Por ello, es muy valioso este serio anàlisis que publicamos y trata el tema de las llamadas canalizaciones, vinculàndolo a la nueva sexualidad y la mìstica en el marco de esta nueva perspectiva espiritual .
Muy interesante el articulo. Los invitamos, con su lectura, a confirmarlo. (Jesùs Hubert)
Lo he escrito en otra ocasión: estoy firmemente convencido, por las evidencias acumuladas, que quienes “contactan”, realmente contactan con “algo” o “alguien”. El problema es que no podemos saber a ciencia cierta con qué o con quién. Por aquello que “no se puede ser juez y parte”, la opinión que los propios contactados –sean éstos en un marco religioso, con la Virgen o el propio Jesús, sean en un marco más “tecno”, con cosmonautas interplanetarios, sea en un marco más familiar, con el espíritu de la finada tía Clara- tengan de la fuente de sus experiencias es respetable, pero poco confiable. Ciertamente –alimentándose en las vacilaciones más innatas del ser humano- si una entidad contacta y se presenta como el mismísimo Hijo de Dios, acompañado de un florido mensaje en castellano demodé donde se habla de Paz y Amor a la vez que paradójicamente se amenaza con catástrofes (mundanas o planetarias, poco importa), la tendencia –la tendencia del contactado- será la de identificarse con la trascendencia del mensaje y el mensajero, legítima manera de escapar al anonimato y la oscuridad de la vida cotidiana. Habrá alcanzado –diría un Mc Lughan feérico- sus quince minutos de fama mística.
Pero sería un error dejarse llevar por la tentadora pendiente de una racionalización cómodamente conformista y deducir, en consecuencia, que todos los mensajes recibidos, toda la información canalizada[1] son sólo el subproducto espúreo, el residuo desechable de una psicopatología en ciernes o, cuando menos, una autoestima alicaída en busca de estímulos imaginarios de tipo espiritual. Y esto, por varias razones:
a) Las psicopatologías nunca vienen solas, para decirlo en buen romance. En muchos casos, el “contactado” o “canalizador” es una persona absolutamente equilibrada en términos psicológicos, afectivos y sociales el resto de la semana, excepto en las circunstancias de su “contacto”. Todo cuadro psicotatológico se advierte a sí mismo por una compleja sintomatología, y no deja de ser sugestivo que algunos contactados, a veces por sus propias exigencias profesionales, son periódicamente sometidos a chequeos clínicos de tipo físico y psicológico que, precisamente, no revelan ninguna perturbación de ese tipo.
b) El protagonista de los sucesos manifiesta ciertas aptitudes (fisiológicas, intelectuales o parapsicológicas) de las que no solamente carecía antes del “contacto”, sino que en muchos casos superan lo normal y previsible, siendo, en consecuencia, paranormales.
c) El destino del “contactado” o “canalizador” es azaroso. Pero puede resumirse en tres posibilidades: o (a) se autodestruye, física o psicológicamente, o más bien “lo” destruyen (b) permanece en constante búsqueda y crecimiento de la vía ¿elegida?, o (c) transcurrido el lapso “místico”, vuelve a la “normalidad” y cotidianeidad de su vida de siempre siendo el período de canalización apenas un recuerdo. Ninguna psicopatología (especialmente tan aguda como desde la ortodoxia se supone debería ser un cuadro de estas características) remite espontáneamente, sin dejar secuelas y para siempre como en este último caso planteado.
d) Finalmente, la explicación psicologista es cómoda, funcional y propia de nuestros tiempos, pero en absoluto responde al método científico. Es, por lo tanto, una especulación más[2]. Lo que ocurre es que resulta más aceptable –en términos del corset cultural propio de esta época- suponer que todo es producto del inconsciente desbocado y enfermizo de un individuo, que de la percepción de información proveniente de otras formas de inteligencia. Cuando un comunicador social destroza en un programa de televisión a un canalizador o contactado al sugerir su inestabilidad psíquica optando por una mera explicación psicológica, ¿qué formación, qué conocimiento de causa puede tener ese periodista, sobre qué material analizado y reflexionados se basa para sus conclusiones?. Lo hace, apenas, sobre lo que se considera “progresista” e “intelectual” en términos de una opinión pública. En consecuencia, responde a un paradigma. Pero el paradigma es un modelo de la realidad, nunca la Realidad en sí misma.
En este trabajo –limitado en su extensión- no me expediré sobre las “fuentes” de canalizaciones y contactos. El tema es demasiado amplio y complejo y lo dejaré para otros artículos. Restringiré mi análisis a estudiar el marco parapsicológico en que se producen estos fenómenos, a efectos de discernir sintomatológicamente unos de otros, especialmente –para refutar ciertas posturas fundamentalistas afines a considerar cada “canalización” como un caso de “posesión satánica”- lo que diferencia o semeja tales episodios de las demonopatías.
