separados del mundo por «ser» demasiado y descuidar el «hacer».

El brazo horizontal de la cruz representa el hacer, o el reino terrenal. Tenemos todo tipo de actividades cotidianas; muchas veces ese hacer llena todas nuestras vidas. Pero si nos centramos exclusivamente en el hacer, nuestras vidas empiezan a parecer vacías y carentes de sentido; empezamos a preguntarnos por qué trabajamos tan duro.

Podemos preguntarnos en secreto si vale la pena, para qué o cuál es el sentido de nuestra vida. Eso es señal de que hemos descuidado el opuesto de hacer, que es el ser.

Pensemos ahora en el brazo vertical de la cruz, que representa el ser, o el reino celestial. También debemos disponer de tiempo y espacio en nuestras vidas donde podemos conectar con algo que es más grande y duradero, requiere tiempo para reflexionar, meditar, para el trabajo interior y una soledad atenta, necesitamos un equilibrio entre el hacer y el ser.

En la proyección cada uno de nosotros coloca alguna cualidad de nuestro propio ser en algo o alguien. Los aspectos de la realidad de los que no somos conscientes son proyectados en el mundo exterior, donde los vemos en términos de acontecimientos y personas ajenos a nosotros.

Como este proceso es inconsciente, muchas veces pensamos que pertenece al objeto exterior cuando, de hecho, nos pertenece a nosotros. No son solamente las cualidades negativas de la persona las que se proyectan hacia fuera de esa manera; en igual medida, proyectamos nuestras cualidades positivas.

El intento de filtrar el pensamiento oriental en las mentes occidentales es como intentar fusionar dos colmenas. Si quitamos la tapa inferior de una y la superior de otra e intentamos juntarlas a la fuerza, las dos colonias de abejas se matarán entre ellas.

Sin embargo, si extendemos una hoja de periódico entre las dos colmenas y las ponemos entonces una encima de la otra, para cuando hayan agujereado el papel ya tendrán un olor muy parecido y no sabrán distinguir qué abejas son de una colonia y cuáles de otra. Entonces se unirán en una sola colmena.

El trabajo del alma, o interior, tiene lugar cuando algo se mueve desde el inconsciente, donde empezó, hacia el consciente. El camino no es nunca recto y fácil en el interior de uno mismo, como si se pudiera ir a una biblioteca y hacer todo el trabajo interior allí. En lugar de ello, cuando hay algo que está listo para pasar del inconsciente al consciente, se necesita un anfitrión o intermediario.

Generalmente, este intermediario es alguna persona o cosa. De repente, parece como si uno tuviera que poseer a cierta persona. Si es nuestro «oro» –nuestra alma- lo que está aflorando a la conciencia, es probable que la primera percepción de un cambio interno tan profundo sea que otra persona empiece a brillar para nosotros. Se trata de nuestro oro, pero lo vemos en el otro; estamos poniendo todo el oro en esa persona.

Primero admiramos a un héroe, sin darnos cuenta jamás de que él o ella solamente representa aquello que necesitamos manifestar en nuestro interior. Entonces, un tiempo después, si somos razonablemente inteligentes para saber trabajar con nuestras proyecciones, nos despertamos y descubrimos que nos hemos convertido en alguien bastante parecido a ese héroe. Fijamos nuestras propias posibilidades proyectándolas en otra persona y después las vamos asimilando gradualmente.

Este proceso continúa durante toda la vida. Nuestras proyecciones del héroe en otros siempre representan la dirección hacia la que nos encaminamos. Las personas actuales ya no pueden depositar su alma en otra persona o cosa; tenemos que aprender a albergarla nosotros mismos y encontrar el valor más elevado en nuestro interior.

Hemos ganado en realidad del ego, pero hemos perdido las funciones místicas y religiosas que deberían guiar nuestras vidas. El concepto de escuchar la voluntad de Dios es difícil de seguir para muchas personas de nuestro tiempo, porque choca con nuestro amor por la libertad y nuestra insistencia en el libre albedrío.

Por lo que se refiere a los aspectos más importantes de mi vida, no soy libre. Cuando estoy más seguro es cuando dejo de intentar controlar mi vida y en lugar de ello sigo los tenues hilos. Ésta es una perspectiva religiosa en el sentido de que el ego humano tiene que rendirse ante algo más poderoso que él.

