viernes, enero 15, 2016
Un mundo injusto, cegado por la tecnología _ Escribe: Leonardo Boff
Estamos aturdidos. Y como bebedores consuetudinarios, presos
de su copa, necesitamos seguir “bebiendo” las luces y las sombras de la
tecnología, para no enfrentar la realidad.
No es casual que nos hayamos convertido en una sociedad de cabezas gachas - o
agachadas sobre los smartphones - víctimas de un autismo tecnológico que nos
separa, cuando debía unirnos. Víctimas de una prisión virtual que nos aísla del
calor y el color de nuestro mundo real.
El otro, nuestro prójimo, está al lado nuestro, pero no lo
vemos. Un teléfono, una computadora o una tablet, nos separan. (Jesús Hubert)
La sociedad del cansancio y del abatimiento social
15/01/2016
Hay una discusión en todo el mundo sobre la “sociedad del
cansancio”. Ha sido formulada principalmente por un coreano que enseña
filosofía en Berlín, Byung-Chul Han, cuyo libro con el mismo título acaba de
ser publicado en Brasil (Vozes 2015). El pensamiento no siempre es claro y,
algunas veces, discutible, como cuando afirma que el “cansancio fundamental”
está dotado de una capacidad especial para “inspirar y hacer surgir el
espíritu” (cf. Byung-Chul Han, p. 73).
Independientemente de las teorizaciones,
vivimos en una sociedad del cansancio. En Brasil además de cansancio sufrimos
un desánimo y un abatimiento atroces.
Consideremos, en primer lugar, la sociedad del cansancio.
Ciertamente, la aceleración del proceso histórico y la multiplicación de
sonidos, de mensajes, la exageración de estímulos y comunicaciones,
especialmente por el marketing comercial, por los teléfonos móviles con todas
sus aplicaciones, la superinformación que nos llega a través de los medios
sociales, nos producen, dicen estos autores, enfermedades neuronales: causan
depresión, dificultad de atención y síndrome de hiperactividad.
Efectivamente, llegamos al final del día estresados y
desvitalizados. No dormimos bien, estamos agotados.
Para seguir leyendo, favor de presionar: Más información.
A esto hay que añadir el ritmo del productivismo neoliberal
que se está imponiendo a los trabajadores en todo el mundo, especialmente el
estilo norteamericano exige de todos el mayor rendimiento posible. Esto es la
regla general también entre nosotros. Tal exigencia desequilibra emocionalmente
a las personas, generando irritabilidad y ansiedad permanente. El número de
suicidios asusta. Se resucitó, como ya mencioné en esta columna, el dicho de la
revolución del 68 del siglo pasado, ahora radicalizado. Entonces se decía:
“metro, trabajo, cama”. Ahora se dice: “metro, trabajo, tumba”. Es decir:
enfermedades letales, pérdida del sentido de la vida y verdaderos infartos
psíquicos.
Detengámonos en Brasil. Entre nosotros, en los últimos
meses, crece un desaliento generalizado. La campaña electoral realizada con
gran virulencia verbal, acusaciones, deformación y el hecho de que la victoria
del PT no haya sido aceptada, suscitó ánimos de venganza por parte de las
oposiciones.
Banderas sagradas del PT fuero traicionadas en altísimo grado por
la corrupción, generando una decepción profunda. Tal hecho nos hizo las buenas
costumbres. El lenguaje se canibalizó. Salió del armario el prejuicio contra el
nordestino y la descalificación de la población negra. Somos cordiales también
en el sentido negativo dado por Sergio Buarque de Holanda: podemos actuar a
partir del corazón lleno de rabia, de odio y de prejuicios. Tal situación se
agravó con la amenaza de impeachment a la Presidenta Dilma, por razones
discutibles.
Descubrimos el hecho, no la teoría, de que entre nosotros
existe una verdadera lucha de clases. Los intereses de las clases acomodadas
son antagónicos a los de las clases empobrecidas. Aquellas, históricamente
hegemónicas, temen la inclusión de los pobres y la ascensión de otros sectores
de la sociedad que han venido a ocupar el lugar antes reservado solo para
ellas. Hay que reconocer que somos uno de los países más desiguales del mundo,
es decir, donde campean más las injusticias sociales, la violencia banalizada y
asesinatos sin cuenta que equivalen en número a la guerra de Irak.
Y todavía
tenemos centenares de trabajadores viviendo en condiciones equivalentes a la
esclavitud.
Gran parte de esos malhechores se profesan cristianos:
cristianos martirizando a otros cristianos, lo que hace del cristianismo no una
fe sino solo una creencia cultural, una irrisión y una verdadera blasfemia.
¿Cómo salir de este infierno humano? Nuestra democracia es
solo de voto, no representa al pueblo sino los intereses de los que financian
las campañas, por eso es de fachada o, a lo sumo, de bajísima intensidad. De
arriba no hay nada que esperar pues entre nosotros se ha consolidado un
capitalismo salvaje y globalmente articulado, lo que aborta cualquier
correlación de fuerzas entre clases.
Veo una salida posible a partir de otro lugar social, de
aquellos que vienen de abajo, de la sociedad organizada y de los movimientos
sociales que poseen otro ethos y otro sueño de Brasil y del mundo. Pero
necesitan estudiar, organizarse, presionar a las clases dominantes y al Estado
patrimonialista, prepararse para eventualmente proponer una alternativa de
sociedad aún no ensayada, pero que tiene sus raíces en aquellos que en el
pasado lucharon por otro Brasil con proyecto propio. A partir de ahí formular
otro pacto social vía una constitución ecológico-social, fruto de una
constituyente inclusiva, una reforma política radical, una reforma agraria y
urbana consistentes y la implantación de un nuevo modelo de educación y de
servicios de salud. Un pueblo enfermo e ignorante nunca fundará una nueva y
posible biocivilización en los trópicos.
Tal sueño puede sacarnos del cansancio y del desamparo
social y devolvernos el ánimo necesario para enfrentarse a las trabas de los
conservadores y suscitar la esperanza bien fundada de que nada está totalmente
perdido, que tenemos una tarea histórica que cumplir para nosotros, para
nuestros descendientes y para la misma humanidad. ¿Utopía? Sí. Como decía Oscar
Wilde: «si en nuestro mapa no aparece la utopía, no lo mires porque nos esconde
lo principal». Del caos presente deberá salir algo bueno y esperanzador, pues
esta es la lección que el proceso cosmogénico nos dio en el pasado y nos está
dando en el presente. En vez de la cultura del cansancio y del abatimiento
tendremos una cultura de la esperanza y de la alegría.
*Leonardo Boff, teólogo y columnista del JB online.*
Traducción de MJ Gavito Milano
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