Canalizaciones y sexualidad liberada
Una de las primeras reflexiones que quisiera aportar al lector tiene que ver con advertir la estrecha relación que existe entre el fenómeno de la “canalización” y el “contacto” en su manifestación global –aquí, en el sentido de “planetaria”- y la actitud con que esa masa humana enfoca su sexualidad. El tema no es menor, ya que me sugiere que estrecha las relaciones entre la sexualidad entendida en un sentido tántrico y un cambio fundamental de la mística de la gente.
En efecto, históricamente, lo místico se entendía –esto en Occidente- como lo necesariamente opuesto a la sexualidad. Al punto que todo místico que se precie debía recomendar, como un aburrido sonsonete, la abstinencia o, cuando menos, la contención. Un individuo “espiritual”, con esos códigos, era, por lo menos de cara al mundo, un individuo cuyas apetencias sexuales estaban reprimidas por propia decisión.[3]
Pero la mística propia de la Nueva Era y, por carácter transitivo, la mística que acompaña a los “canalizadores” y “contactados”, es una mística que no reniega de la sexualidad: al contrario, se alegra de ella y la estimula, entendiéndola como un medio lícito de crecimiento personal, de goce de la vida –un don divino, al fin y al cabo- y, en un nivel más profundo, una herramienta (con algunas severas precauciones) para despertar “poderes” latentes en nosotros. No puede negarse un hecho fundamental: la mística de esta Era pasa por una espiritualidad no eclesial, poco afecta a instituciones, dogmas y jerarquías (a contrapelo de la espiritualidad histórica de Occidente donde la misma no se concebía sin iglesias, templos, sacerdotes, liturgias, fechas y ceremonias cumplidas a rajatabla).. Es una espiritualidad libre, una espiritualidad sin compromisos formales. Una espiritualidad donde cada ser humano concibe a Dios a su manera, lleva el templo en su corazón, elige sus códigos de “contacto” con lo Alto.
Y así es su sexualidad. Libre. Sin compromisos formales muchas veces. Sin etiquetas, sin hipocresías, donde cada uno elige sus propios códigos. Creo que esta correspondencia entre Espiritualidad y Sexualidad no es casual y, esto cuando menos, nos habla de una mutación (en el sentido de salto evolutivo) de la naturaleza psicoemocional humana. Debido a la naturaleza holística del ser humano, una mutación psicoemocional, tarde o temprano, devendrá en una mutación fisiológica –si es que ya no lo está haciendo-. Extrapolando, podemos prever que esa mutación acarreará otras consecuencias, pues si se está liberando una potencialidad reprimida psicoemocionalmente, ello arrastrará que otras potencialidades se liberen, primero de manera individual, luego, por efecto de la estructura disipativa del inconsciente colectivo, en toda la masa humana. Eso será lo Psi, lo parapsicológico.
Lo que estoy queriendo señalar es que una consecuencia de “canalizaciones” y “contactos” (aún cuando la fuente de tales canalizaciones y contactos no sea la que se supone) es el salto evolutivo de la Humanidad a un estadio superior. Si este crecimiento es por peldaños o por un “salto cuántico” es apenas anecdótico (por lo menos, a efectos de este trabajo). Pero precisamente, si esa mutación devendrá, entre otras manifestaciones, en lo parapsicológico, debemos comenzar por, modestamente, ubicar en el aquí y ahora el marco parapsicológico de estos fenómenos, diferenciarlos de lo demonopático y lo psicopatológico (que los hay, no vayan a creer lo contrario). Permítaseme, entonces, transcribir a continuación unas líneas del trabajo que junto a la profesora Milagros Gómez hemos incorporado a nuestro curso de Clínica Parapsicológica[4]:
Prosopopesis (Prosopesis Posesiva, para el caso que nos interesa)
Concepto
Este cuadro clínico consiste en la aparición de una nueva personalidad que convive con un enfrentamiento y lucha por el dominio de la conciencia y el cuerpo del sujeto. Este nuevo personaje que se apodera del curso de la vida del sujeto por un largo tiempo, de mayor o menor duración, está investido de poderes especiales y es la causa de la producción de cierta fenomenología Psi propia del cuadro.
Este cambio brusco de la personalidad –que sustituye la original o coexiste con ella- va de la disociación hasta la transformación de la identidad.
Semiología
El elemento central del cuadro es un sentimiento inquietante y muy intenso, a la par que penetrante, de enajenamiento, que puede definirse como un trastorno afectivo en el cual los principales síntomas son sentimiento de irrealidad y una pérdida de la convicción de la propia identidad, del sentido de identificación y del control de la propia voluntad y sobre el propio cuerpo.
