De Barack Obama sabemos lo que vemos... y lo que vemos, si lo comparamos con Bush, es tranquilizador. Aparenta ser una persona firme, serena y con un enorme control sobre sus emociones. No habla de más y el cargo al que accederá en enero no lo muestra diferente a como era antes de ser elegido. Esas son las apariencias y, como se suele decir, las apariencias engañan o, al menos, pueden engañar. Ojalá no sea así en esta ocasión pues son muchas las expectativas puestas en el nuevo presidente de los Estados Unidos. Y no porque no sea blanco, lo que con el correr del tiempo será considerado un accidente sin importancia, sino porque su país sale, con los resultados previstos, de la peor presidencia de su historia y con un nivel de simpatía, a escala mundial, que también debe ser el más bajo de su historia. Además de dos guerras y otros presentes que la administración saliente les deja como un regalo envenenado que, sin duda, condicionará al nuevo presidente.
Dicho esto, es bueno, desde ahora, fijarse en quiénes serán los colaboradores directos de Obama para poder hacerse una idea de cuáles serán sus políticas. Y es en este campo donde la sonrisa de simpatía que genera el nuevo mandatario comienza a borrarse para ser sustituida por el rictus habitual que nace de la desilusión. Si esperábamos algo nuevo, algo así como un capitalismo con mayores controles, podemos comenzar a perder las esperanzas pues sus colaboradores en este campo pertenecen a una línea que no difiere mucho con lo actuado hasta el presente. Podemos otorgarles a ellos el beneficio de la duda pensando que, quizá, se trate de gente que aprende de las enseñanzas de la historia y está dispuesta a innovar. Viendo sus hojas de vida, sin embargo, no parece ser esta su virtud más preclara.
En todo caso, habrá que esperar sus primeras medidas para emitir un juicio más fundado. En materia de política internacional, los nombres que suenan son igualmente preocupantes pues o bien están ligados al poderoso lobby israelí de Estados Unidos o bien se trata de personas que no solo han apoyado la guerra contra Irak sino que eran también entusiastas de un ataque a Irán. Seguramente, la crisis actual les permita visualizar más claramente cuáles son los límites de su país –tanto en lo económico como en lo bélico– y, de ese modo, procedan de una manera más sensata que la utilizada por la administración saliente a cuyos integrantes Paul Krugman, último Premio Nobel de Economía, llamaba “los chiflados de la Casa Blanca”.
Hasta el presente, ninguno de los nombres que suenan para integrar el futuro gabinete de Barack Obama, incluido aquel vinculado al sensible tema del calentamiento global, inspira demasiadas ilusiones. Por el contrario, nos lleva a pensar que será más de lo mismo con un mascarón de proa menos atorado y mucho más inteligente y simpático. Lo cual, en tiempos tan graves como los que atravesamos, no solo no es suficiente para satisfacernos, sino que puede conducir a una repetición agravada de la crisis que vivimos actualmente.
(II) "Más sobre el futuro gobierno de EE.UU".
Es imposible enfrentar esta realidad sin que recrudezcan los temores frente a la crisis. ¿Con qué autoridad moral podrán, los que la provocaron, dar las respuestas necesarias para salir de ella? ¿Volverán a repetir los mismos y agobiantes argumentos con los que han insultado nuestra inteligencia en las últimas décadas? ¿Expresa el poder económico, en Estados Unidos, una postura que no admite desviaciones, ni siquiera de un presidente que asumirá liderando profundas expectativas populares?
Respecto a esta última pregunta, Noam Chomsky dice algo que debiera mover a reflexión sobre la dirección que ha tomado la cada vez menos democrática democracia: “Podría argumentarse que ningún partido que hable en defensa del pueblo resulta viable en una sociedad administrada por el mundo de los negocios con tan desusada amplitud. En un nivel muy general, la falta de representación del pueblo es ilustrada por el éxito de la 'teoría de las inversiones’ en la política, elaborada por el economista político Thomas Ferguson. Según Ferguson, la política tiende a reflejar los deseos de poderosos bloques económicos que invierten dinero cada cuatro años para controlar el Estado”.
Y agrega que numerosos y prolijos estudios demuestran que los dos partidos tradicionales de Estados Unidos se hallan largamente a la derecha de la opinión pública. Las cifras muestran este dramático divorcio entre las estructuras políticas, maridadas con el poder económico, y lo que piensa y quiere la gente. Y esa aparente paradoja nos lleva a preguntarnos: ¿para quién se gobierna realmente?
Las cifras indican que el 80% de los estadounidenses piensa que el país se dirige en la dirección equivocada y que el gobierno está administrado por “algunos grandes intereses que solo piensan en sí mismos” y, para hacer aún más decisiva esta visión, subraya, además, que el 94% cree que su gobierno desdeña la opinión pública.
Tomado de las ediciones internet del diario "Perù 21" de Lima-Perù, de los dias 02/12/2008 y 03/12/2008
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