Álvaro y Evo: Las razones por qué están juntos |
El marxista que halló su cable a tierra
Así llama a su compañera con la que entabló un noviazgo de un año y ocho meses antes de oficializar su relación: Claudia Fernández, la periodista de 26 años con la que se casó el 9 de septiembre de 2012. “Es mi cable a tierra”, confiesa. “Ha significado mi reencuentro con la humanidad sensible... El amor es una fuerza productiva emotiva, pero igual había sido una fuerza productiva intelectual. Eso me encontré con Claudita”, sostiene con un notorio dejo marxista.
Nacido el 19 de octubre de 1962 en Cochabamba, Álvaro es el menor de cuatro hermanos: María del Carmen (1956), Raúl (1958) y Mauricio (1960), quien lo recuerda como travieso, engreído por su simpatía y, sobre todo, el mimado de la casa, por su edad. Goloso al extremo, no deja su afición infantil por los chocolates, los dulces y las galletas; aunque los chocolates blancos ya no son parte de su menú tras haberle ocasionado un ataque a la vesícula biliar.
En Navidad, los dinkies o cochecitos eran sus regalos preferidos. Mauricio relata que eran tan revoltosos, que de noche montaban sus bicicletas y se iban a romper vidrios de oficinas y a “cuquear” (robar) frutos de huertos; eso sí, lejos de su barrio. Aparte, Álvaro era bueno para el básquet y el fútbol, donde destacó como defensor y se ganó el apodo de Villalón, por Víctor Eduardo Villalón, aquel chileno de Wilstermann que se naturalizó y se unió a la selección.
En la adolescencia, su cabello ya comenzó a pintarse de gris por una deficiencia alimentaria. Y su madre, Mary Linera Pareja, quien crió a sus hijos con su trabajo en la Corporación Boliviana de Fomento, los sumergió en la lectura. Así Álvaro conoció a Kant, Gramsci, Nietzsche... leyó cuatro veces El Capital de Karl Marx. “Él le pedía dinero para libros y ella se lo daba; yo se lo pedía para salir con mis amigos y no me daba casi nada”, comenta Mauricio.
Su hermano revela que la baja estatura de Álvaro hasta el último curso de secundaria en el colegio San Agustín, más sus aires de sabiondo, le valieron el mote de Petete. La materia en la que desplegaba su línea marxista era Interdisciplina, que mezclaba opiniones sobre religión, sociología... Mientras sus compañeros entregaban escritos de pocas páginas, él elaboraba pequeñas tesis de hasta 60 hojas. Sin embargo, ni así consiguió un 7 en la asignatura, máximo un 4, por la línea católica de la escuela.
Una de las paradojas de este licenciado en Matemática es que su único aplazo estudiantil fue precisamente en esta materia, en segundo medio. Se fue al desquite por enamoradizo y la reflexión que le hizo su madre le dolió más que un castigo. “Yo he cumplido, pero tú no”, le cuestionó. Se alistó en vacaciones para subsanar su error y en el ínterin conoció al cura Jaime, un holandés que le contagió la fascinación por los números. Y al año siguiente Álvaro ya resolvía problemas de la universidad.
Otras imágenes que su hermano atesora en la memoria son las escuadras que armaban con sus soldaditos de plomo, imitando la guerra del ejército francés de Napoleón Bonaparte contra la Séptima Coalición, ocurrida el 18 de junio de 1815. Esta manía les surgió tras quedar encantados con la película La batalla de Waterloo. E igual disfrutaban del juego Monopolio.
Mauricio cuenta que varias veces coincidieron con Álvaro en que quisieran volver a su niñez porque fue bonita, divertida. “Él no cambió, siempre fue alegre”. No es todo. Al Vicepresidente le gusta reencontrarse con sus amigos infantiles y juveniles, reuniones en la que da rienda suelta a anécdotas que le hacen reír hasta llorar, tanto así que en una oportunidad, su equipo de seguridad quiso intervenir cuando lo vio doblarse de risa al salir de la peta de su hermano.
A los 15 años, como “autodidacta del marxismo”, Álvaro ya asistía a los debates impulsados por los partidos políticos, sobre todo los de izquierda, que reclutaban adeptos en unidades educativas y pretendían rearticularse ante la debacle del gobierno de facto de Hugo Banzer Suárez. Afirma que quedó decepcionado por el nivel de las discusiones porque los jóvenes veían a estos eventos como una mera moda, mientras él buscaba algo “más profundo”.
Fue en 1979 cuando halló su norte, en un cerco a la ciudad de La Paz organizado por la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia liderada por Genaro Flores, que desconoció el poder de la Central Obrera Boliviana de Juan Lechín. Quedó cautivado con la rebelión de indígenas aymaras y se armó una imagen epopéyica de ese “despertar”. Y se interesó por entenderlo; más todavía, se planteó promover la toma del poder por este sector.