Los síntomas de irrealidad son de doble naturaleza: por una parte un sentimiento de personalidad cambiada o que una personalidad extraña ha invadido la intimidad, y por otro lado un sentimiento que esta nueva personalidad intrusa tiene dominio sobre sus actos y su conciencia.
El comienzo de este cuadro puede ser repentino o estar precedido por experiencias previas significativas. Usualmente aparece en relación a personas de edad adolescente o adultos jóvenes, aunque esto no es exclusivo. Va acompañado de un fuerte sentimiento de angustia desgarradora. También el sujeto realiza actos que parecen ejecutarse de un modo mecánico, como si fuera un autómata.
La lucha entre la personalidad original y la intrusa termina por producir un agotamiento físico y psíquico muy intenso y trastornos neurovegetativos y cenestésicos muy profundos.
Formas clínicas
La prosopopesis puede presentarse de varios modos siendo los más importantes: demonopática, zoopática y mística. También existe un cuadro menor de obsesión que presenta interesantes relaciones nosográficas entre este síndrome y la forma de influencia del síndrome de acción exterior.
A. Demonopatía
Concepto
Este cuadro clínico es la forma más típica de la P.P., comúnmente llamada formas metabólicas o de cohabitación corporal; comportan una estructura que pone de relieve el sufrimiento del sujeto ante la presencia dentro de sí de una fuerza de naturaleza maligna que lo domina contra su voluntad.
La aparición de una doble personalidad “maligna” es producto de un particular juego de interacciones que dramatiza de manera singular la emergencia de un complejo autónomo del inconsciente, de la sombra más arcaica y desiderativa del hombre.
El hecho de posesión es posible. Pero no siempre ocurre que los sujetos que la padecen sean realmente “posesos”. Hasta la Iglesia Católica es especialmente cuidadosa al respecto. Sin embargo y dejando de lado estos casos (los menores) y los casos de “posesión” adjudicables a alteraciones de la personalidad del sujeto, es posible encontrar una franja de casos que entrarían en el terreno propio de lo parapsicológico. La activación por parte del potencial Psi, de organizaciones profundas del psiquismo enlazadas a energías involutivas pueden hacer aparecer este cuadro de demonopatía siempre y cuando –y este sería lo diferencial- aparezcan sumados a los síntomas patognomónicos específicos, fenomenología Psi muy determinada.
Semiología
La variada gama de síntomas del cuadro acompañan en realidad a la tríada sintomática particular:
a) Xenoglosia (hablar una lengua desconocida)
b) Conocimientos de hechos que normalmente no pueden ser sabidos por la persona que padece la demonopatía (clarividencia y sus variantes), y
c) Manifestación de hechos que normalmente exceden la capacidad física y fisiológica de la persona.
Obviamente estos signos acompañan al trastorno de personalidad y a la lucha por el dominio del psiquismo y el cuerpo, que se desata entre la fuerza invasora y el sujeto.
Otros rasgos semiológicos son:
- conocimientos científicos y facilidad para hablar de temas científicos desconocidos;
- producción de efectos que exceden a las fuerzas humanas o naturales
- anestesia de determinados órganos (ceguera, etc.)
- estigmas corporales
A este cuadro hay que sumarle la presencia de fenómenos de telepatía, clarividencia, precognición, psicocinesis, tiptología, osmogénesis, levitación, aportes, ectoplasmias, etc.
Evolución: En su forma típica pueden diferenciarse en las demonopatías cuatro etapas o períodos.
a) Período convulsivo: se produce una descarga sinérgica y masiva en términos de convulsiones, espumarajos, gritos, crisis de llanto. Estos paroxismos pueden comenzar de un modo generalizado desde el inicio o empezar en forma parcial y luego generalizarse. En ambos casos aparecen profundas contracturas musculares, mordeduras del sujeto de su lengua o de sus manos, espasmos tónicos, respiración ruidosa (estertórea) y pérdida de esfínteres.
b) Período clowniano: donde se producen fenómenos de fuerza sobrenatural, contorsiones y arcos corporales que asombran por la casi imposibilidad de su realización. En esta fase se producen también automatismos y crisis psicomotoras (musitaciones, frotamiento de manos y genitales, etc.) y una variada gama de fenómenos Psi, en especial psiquinéticos.
c) Período pasional: aparecen provocaciones eróticas del sujeto así como actos masturbatorios y una verborrea de expresiones procaces. También el sujeto manifiesta sufrir alucinaciones y cenestesia severas por su intensidad.
d) Período terminal: el sujetor ecupera la conciencia de sí, disminuye el cuadro clínico sintomático en el caso de una remisión. Esta remisión puede ser total, parcial o cíclica.
