Allí está, silencioso, esperando que pregunten quién es, para entonces ponerse de pie con toda su humanidad, nuevamente el Ché, para recordarnos “que no dejo nada material a mis hijos y mi mujer… y no me apena” y “que cada uno de nosotros, solo, no vale nada”.
Y como no hay nada casual, en la humilde escuelita de la Higuera, Bolivia, el 9 de Octubre de 1967 hace -y nace el Ché - de Cristo yaciente, clavado a balas y casi desnudo, como para que la equivalencia sea perfecta.
Centuriones…esbirros…pueblo silencioso….toda la coreografía exacta, para coronar en olor a eternidad, a quien recordaba a sus hijos que “sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo”.
Cristificarse es transparentarse a las aspiraciones y al aliento de la vida, sin ninguna frontera ni limitación, sin mezquindad ni medida, como él.
Ecce Homo, Ecce Ché.
(Jesús Hubert)
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