Para muchos, el suicidio es un
acto de locura,
pero en José María fue un acto supremo de sensible
lucidez.
Los cuerdos, aparentes, somos los
que podemos insensibilizarnos para aceptar, por ejemplo,
que el oro vale más
que el agua. Y a eso llamarle progreso.
O aceptar una guerra en base a mentiras
en Irak o Afganistan.
Y a eso llamarle lucha por la democracia.
O quienes podemos aceptar que la
solidaridad pueda ser motivo de cárcel.
Como ocurrió lamentablemente con Sybila
Arredondo, compañera de José Maria Arguedas.
Presa largos años por ser considerado delito su solidaridad con los presos políticos .
Labor que venía cumpliendo ya antes de la experiencia
senderista,
auxiliando también a los presos por las guerrillas del 65.
Compromiso explicable en una mujer como Sybila,
que se imbuyó profundamente de
la historia viva
que nutrió la obra de su entrañable compañero.
Obra que no es
de ficción, sino fiel testimonio de lo que vió, vivió y sufrió, él mismo:
un Perú desgarrado por sus diferencias y conflictos económicos y
sociales.
Y Arguedas sigue mordiendo
conciencias.
Alan García prefirió las ruinas de Machu Picchu
al espíritu vivo
de nuestra cultura andina que representa Arguedas,
negandole la dedicatoria del
año 2011 a su centenario.
Y es que Arguedas es una luz sobre la
realidad social del Perú
que muchas conciencias no pueden soportar.
Por ello, iniciamos esta secuencia de posts arguedianos
con su poema “Llamado a algunos Doctores”
donde Arguedas confronta al mundo occidental
desde la perspectiva del pueblo
andino(Jesús Hubert)
LLAMADO A ALGUNOS DOCTORES
Dicen que no sabemos nada, que somos el atraso,
que nos han de cambiar la cabeza por otra mejor.
Dicen que nuestro corazón tampoco conviene a los tiempos, que está lleno de
temores, de lágrimas, como el de la calandria, como el de un toro grande al que
se degüella, que por eso es impertinente.
Dicen que algunos doctores afirman eso de nosotros, doctores que se reproducen
en nuestra misma tierra, que aquí engordan o que se vuelven amarillos.
Que estén hablando, pues: que estén cotorreando, si eso les gusta.
¿De qué están hechos mis sesos? ¿De qué está hecha la carne de mi corazón?
Saca tu larga vista, tus mejores anteojos. Mira, si puedes.
Quinientas flores de papas distintas crecen en los balcones de los abismos que
tus ojos no alcanzan, sobre la tierra en que la noche y el oro, la plata y el
día se mezclan. Esas quinientas flores, son mis sesos, mi carne.
¿Por qué se ha detenido un instante el sol, por qué ha desaparecido la sombra
en todas partes, doctor?
Pon en marcha tu helicóptero y sube aquí, si puedes. Las plumas de los
cóndores,
de los pequeños pájaros se han convertido en arco iris y alumbran.
Las cien flores de la quinua que sembré en las cumbres hierven al sol en
colores, en flor se ha convertido la negra ala del cóndor y de las aves pequeñas.
Es el mediodía; estoy junto a las montañas sagradas: la gran nieve con lampos
amarillos, con manchas rojizas, lanzan su luz a los cielos.
En esta fría tierra, siembro quinua de cien colores, de cien clases, de semilla
poderosa. Los cien colores son también mi alma, mis infaltables ojos.
Yo, aleteando amor, sacaré de tus sesos las piedras idiotas que te han hundido.
El sonido de los precipicios que nadie alcanza, la luz de la nieve rojiza, de
espantado, brilla en las cumbres. El jugo feliz de los millares de yerbas, de
millares de raíces que piensan y saben, derramaré su sangre, en la niña de tus
ojos.
El latido de miradas de gusanos que guardan tierra y luz; el vocerío de los
insectos voladores, te los enseñaré hermano, haré que los entiendas. Las lagrimas
de las aves que cantan, su pecho que acaricia igual que la aurora, haré que las
sientas y las oigas.
Ninguna máquina difícil hizo lo que sé, lo que sufro, lo que gozar del mundo
gozo. Sobre la tierra, desde la nieve que rompe los huesos hasta el fuego de
las quebradas, delante del cielo, con su voluntad y con mis fuerzas hicimos
todo eso.
No huyas de mí, doctor, acércate. Mírame bien, reconóceme. ¿Hasta cuándo he de
esperarte? Acércate a mí; levántame hasta la cabina de tu helicóptero. Yo te
invitaré el licor de mil savias diferentes.
Curaré tu fatiga que a veces te nubla como bala de plomo, te recrearé con la
luz de las cien flores de quinua, con la imagen de su danza al soplo de los
vientos; con el pequeño corazón de la calandria en que se retrata el mundo, te
refrescare con el agua limpia que canta y que yo arranco de la pared de los
abismos que templan con su sombra a nuestras criaturas.
¿Trabajaré siglos de años y meses para que alguien que no me conoce y a quien
no conozco me corte la cabeza con una máquina pequeña?
No, hermanito mío. No ayudes a afilar esa máquina contra mí, acércate, deja que
te conozca, mira detenidamente mi rostro, mis venas, el viento que va de mi
tierra a la tuya es el mismo; el mismo viento que respiramos; la tierra en que
tus máquinas, tus libros y tus flores cuentas, baja de la mía, mejorada,
amansada.
Que afilen cuchillos, que hagan tronar zurriagos; que amasen barro para
desfigurar nuestros rostros; que todo eso hagan.
No tememos a la muerte, durante siglos hemos ahogado a la muerte con nuestra
sangre, la hemos hecho danzar en caminos conocidos y no conocidos.
Sabemos que pretenden desfigurar nuestros rostros con barro; mostrarnos así,
desfigurados, ante nuestros hijos para que ellos nos maten.
O sabemos bien qué ha de suceder. Que camine la muerte hacia nosotros; que
vengan esos hombres a quienes no conocemos. Los esperaremos en guardia, somos
hijos del padre de todos los ríos, del padre de todas las montañas ¿es que ya
no vale nada el mundo, hermanito doctor?
No contestes que no vale. Más grande que mi fuerza en miles de años aprendida;
que los músculos de mi cuello en miles de meses; en miles de años fortalecidos,
es la vida, la eterna vida mía, el mundo que no descansa, que crea sin fatiga;
que pare y forma como el tiempo, sin fin y sin principio.
Arguedas escribió el poema "Llamado a algunos doctores" originalmente
en quechua. La versión castellana –del autor mismo- se publicó en El Comercio
de Lima, el 10 de julio de 1966. La versión original apareció el 17 de julio de
1966 en el mismo rotativo.