Formas clínicas
Existen varios criterios para clasificar este cuadro. Algunos autores señalan la necesidad de distinguir según el grado de compromiso de las esferas de desarrollo el sujeto. Así podemos hablar de posesiones corporales (cuando la fuerza sólo toma el cuerpo haciéndolo sufrir o exacerbar); posesiones espirituales (cuando sólo posee el “alma” del sujeto sin afectar su corporalidad) y posesión total (cuando el todo del sujeto se encuentra sometido a la acción demonopática).
También es posible hablar de una posesión voluntaria (convocada y “por pacto”) y una posesión involuntaria (contra el sujeto). Es posible finalmente hablar de posesiones inducidas y sufridas.
A los efectos del presente estudio es conveniente ordenar el cuadro:
Formas Mayores:
- demonopatías generales: cuando afecta, contra la voluntad del sujeto, tanto el soma como la psiquis.
- Demonopatías parciales: que podríamos dividir en corporal y psíquica, según el área afectada
Formas Menores:
- obsesión demonopática: cuando el sujeto se siente sometido a la acción diabólica sin ser víctima de la posesión directa. Esta fuerza permanece fuera del sujeto y lo atormenta con tentaciones (especialmente durante el sueño). El sujeto es inducido a cometer actos obscenos, robos, etc.
B. Mística
Concepto
La forma clínica de la posesión mística si bien tiene rasgos en común con el resto de los tipos de prosopopesis posesiva, sin embargo se diferencia en puntos particulares.
En primer lugar, la cohabitación corporal no reviste aquí el imperativo de una lucha entre la personalidad del sujeto y la intrusa, sino más bien se trata de una separación del Yo de “las miserias terrenales”, a partir de ser visitado por una fuerza de naturaleza benéfica, en general de un orden divino o cercano a la divinidad.
En segundo lugar no aparecen rasgos de sufrimiento; por el contrario, la sensación que el sujeto transmite es de beatitud y confort.
Pero lo significativo de este cuadro es que la prosopopesis incluye un contenido religioso de naturaleza interpretativa. El sujeto manifiesta ser un elegido, sobre el cual ha descendido una fuerza divina, y toda su conducta se orienta a partir de esa convicción.
También es importante en este cuadro la experiencia de transformación mística y de éxtasis, que pone en evidencia, ésta última, el carácter centrífugo de este tipo clínico.
Semiología
Los signos patognómicos de este cuadro pueden agruparse en cinco puntos esenciales:
a) la riqueza de la descripción del sujeto, de la experiencia que le está aconteciendo, que por momentos se torna desbocada;
b) la supresión casi completa de la actividad motriz;
c) sensación de gozo y plenitud;
d) yuxtaposición de la personalidad mística al mundo habitual del sujeto, al cual éste continúa adaptado;
e) poderoso desarrollo de la actividad intuitiva y los entidos internos y propioceptivos.
En este caso la yuxtaposición de personalidades dan como resultado una integración paradójica de la unidad del psiquismo, una diplopia que por una parte enfrenta al sujeto, por ejemplo, ante la posibilidad de una catástrofe del fin del mundo, sin que por ello pierda la normal adaptación a la vida habitual.
Pero un aspecto importante de la semiología de estado de este tipo clínico, es la tendencia al éxtasis. El éxtasis puede entenderse como una sublimación del estado de beatitud, situación en la cual el sujeto pierde el contacto con el mundo externo y obra de un modo inconsciente o semiautomático. En este estado el sujeto alcanza una contemplación singular de sus procesos internos y una especie de “ultraconciencia”, a la par que una pérdida de limites.
Los sujetos manifiestan la vivencia de un estado de fusión mística con la divinidad y la suspensión de las sensaciones y vivencias psicosensoperceptivas.
Formas clínicas
La forma mística de la prosopopesis pone en evidencia, a pesar de las diferencias existentes entro del grupo, un mismo núcleo global y esencial característico.
Sin embargo resulta bastante difícil establecer tipos clínicos totalmente discriminados por lo que en este caso en particular hemos optado por realizar una enunciación genérica, a la espera que nuevos avances en la clínica nos permitan caracterizar con mayor precisión los tipos semiológicos singulares.
C. Zoopatías
Concepto
La forma zoopática de la prosopopesis posesiva constituye, en una mirada de conjunto del cuadro clínico general, una forma menor en cuanto su frecuencia de aparición.
Son varios los autores que señalan el carácter especialmente torturante de este padecer en el cual un sujeto siente la convicción conciente de ser poseído por un animal y la vivencia de transformación corporal, gestual y anímica al modo del animal intruso.
