Un antropólogo y un historiador, ponen su cuota de
conocimiento, razón y responsabilidad para esclarecer el conflicto del proyecto
Tía María.
Al margen de sus puntos de vista particulares, salta a la vista que, tanto la
empresa Southern Perú como el Estado Peruano, nunca han tomado en serio a las
poblaciones que serán afectadas por el proyecto.
Igualmente es evidente la inequidad de trato y consideración de las autoridades
y del gobierno central, con la empresa y con los pobladores, repitiendo la
relación de subordinación colonial de los pueblos respecto a la autoridad
central.
La falta de respeto a la dignidad de las personas es una de las principales
causas de los conflictos a nivel personal y también social. Ya es tiempo
que los políticos no solo acudan a los hijos del Perú “profundo” para
encandilarlos y arrancarles sus votos.
Es una pena que sean los más humildes, en
este caso los campesinos y los policías, los que tienen que pagar con su sangre
los yerros y las irresponsabilidades de sus gobernantes de turno. (Jesús Hubert)
SÁBADO 16 DE MAYO DEL 2015 | 06:00
El desborde popular en acción,
por José Matos Mar
Antrópologo
Claves para entender el conflicto de Tía María.
El proyecto Tía María es muy importante para el país. Por
ello, es fundamental que los científicos sociales ayudemos a entender el
conflicto en toda su dimensión. Para mí es un ejemplo vivo de lo que he llamado
desborde popular. Con apoyo de un colaborador, propongo algunas claves de este
drama.
Primer acto: Incomprensión de la realidad. Como todo valle
costeño, el del río Tambo tiene tres sectores muy bien diferenciados: el bajo,
formado por agricultores independientes; el medio, formado por los obreros de
la Central Azucarera Chucarapi; y el alto, formado por campesinos. El sector
bajo corresponde a los distritos de Deán Valdivia y Punta de
Bombón, con 12 mil pobladores; mientras que el medio y alto corresponde al
distrito de Cocachacra, con 10 mil pobladores.
Una consultora extranjera elabora el diagnóstico y trata a
todos como si fueran una realidad homogénea. Como consecuencia, la negociación
del estudio de impacto ambiental (EIA) se hace con los pobladores del sector
bajo, sin tomar en cuenta al medio y al alto, que son las zonas de influencia
directa del proyecto minero. Conclusión: sector alto y sector medio excluidos
pese a ser tan numerosos como el sector bajo.
Segundo acto: Error empresarial. En diciembre del 2013, la
empresa interesada lleva a cabo la audiencia pública que manda la ley y,
conocedora de la resistencia del sector bajo, trae desde Arequipa a un centenar
de jóvenes estudiantes que sustituyen a los agricultores. En 30 minutos exponen
el EIA de 300 páginas y “absuelven” las 138 observaciones formuladas por la
Oficina de Proyectos de las Naciones Unidas. Conclusión: sector bajo también
excluido del conocimiento del proyecto.
Como era lógico de esperar, en ese momento nace la protesta.
Tercer acto: Miopía del gobierno. Ajeno a estas dos
realidades, en abril de este año el actual primer ministro visita Mollendo y
demanda “orden”. Inmediatamente se desata la violencia. Si de verdad quería
poner orden, hubiese sido más aconsejable no viajar a Mollendo y a cambio ir a
la avenida Las Artes de San Borja para sancionar a los funcionarios del
Ministerio de Energía y Minas que se prestaron al despropósito de no cumplir la
ley en la audiencia de aprobación del EIA.
Además, el Ejecutivo forma una comisión con cuatro
respetables técnicos, ministros de Estado, para negociar con los dirigentes
opositores del proyecto. El supuesto implícito es que el problema es técnico y
no político o social. Los opositores se dan el lujo de desairar a los
ministros, a la presidenta del Congreso y a la gobernadora regional. Un
incidente inadmisible que me hizo recordar que en el 2004, en el Caso Ilave,
Luis Thais hizo llevar a Puno a los dirigentes renuentes en patrullero y luego
de hablar con ellos se fue solo sin policía a la plaza de Ilave, donde saludó
en aimara a la población e inició el diálogo. Una mezcla de firmeza y apertura
democrática que ahora se hizo extrañar.
Conclusión: la protesta, lejos de aplacarse, se encrespa
hasta hacerse inmanejable.
Luego nadie supo qué hacer. Los opositores extreman su violencia para provocar
un muerto más y lo logran. El gobierno apuesta por la militarización. La
empresa no sabe si continuar o paralizar el proyecto.
Colofón. Este resumido balance nos arroja tres factores
claves: 1°. El punto de partida de la empresa estuvo errado; 2°. Debido a ello,
en la negociación no están todos los actores sociales que deberían estar; y 3°.
Quienes deben negociar políticamente por el gobierno no han sabido hacerlo
bien.
¿Todo está perdido o hay salidas viables y racionales?
Considero que sí las hay.
