domingo, diciembre 09, 2007

La Paz es el camino_Escribe: Deepak Chopra(*)

El nacionalismo de Estados Unidos debería dejar de ser tóxico y empezar a ser curativo, escribe Deepak Chopra, afamado autor de best-sellers, en una columna exclusiva para Tierramérica.

CARLSBAD, ESTADOS UNIDOS.- ¿Vivimos en un país que está a favor de la paz? Millones de estadounidenses creen fervientemente que sí y ningún hecho reprensible les hace cambiar de idea. Ellos le dan la espalda al daño que Estados Unidos produce, casi irreflexivamente, alrededor del mundo.

Las grandes empresas estadounidenses que no toleran ser sometidas a reglamentaciones en su país se van al exterior, donde pueden apilar el cancerígeno amianto en enormes montones sobre los cuales juegan niños asiáticos, vender potentes productos farmacéuticos en los mostradores en Tailandia sin necesidad de receta médica, provocar un escape de gas letal en Bhopal, India, y, en general, causar daños al ambiente del modo que mejor les parezca. Todas estas cosas son obra de estadounidenses.

También es Estados Unidos el mayor proveedor de armas en el mundo y es el país que manda a sus soldados al combate para que los maten esas mismas armas en manos de sus enemigos. Asimismo, es estadounidense la promoción del libre mercado, cualquiera sea su costo.

Henry James dijo tiempo atrás que ser estadounidense constituye un destino complicado. Todavía es así. Alguien decía que somos el único país al que todos odian y al que todos quieren trasladarse.

El año pasado vi un documental sobre el sistema de libre mercado, que se ha convertido en la nueva religión tanto de los economistas como de los políticos conservadores. Un economista tras otro elogió los esfuerzos de Estados Unidos para introducir en todos los países extranjeros el “American way of life”.

Al libre mercado se le atribuyó haber causado el fin del comunismo, el rescate de Chile de las garras de hierro del general Augusto Pinochet y la liberación del mundo de los sofocantes monopolios y de los privilegios de clase.

En medio de este cuadro halagüeño pintado en el documental, la cámara captó a un vendedor callejero en Tailandia que vendía sandwiches en una carreta. Seguimos a este hombre cuando dejó atrás Bangkok y se dirigió rumbo al norte hasta unas exuberantes áreas de veraneo frecuentadas por turistas occidentales. El viaje terminó en un extraño y espectral lugar. Era un gran hotel en ruinas. Caminando a través de habitaciones a medio construir, el vendedor callejero puso en claro que él había sido el dueño de todo el complejo ahora abandonado. Había sido un floreciente empresario que había reunido millones de dólares para hacer realidad su sueño. El dinero lo había obtenido a principios de los años 90 durante el boom de la moneda tailandesa creado enteramente por inversores estadounidenses. Unos pocos financieros sentados frente a sus computadoras en Nueva York llevaron a la economía tailandesa a un vertiginoso ascenso. Luego, tan precipitadamente como antes, se pusieron nerviosos con la marcha del mercado monetario asiático y casi de la noche a la mañana el boom se convirtió en una caída catastrófica y el hombre que el lunes estaba construyendo un lujoso complejo hotelero se encontró el martes vendiendo sánduches. La doble cara de Estados Unidos como el mejor amigo del mundo y al mismo tiempo su peor enemigo se me reveló entonces de modo nítido.

Una primera alternativa es que Estados Unidos se convierta en una fortaleza aislada de las realidades que existen fuera de sus fronteras. En ese futuro ignoraremos la disparidad existente entre ricos y pobres que ya ha hecho tanto daño.

Estados Unidos posee alrededor de 5 por ciento de la población mundial pero consume cerca de un tercio de sus recursos naturales. Emitimos la mitad de los gases de invernadero que, como el dióxido de carbono, están vinculados al calentamiento global. Sin embargo, en la fortaleza norteamericana nada de eso importará tanto como seguir siendo ricos y vivir confortablemente. La segunda alternativa conduce a la verdadera globalización. Estados Unidos se dedicará a todo lo que actualmente está siendo ignorado. Asumirá el cometido de revertir el calentamiento global, de proteger a otras economías, de cerrar la brecha entre las naciones ricas y las pobres y de terminar con la devastadora pandemia del sida. Para que todo esto suceda, sin embargo, nuestro tipo de nacionalismo debería dejar de ser tóxico y comenzar a ser curativo. El camino a la paz está vinculado a la segunda alternativa. Si el futuro de Estados Unidos es el de convertirse en una fortaleza aislada del resto del mundo, entonces la paz no tiene una verdadera oportunidad. Seguir en la dirección de un nacionalismo tóxico es una receta para el desastre.

* Médico y autor de best-sellers sobre temas espirituales. Esta columna es parte de su más reciente libro “Peace is the way” que se lanzará en 18 de enero. Derechos reservados IPS.

Tomado de la pagina web: http://www.tierramerica.net