Si bien la lucha de la voluntad existe, el rasgo más acentuado en este tipo se orienta hacia el automatismo y el terror a la ejecución de actos con pérdida de conciencia.
La tradición nos ha hecho llegar numerosos relatos sobre estos hechos; los más numerosos sobre la licantropía, pero también la psiquiatría moderna nos brinda algunos ejemplos significativos.
Si bien podríamos establecer una diferencia entre la zoantropía en la cual el sujeto mantiene la vivencia de estar siendo poseído por un animal y la zoantropía en la cual se produce una transformación psíquica y corporal, salvo las diferencias que singularizan cada forma, la base común es idéntica, tanto en su semiología como en su dinámica.
Semiología
Los rasgos característicos de este cuadro son los siguientes:
- vivencia de posesión por parte de un animal;
- temor a la pérdida de conciencia y realización de actos automáticos;
- comportamientos acordes con la modalidad de la fuerza intrusiva;
- profundas alteraciones cenestésicas y propioceptivas.
Pero tal vez, un rasgo semiológico no patognómico, pero sí importante, es el temor casi terrorífico que manifiesta el sujeto frente a su conducta y a la situación que padece, así como la progresiva degradación de sus actos.
Formas clínicas
Al igual que en la demonopatía podríamos diferenciar entre formas mayores y formas menores.
Las formas mayores incluyen la zoopatía general (cuando tanto el cuerpo como la psiquis está amalgamada por la acción posesiva) y zoopatía parcial (cuando sólo el cuerpo o la psiquis está tomada).
Las formas menores son la Zoopsia, en la cualel sujeto percibe la acción de un animal, generalmente en una actividad aterradora y agresiva, que lo amenaza y tienta con la posesión. En este sentido es equivalente de la obsesión demonopática, con quien comparte sus demás rasgos semiológicos.
Pero el estudio de las formas clínicas nos pone ante la necesidad de diferenciar claramente lo que sería una transformación de una posesión parasitaria. En el primer caso la posesión conduce al cambio del sujeto, mientras que en el segundo el sujeto asiste a la anidación dentro de sí del animal.
Posesión y Obsesión [5]
Es significativo que casi todos los pueblos hayan creído en la existencia de seres superiores malignos que podían adueñarse de ciertos lugares, o incluso de personas, para causar trastornos a la humanidad. Tenemos abundantes testimonios de este fenómeno, que se caracteriza por manifestaciones horripilantes: voces huecas que parecen surgir del cuerpo del “poseso”, muebles que se desplazan, contorsiones inverosímiles... No es sorprendente, pues, que todas las culturas hayan buscado una explicación para este fenómeno y una manera de ponerle fin.
Los antiguos egipcios practicaron ritos para protegerse de las potencias amenazadoras que podían salirles al paso en este o en el otro mundo; en su religión los conjuros mágicos de carácter oral se complementaban con rituales consistentes en herir, partir o seccionar una representación del ser temido. En Sumer, Asiria y Babilonia aparece también una amplia demonología acompañada de ritos paralelos para protegerse de la acción de entes maléficos; uno de los procedimientos más generalizados era el de hacer pasar mágicamente el espíritu a un vaso u otro objeto, que luego se echaba al fuego o se rompía. Asimismo, algunas prácticas típicas de religiones animistas muy primitivas, por ejemplo, la reducción de cabezas entre los jíbaros, constituyen también formas de exorcismo destinada a capitalizar ciertas influencias espirituales.
La universalidad de estos rituales y su permanencia a través del tiempo no puede por menos que hacernos reflexionar sobre la naturaleza del fenómeno que los motiva. Las religiones, por otra parte, ya han dado su propia interpretación y han actuado en consecuencia.
Exorcistas e Iglesia
Según una de las máximas autoridades en la materia, el sacerdote católico Corrado Balducci (conocido también por sus avanzadas ideas respecto a la vida extraterrestre), miembro de la congregación De propaganda fide y especialista en problemas de posesión diabólica, sólo resulta verdadero uno de cada mil casos de los que se hace cargo la Iglesia católica.
No obstante, reconoce haber presenciado casos en que los posesos “emitían gritos que no eran humanos, vomitaban objetos y animales que nunca habían tragado, demostraban una fuerza que ni diez personas lograban contener. Volaban por la habitación. Aumentaban de repente hasta ocho veces de peso. Rugían como energúmenos cuando se les acercaba algún símbolo sagrado”. Balducci es consultor habitual, en este terreno, de los obispos, en quienes recae actualmente la responsabilidad de autorizar los exorcismos, debidamente asesorados por personas de quienes se espera la máxima solvencia en psicología y parapsicología.