La libertad insiste en que el ego puede hacer todo aquello que desee. No estoy intentando descartar por completo el concepto de libertad. Naturalmente que tenemos libre albedrío, pero insisto en que en cada momento hay una cosa correcta que hacer: podemos escoger seguir la voluntad de Dios o no seguir la voluntad de Dios, y sólo de esta manera podemos tener una vida con sentido. He aprendido a confiar en los tenues hilos para las grandes decisiones de mi vida, y utilizo el ego para que se encargue de los pequeños detalles.

Las pequeñas decisiones nos pertenecen, mientras que las grandes son como el viento que nos lleva. Pero la mayoría de personas actuales pasan gran parte de sus días preocupados por temas de tal envergadura que el ego realmente no puede controlar. El ego, pequeño y limitado, no es la facultad humana adecuada para tales tareas.

El asiento del conductor no corresponde al ego. De hecho, el ego suele interponerse en el camino de estar atento a los tenues hilos. Tenemos que aprender y procurar que nuestro ego se quede quieto y se comporte humildemente para así poder seguir los tenues hilos.

Las personas están tan ocupadas intentando controlar las cosas que no son del dominio del ego, que descuidan lo que sí lo es: una conciencia más elevada. El ego tendría que recoger datos y observar. El ego sirve como los ojos y los oídos de Dios. Recoge los datos, pero no toma las decisiones finales.

Cuando no sabemos cómo tomar una determinada decisión, deberíamos utilizar el ego para reunir toda la información posible y después esperar. Finalmente la voluntad de Dios se nos revelará. Es engañoso decir que ya lo sabremos; es más correcto decir que nos será revelado.

La manera de enfocar este tipo de vida es empezar con cosas extremadamente pequeñas. No hay que pensar demasiado en ello o se entra en contradicciones. Hay que empezar a observar cómo tomamos las pequeñas decisiones.

En lugar de sopesar todos los pros y los contras, y forzar una decisión una decisión con el ego, simplemente intentemos mantener el ego despierto y darle un golpecito en la mano, con suavidad, si intenta hacer demasiado.

Existe una diferencia cuando el ego dice algo o cuando es el self quien lo hace. Sé por experiencia que el impulso proviene de distintos lugares que hay en mí. Ese otro centro es capaz de tomar decisiones, y casi podemos sentir en el cuerpo la diferencia entre una decisión del self y otra del ego.

La del ego parece provenir de la cabeza, mientras que la del self parece venir de cerca del corazón o del estómago, a veces la llamamos «un sentimiento visceral».

Si realmente estamos siguiendo la voluntad de Dios lo sabemos de manera instintiva, hay una sensación de paz, de equilibrio y de totalidad, un ritmo tranquilo. En lugar de preguntar qué es lo correcto o qué coincide con nuestro interés personal, preguntémonos qué es lo que nos hace completos.

La santidad es el resultado de la totalidad no de la bondad. Lo que se necesita para ser completo será diferente para cada persona, y cambia a cada instante. Ello requiere volverse a alinear cada día, cada hora, en cada momento. Cuando uno consigue vivir así, alineando el ego con el self interior, ello tiene una profunda influencia en la calidad de nuestra vida. Seguir la voluntad de Dios incluyendo sus desgracias, significado, propósito y dignidad también nos quita gran parte de la ansiedad producida por la vida moderna.

Seguir la voluntad de Dios no consiste en resignarse o pasivamente «fluir con la corriente»; para las decisiones claves de la vida, hay que aprender a escuchar al corazón para poder oír cuál es lo más adecuado que hay que hacer.

Para sobrevivir las pruebas y tribulaciones diarias de la vida, todos debemos de encontrar, aunque sea ocasionalmente, un hilo de divinidad, algún rayo de significado que nos apacigüe el alma.

Si la vida no es tocada ni tan siquiera por una minúscula experiencia del mundo divino, entonces nuestra existencia se hace tan pequeña y retorcida que resulta insoportable. Muchas personas viven en este tipo de existencia árida y desolada, donde no existe otra cosa que el pequeño imperio del ego.

Toda mi vida ha sido un intento de encontrar y seguir la voluntad de Dios, y al mismo tiempo ha sido un paso por la soledad, siento que las dos cosas, para mí, han sido inseparables. En cierta manera comprendí que ése era mi destino a una edad bastante temprana, pero otra parte mía se rebeló desesperadamente contra la soledad y así estableció el conflicto básico de mi vida.

Cuando estaba solo, no podía soportar la soledad. Cuando estaba con alguien, una voz me susurraba constantemente al oído que debería estar solo.

Ahora puedo estar solo durante un largo tiempo y al mismo tiempo no sentirme obligado a hacer nada para evitar esa soledad; puedo soportar la soledad de estar con Dios.

Robert Johnson, analista junguiano