Para seguir leyendo, favor de presionar: Más información
Primero, el gobierno debe reconocer que este no es un problema técnico, que no
se trata de ofrecer una obra de agua potable a un alcalde o de encarcelar a un
extremista. Eso no resuelve el resentimiento histórico del valle con la empresa
ni crea condiciones sostenibles para la inversión. La mejor solución sería
designar a un alto comisionado, cercano a la Presidencia de la República, que
dirija un nuevo proceso y realice ofertas y establezca compromisos políticos.
Segundo, en lugar de negociar con solo una parte del valle,
debería incluirse a las organizaciones de los sectores medio y alto que también
tienen algo que decir y que han estado al margen de este conflicto. Nótese que
la violencia se ha producido del puente Pampa Blanca para abajo, en solo un
tercio del valle, y entre Mollendo y Matarani la zona más lejana del proyecto.
Por último, si la empresa desea convivir en el largo plazo
con el valle, debería comprometerse a apoyar un proyecto de desarrollo
microrregional a 20 años. Si así lo hiciese, ¿alguien se opondría?
Conga y Tía María
13/05/2015
Escribe:
Antonio Zapata
Historiador
No obstante el ingreso de las FFAA a controlar el orden
público, pareciera que el proyecto de la Southern en Islay quedará postergado.
El ejército puede manejar la región, pero no se ve posible que en el corto
plazo comience efectivamente el trabajo de la mina. De este modo, bajo este
gobierno, dos grandes proyectos mineros habrán sido suspendidos. Antes que se
presente una tercera crisis, conviene reflexionar sobre las políticas que
podrían librar al país de estos costosos conflictos sociales.
Como sabemos, de acuerdo a nuestra tradición legal, el
subsuelo pertenece a la nación y no al propietario de la superficie, como en la
legislación anglosajona. Este punto es clave porque introduce al Estado como
representante legal de la nación y propietario de los bienes que se hallan en
el subsuelo. A partir de ahí, el Estado saca en concesión y firma contratos con
compañías interesadas en la explotación de esos recursos.
Por su parte, los derechos de los dueños de la superficie
históricamente han sido menospreciados. En casi todas las ocasiones se ha
tratado de comunidades indígenas o campesinos pobres que simplemente eran
arrimados y puestos de lado.
Ante ello, en los últimos años y gracias a acuerdos
internacionales, se ha promulgado una legislación que establece consultas
previas a la población indígena, como mecanismo para obtener la llamada
“licencia social”. Aunque en ningún caso son vinculantes y el Estado decide en
última instancia.
Pero la consulta previa no es obligatoria a poblaciones que
no son calificadas como indígenas.
Aunque la ley de municipalidades abre una
puerta y gracias a ella se han llevado adelante consultas en dos ocasiones,
Tambogrande e Islay. En ambas ha perdido la minería porque los agricultores le
temen, ya que las empresas extractivas pocas veces han sido cuidadosas con la
naturaleza.
Este es otro punto clave. Existe suficiente experiencia
histórica sobre lo destructiva que puede ser la actividad minera. Desde la
primera explotación moderna, la Cerro de Pasco Corporation y los famosos humos
de La Oroya, se sabe que la minería envenena el agua y amenaza a la ganadería y
agricultura. Por ello, la legislación que plantea la consulta previa es
absolutamente necesaria, porque la población que vive al lado de la mina tiene
derecho a exigir condiciones ambientales que permitan la coexistencia de formas
de vida. La mina está irrumpiendo y debe garantizar que las anteriores
actividades productivas puedan sobrevivir.
Esta consulta previa debería extenderse a todas las
poblaciones adyacentes a los proyectos mineros y no ser válida solo para
indígenas. Por su parte, como no es vinculante, al final interviene el Estado,
en tanto representante de la nación verdadera dueña del subsuelo.
Pero el Estado es débil y poco confiable, ya que tenemos
suficiente experiencia de su colusión con las grandes empresas extractivas.
Como somos un país rentista, sus ingresos dependen en buena medida de los
impuestos que cobra a las empresas dedicadas a la exportación de materias
primas. Por ello, el Estado se inclina a defender esos intereses y posterga a
los ciudadanos pobres que no son contribuyentes.
Estas deficiencias del Estado no han de resolverse en el
corto plazo y sin embargo se requiere soluciones para evitar este peligroso
camino de explosiones sociales ante los proyectos mineros de envergadura. Un
mecanismo podría ser un plebiscito nacional para aprobar un tema de fondo que
este gobierno dejó caer: una zonificación nacional.
A estas alturas se sabe dónde están los yacimientos mineros
y se tiene una evaluación de su potencial. Asimismo, se sabe dónde la minería
afecta todo el ecosistema y dónde es relativamente aceptable. Con ese
conocimiento se puede elaborar un mapa que establezca dónde se puede
desarrollar minería y dónde queda prohibida. Que se apruebe en forma
plebiscitaria, porque si la ciudadanía lo respalda, ese acuerdo será poderoso e
imparcial, justo lo contrario al Estado.
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