La Iglesia católica ha sido la institución que con mayor intensidad se ha dedicado a ayudar a los posesos y a perfeccionar las fórmulas de exorcismo destinadas a este fin. Jesucristo mismo fue el primero que dio “órdenes” precisas al demonio para que desalojara los cuerpos de algunos posesos de su época. Desde entonces, el principio del exorcismo ha variado poco: el exorcista tiene que dirigirse al demonio que “vive” en la víctima y ordenarle, en el nombre de Dios, que se marche de allí. Si el espíritu ocupante se niega y los efectos de la posesión empeoran, entran en juego el empleo de símbolos sagrados y la propia personalidad del exorcista, que suele ser muy fuerte y proclive a la espiritualidad. La fórmula de exorcismo más habitual utilizada por la Iglesia católica romana se remonta a 1614, y está contenida en el “Rituale romanum”:
“Exorciso te, inmundissime spiritus, omnis incursio adversarii, omne phantasma, omnis legio, in nomine Domini nostri Jesu Christi. Eradicare et effugare ab hoc plasmata Dei. Ipse tibi imperat, qui te de supernis coelorum in inferiora térrea demermergi praecipit”.
He aquí la traducción aproximada: “Yo te exorcizo, espíritu inmundo, toda incursión del adversario, todo espectro, toda legión, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Despréndete y huye de esta criatura de dios. Te lo ordena aquél que te hizo precipitar desde lo alto de los cielos a las profundidades de la tierra”.
La Iglesia católica no es la única institución religiosa oficial que se ha preocupado por estos fenómenos: algunas iglesias protestantes, especialmente la anglicana, poseen asimismo una larga tradición en este campo. Pero además, por su naturaleza misteriosa, otros ritos parecidos se han ido transmitiendo desde la antigüedad, muchas veces por canales poco ortodoxos, al margen de las religiones “oficiales”. En Galicia, por ejemplo, estas creencias han subsistido, a nivel popular, en las ceremonias llevadas a cabo por los “menciñeiros”, personajes a medio camino entre el brujo y el exorcista. En la Puna argentina, la “diablada” es un sincretismo cristiano – pagano de carácter exorcista.
Posesos
Los casos de posibles posesiones diabólicas son cada vez más numerosos, debido quizás al aumento del estrés y al creciente consumo de calmantes y antidepresivos. Pero aunque esto explica algunos de los casos, hay fenómenos que ningún trastorno emocional puede justificar. Además, la frecuencia con que aparecen hace que estos fenómenos sean cada vez más objeto de divulgación, a lo cual ha contribuido particularmente el cine.
Lo que resulta realmente alarmante es que muchas personas incompetentes o con intenciones abiertamente fraudulentas hayan adquirido el estatus de “exorcistas”. De ahí que en los últimos años se haya producido más de un caso de desenlace trágico. Esto sugiere una de las problemáticas más delicadas del fenómeno de posesión y el de “obsesión” que, como su nombre lo indica, se trataría de cuando la entidad espiritual, sin tomar el cuerpo y la voluntad de la víctima, le perturba y arremete permanentemente, impidiéndole centrar su atención en las necesidades cotidianas.
¿Qué clase de “posesos” deben someterse a un exorcismo en toda regla y cuáles a un tratamiento médico o psiquiátrico?. En el mundo de hoy encontramos numerosas, o presuntas, víctimas de espíritus, demonios o poltergeists –como queramos llamarles-; pocos tienen idea de la naturaleza del fenómeno que les queja, ni de los riesgos que pueden correr.
Antiguamente, cualquier fenómeno paranormal recibía un tratamiento religioso. Entre los casos más célebres figura el deplorable episodio de “los demonios de Loudum” (1631), a raíz del cual el sacerdote Urbain Grandier murió en al hoguera, víctima de los manejos políticos y de las acusaciones de un convento de ursulinas en estado de posesión. Más famoso aún, si cabe, fue el largo proceso de las brujas de Salem. Este caso es célebre por haber sido una de las escasas cazas de brujas que tuvieron lugar en Norteamérica, donde estas persecuciones no fueron, ni mucho menos, tan frecuentes ni sangrientas como en el Viejo Mundo. Pero aparte de la popularidad que les haya proporcionado el teatro y el cine, las “posesas” de Salem tienen su lugar en la historia.
Estos dos ejemplo tienen, curiosamente, algo importante en común: ambos, una vez aclarados a la luz de la historia, resultaron ser una combinación de fraude deliberado y de histeria.
Actualmente, sin embargo, no resulta verosímil que se puedan producir casos como éstos, ya que el procedimiento de las posibles posesiones es muy distinto. Desde el punto de vista estrictamente psicológico, los fenómenos de posesión se inscriben en el contexto de ciertos trastornos denominados “de escisión de la personalidad”, que permiten la aparición de sistemas autónomos que logran suplantar la síntesis habitual de la personalidad: algo así cono una grieta por la que asoma el magma de una región poderosa e insospechada.
