Las FARC, contra su voluntad, nos han devuelto a una Ingrid Betancourt más sabia, completa y plena. Seguramente, el regreso a la sociedad hará que muchos de sus puntos de vista varíen pero, su crecimiento personal, le ayudará a encontrar respuestas que estén encuadradas en esa vocación humanista que ha sido la constante desde su liberación. La invitación al diálogo con la Colombia de Uribe dirigida a los presidentes Correa y Chávez dista mucho de las declaraciones histéricas y confrontacionales de quienes no perciben los graves riesgos que, para nuestra región, trae aparejada la división que quieren sembrar quienes luego se servirán de ella en beneficio de sus propios intereses, que en poco coinciden con los de los pueblos que aquí habitamos.
Durante mi adolescencia leí, de León Tolstoi, una afirmación que, aún pareciéndome imposible, me conmovió: "El amor auténtico es el que uno siente por sus enemigos". Cuando escuché a Ingrid, al lado del hierático presidente Uribe, pedir bendiciones para quienes la habían tenido secuestrada durante seis años sentí, por primera vez, que alguien real, alguien de carne y hueso, alguien que aún tenía el dolor a flor de piel, encarnaba esa expresión del escritor ruso que requiere una heroicidad de espíritu superior a cualquier acto de arrojo material.
Algunos ya acusan a Ingrid de traición. Pienso que seis años en la selva en las condiciones en que vivió te autorizan a agradecer a quienes te rescataron, aunque antes los haya tratado de delincuentes. Quiero creer que Uribe no rescató a Ingrid. Uribe rescató, sin percatarse o percatándose (para ser generosos como la rescatada), una conducta política que pone los valores por sobre los intereses, las necesidades de la sociedad por sobre la obsesión del crecimiento económico, la paz sobre la violencia homicida, la sensatez sobre el fanatismo irracional, cualquiera sea el signo que este tenga.
Espero no haber construido, por necesidad, una ilusión en este desierto de conductas dignas.
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