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El Valle de Tambo es un pedazo del planeta que debemos preservar para la vida |
El discurso del Presidente Humala sobre el proyecto Tia
María ha sido el más elocuente de su mandato. No por el verbo o la brillantez
de sus ideas. Ha sido elocuente porque ha traslucido, ha dejado ver con
transparencia, a quienes gobiernan realmente en el Perú. Y hay que agradecerle
por ese didáctico arranque de sinceridad.
Humala, pese a ver sido elegido por una mayoría importante
del pueblo peruano, se ha declarado incompetente para resolver el conflicto más
grave que afecta hoy a nuestra patria. Conflicto que sigue matando, hiriendo
y enfrentando a peruanos contra peruanos, por la prepotencia de una
empresa extranjera. Empresa a la que ha delegado, entre líneas, la capacidad de
decidir acerca de un tema de gobierno y soberanía que solo corresponde al
Estado Peruano y a sus gobernantes.
Y con esta decisión ha renunciado, de hecho, a ejercer el alto cargo para el
cual ha sido elegido, poniéndose al margen del mismo estado de derecho que dice
defender.
Ningún convenio, ley o acuerdo del Estado Peruano puede mantenerse inconmovible
si atenta contra una parte del pueblo peruano, a quien precisamente tiene la
obligación constitucional de representar, proteger y defender.
Lo que está ocurriendo con Tía María no es un hecho aislado,
no es un “affaire” peruano. Es la expresión del conflicto global entre las
poblaciones originarias y la voracidad inescrupulosa del capital internacional,
que al borde del abismo ecológico planetario, sigue oponiendo a la preservación
de la tierra agrícola y el agua, el lucro depredador, sin límite alguno. Ellos
son quienes realmente gobiernan.
Y en ese contexto, la llamada corrupción, no es otra cosa,
que la manifestación, a todo nivel, del lucro a cualquier precio, como
principio de conducta y de vida.
De allí, la importancia del certero artículo del teólogo
brasileño Leonardo Boff, cuyo único defecto es, quizás, no subrayar con
mayor énfasis la principal responsabilidad sobre la crisis ecológica de los
grandes dueños del capital, que manejan el mundo a su completo antojo. Manejo
que debe de cambiar de manos, si queremos de verdad salvarnos y salvar al
planeta. ¿Será posible? (Jesús Hubert)
La era de las grandes trasformaciones
15/05/2015
Vivimos en la era de las Grandes Trasformaciones. Entre
tantas, destaco apenas dos: la primera en el campo de la economía y la segunda
en el campo de la conciencia.
La primera en la economía: empezó a partir de 1834 cuando se
consolidó la revolución industrial en Inglaterra. Consiste en el paso de una
economía de mercado a una sociedad de mercado. El mercado ha existido siempre
en la historia de la humanidad, pero nunca una sociedad solo de mercado. Esto
quiere decir que la economía es lo que cuenta, todo lo demás debe servirla.
El mercado que predomina se rige por la competición y no por
la cooperación. Lo que se busca es el beneficio económico individual o
corporativo y no el bien común de toda una sociedad. Generalmente este
beneficio se alcanza a costa de la devastación de la naturaleza y de la
creación perversa de desigualdades sociales.
Se dice que el mercado debe ser libre y el estado es visto
como su gran traba. La misión de este, en realidad, es ordenar con leyes y
normas la sociedad, también el campo económico y coordinar la búsqueda del
bien. La Gran Transformación postula un Estado mínimo, limitado prácticamente a
los asuntos ligados a la infraestructura de la sociedad, al fisco y a la
seguridad. Todo lo demás pertenece y es regulado por el mercado.
Todo puede ser llevado al mercado, como el agua potable, las
semillas, los alimentos y hasta los órganos humanos. Esta mercantilización ha
penetrado en todos los sectores de la sociedad: en la salud, la educación, el
deporte, el mundo de las artes y del entretenimiento y hasta en los grupos
importantes de las religiones y de las Iglesias con sus programas de TV y de
radio.