Desde la aportación que el doctor Jean Martín Charcot (1825 – 1893), fundador de la neuropatología moderna, hizo al estudio de este tipo de fenómenos, éstos se han venido enmarcando en el cuadro de la histeria; pero ello no impide que algunos casos desborden todos los esfuerzos de la medicina. El acompañamiento de fenómenos parapsicológicos ha contribuido a reforzar el aspecto sobrenatural del asunto, por lo que muchos médicos, impotentes ante estos hechos, no dudan en remitirlos a las autoridades religiosas para someterlos a exorcismo.
El problema de decidir sobre la naturaleza de un fenómeno de posesión no es nuevo, como evidencia el testimonio del polígrafo benedictino fray Benito Jrónimo Feijoo (1676 – 1764) quien en su obra Teatro Crítico Universal dedicó uno de sus discursos a “los demoníacos, endemoniados o energúmenos”. Señala allí que muchos de ellos son fingidos, pero que no por ello deja de haberlos verdaderos (refiere, entre otros, el caso de una energúmena que fue exorcizada en el convento de Nuestra Señora de Valvanera, no lejos de Nájera, Logroño, España).
Por otro lado, en cambio, se permite dudar de la buena fe o la sagacidad de los exorcistas que dan por sobrenaturales fenómenos de embaucamiento. En este sentido, se refiere a cierta posesa de Oviedo que, al parecer, hablaba latín sin saberlo, que sabía lo que ocurría en cualquier momento y lugar del mundo, y que saltaba como si tal cosa sobre la copa del árbol más alto. El exorcista creía plenamente en estos prodigios, pero Feijoo no dio su brazo a torcer; sólo veía en ella a una embustera. La hizo conducir a su presencia y le indicó que poseía conjuros más eficaces que los usados por otros sacerdotes. Le dirigió versos de Virgilio, Ovidio y otros poetas “articulados con gestos ponderativos y voz vehemente para que hiciesen más fuerte impresión, como en efecto la hicieron”. Además, le aplicó una simple llave envuelta en papel diciendo que era una reliquia. Todo ello provocaba en la presunta endemoniada estremecimientos y convulsiones. Así descubrió que se trataba de un fraude.
Sin embargo, Feijoo, al tratar de las excepcionales fuerzas que asisten al poseso, se expresaba así: “Esto de volar de la calle al techo o del pavimento a la altura dela bóveda o colocarse sobre las cúpulas de los árboles, pisar sobre las espigas de las mieses sin doblar las cañas, se dice de muchos energúmenos cuando se da noticia de ellos en tierras distantes. Yo nada de estas cosas pude ver hasta ahora. El que lo viere no ponga en duda en que lo hace agente preternatural”.
La actitud de este erudito benedictino del siglo XVIII, ajena a una supersticiosa aceptación demonológica, le acerca considerablemente a la visión actual del problema. Hoy en día, este tipo de fenómenos no parece hallarse en regresión. En cambio, la práctica del exorcismo propiamente dicho sí parece abocada a la desaparición a medio o largo plazo, paralelamente a la disminución de la fe religiosa que se aprecia en la sociedad. Sin embargo, resulta difícil de creer que el título de “exorcista” –a pesar de sus siniestras resonancias- pueda desaparecer por completo: antes bien pasará a aplicarse, como sucede ya actualmente, a personas que, como ciertos parapsicólogos y otros expertos, demuestran obtener cada vez mejores resultados en su trato con lo paranormal.
En síntesis, si debemos establecer la marcada diferencia entre Obsesión y Posesión, podríamos simplificar acertadamente diciendo que en la obsesión la entidad perturba y acosa al sujeto, pero éste en todo momento mantiene el albedrío sobre su mente y su cuerpo. En la posesión, en cambio, ese albedrío se pierde y el sujeto es “instrumento” de la entidad. Es el caso evidente de aquellos “cavalhos” (“caballos”, por ser “montados” por la entidad), “paes” y “maes” de cultos afro americanos donde la supuesta entidad –generalmente “exús”, “pomba giras” o “pretos velhos”[6]- toma el cuerpo del médium para expresarse a través de él.
Subsecuentemente, casos como el de “Irenko” –la hipotética entidad que se manifiesta a través del contactado chileno Claudio Pastén- son, decididamente, casos de “posesión”, en tanto Pastén es –o dice ser- absolutamente inconsciente e ignorante de lo dicho y hecho durante los procesos de trance. Claro que debemos hacer el esfuerzo intelectual, primero, de despojar al término “posesión” de la connotación “maléfica” que le da el lenguaje popular, ya que nada impide que existan posesiones “benéficas”... aunque este es, precisamente, uno de los elementos que fundamentan mi convicción que lo que contacta es algo muy distinto de lo que el contactado cree, y posiblemente con intenciones también distintas a las que manifiesta ya que, ¿hasta dónde hablar de “posesión benéfica”, más allá del discurso beatífico, donde hay quita de libertad y albedrío del sujeto sin consentimiento –cuando menos en una etapa inicial[7]- del mismo?.
Ahora bien. Es evidente que en la inmensa mayoría de “canalizadores” y “contactados” esto no ocurre. No sólo el sujeto tiene plena conciencia de sus dichos y actos –quizás los primeros en un marco pseudo sonambúlico en ocasiones, pero del cual se “extrae” con absoluta facilidad- sino que la propia entidad le permite elegir entre ser receptor o no del “mensaje”. El sujeto tiene siempre la oportunidad de asistir o no a los eventos convocados por esa inteligencia, de rechazar o aceptar realizar alguna tarea asignada eventualmente por la misma. Aquí no podemos menos que comparar esta relación “light” con la actitud invasora, compulsiva y yo diría mafiosa de “visitantes de dormitorio”, “grises” y toda una camarilla de secuestradores, nocturnos o no. Aceptada la realidad de estos hechos –en los términos de Realidad que hemos definido en nuestro trabajo “La experiencia de abducción como iniciación esotérica”[8], pone en evidencia una amplia gama de intencionalidades –y seguramente, de orígenes- de nuestros visitantes.
El sufrimiento como alimento cósmico
No me ha ganado precisamente muchas simpatías mi afirmación que uno de las razones de esta “parodia cósmica” este sainete intergaláctico montado por Inteligencias de Afuera para hacernos creer lo que no son, tiene como objetivo, para algunas de ellas al menos, sólo una primitiva y universal función: alimentarse. Sospecho firmemente que algunas de estas entidades hacen ex profeso sufrir a sus contactados y adláteres simplemente para hacerles generar sufrimiento, una emoción, una energía, un “calor” espiritual, y pienso que si hablamos de entidades inteligentes no físicas –si energéticas, astrales o espirituales, es una discusión menor aquí- como seres vivos no pueden escapar de esa ley cósmica que hace nacer, alimentarse, crecer, reproducirse y morir a toda la Vida. Sólo que entidades de esa naturaleza no se alimentarán de un combo McDonald ni una austera ensalada vegetariana. Un ser de pura energía, ¿de qué se alimentará?. Obvio: de energía. De energía a través de la entropía.
En todos los casos, la entropía física es sustancialmente una pérdida de calor que se evade sin poder ser utilizado. Una máquina térmica cualquiera –por ejemplo, una simple máquina de vapor a pistón- funciona en base al aumento de entropía. Si la entropía no aumentara, una máquina de vapor no podría funcionar. En otras palabras, si no fuera porque una caldera calienta un refrigerante y se degrada calor por este medio, no habría posibilidad de utilizar el calor para mover un mecanismo. Análogamente, el sufrimiento, entropía psicológica, se transforma en “cambios” (trabajo) que es lo que vivencia el sujeto. Pero el sufrimiento excesivo disipa “calor” –espiritual, emocional, energético- que es lo que puede ser aprovechado por esa entidad que, en el acto –estaba por escribir, “tan humano”- de alimentarse, es percibido como “obsesionante”. La obsesión de una entidad alimentándose es al humano como el humano es a la vaca cuyas glándulas mamarias oprime para ordeñarla.
[1] Es de imprescindible lectura, para una comprensión contextual del fenómeno, la lectura de mi trabajo “Contactados y revelaciones”, publicado en AFR número 64
[2] Sobre el relativo valor de las explicaciones psicológicas y su divorcio con la metodología científica –pese a su inserción académica- ver mi trabajo “La embestida de los escépticos”, en AFR número 1.
[3] Es obvia entonces la relación entre el uso de la espiritualidad como medio de control humano y las necesidades del poder de turno.
[4] Dictado a distancia por el Centro de Armonización Integral
[5] Según se define en nuestro Profesorado en Parapsicología Aplicada
[6] Para una precisa descripción de la naturaleza de los mismos, véase el curso intermedio –gratuito- de Autodefensa Psíquica
[7] Y en las etapas posteriores, podemos suponer que el condicionamiento nacido de esas fases iniciales de por sí limita el discernimiento del sujeto.
[8] En AFR número 52
(*)Director de la revista digital "Al Filo de la Realidad" http://www.alfilodelarealidad.com.ar/
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