Esta forma de organizar la sociedad únicamente en torno a
los intereses económicos del mercado ha escindido a la humanidad de arriba
abajo: se ha creado un foso enorme entre los pocos ricos y los muchos pobres.
Predomina una perversa injusticia social.
Simultáneamente se ha creado también una inicua injusticia
ecológica. En el afán de acumular han sido explotados de forma predatoria
bienes y recursos de la naturaleza, sin ninguna limitación ni ningún respeto.
Lo que se busca es un enriquecimiento cada vez mayor para consumir más
intensamente.
Esta voracidad ha encontrado el límite de la propia Tierra.
Esta ya no tiene todos los bienes y servicios suficientes y renovables. No es
un baúl sin fondo. Tal hecho dificulta si no impide la reproducción del sistema
productivista/capitalista. Es su crisis.
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Esa Transformación, por su lógica interna, se está volviendo
biocida, ecocida y geocida. La vida corre peligro y la Tierra puede no
querernos más sobre ella, porque somos demasiado destructivos.
La segunda Gran Transformación se está dando en el campo de
la conciencia. A medida que crecen los daños a la naturaleza que afectan a la
calidad de vida, crece simultáneamente la conciencia de que tales daños se
deben en un 90% a la actividad irresponsable e irracional de los seres humanos,
más específicamente a la de aquellas élites de poder económico político,
cultural y mediático que se constituyen en grandes corporaciones multilaterales
y que han asumido los rumbos del mundo.
Tenemos que hacer con urgencia alguna cosa que interrumpa
esta trayectoria hacia el precipicio. El primer estudio global sobre el estado
de la Tierra se hizo en 1972 y reveló que la Tierra está enferma. La causa
principal es el tipo de desarrollo que las sociedades han asumido, que acaba
sobrepasando los límites de soportabilidad de la naturaleza y de la Tierra.
Tenemos que producir, sí, para alimentar a la humanidad, pero de otra manera,
respetando los ritmos de la naturaleza y sus límites, permitiendo que ella
descanse y se rehaga. A eso se lo llamó desarrollo humano sostenible y no
solamente crecimiento material, medido por el PIB.
En nombre de esta conciencia y de esta urgencia, surgió el
principio responsabilidad (Hans Jonas), el principio cuidado (Boff y otros), el
principio sostenibilidad (Informe Brundland), el principio cooperación
(Heisenberg/Wilson/Swimme), el principio prevención/precaución (Carta de Río de
Janeiro de 1992 de la ONU), el principio compasión (Schoppenhauer/Dalai Lama) y
el principio Tierra (Lovelock y Evo Morales), entendida ésta como un
superorganismo vivo, siempre apto para producir vida.
La reflexión ecológica se ha vuelto compleja. No se puede
reducir solamente a la preservación del medio ambiente. La totalidad del
sistema mundo está en juego. Así ha surgido una ecología ambiental que tiene
como meta la calidad de vida; una ecología social que busca un modo de vida
sostenible (producción, distribución, consumo y tratamiento de los residuos);
una ecología mental que se propone criticar prejuicios y visiones del mundo
hostiles a la vida y formular un nuevo diseño de civilización, a base de
principios y valores para una nueva forma de habitar la Casa Común; y
finalmente una ecología integral que se da cuenta de que la Tierra es parte de
un universo en evolución y que debemos vivir en armonía con el Todo, uno,
complejo y cargado de propósito. De esto resulta la paz.
Entonces se vuelve claro que la ecología más que una técnica
de administración de bienes y servicios escasos es un arte, una nueva forma de
relación con la naturaleza y con la Tierra.
Por todas partes del mundo han surgido movimientos,
instituciones, organismos, ONGs, centros de investigación que se proponen
cuidar la Tierra, especialmente los seres vivos.
Si la conciencia del cuidado y de nuestra responsabilidad
colectiva por la Tierra y por nuestra civilización triunfa, seguramente
tendremos futuro todavía.
Traducción de MJ Gavito Milano
https://leonardoboff.wordpress.com/2015/05/15/la-era-de-las-grandes-trasformaciones/
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