Sin necesidad de palabras mi cerebro parece descifrar todas esas secuencias de sonidos, silencios y ritmos, y dar una lectura a todo ello. Es como si conociese esta secreta organización, como si formase parte de mi cuerpo como el latido de mi corazón o el ritmo de mi respiración. Parece que mi organismo estuviese adiestrado desde siempre para traducir este perfecto lenguaje matemático. ¿Escucho con mi oído o con mi mente? ¿Escucho fuera o dentro de mí?.
La música la percibimos incluso antes de nacer. Se ha demostrado que somos capaces de recordar melodías que hemos escuchado dentro del vientre materno. Nadie olvida las canciones de su infancia ni tampoco las que nos acompañan en distintas etapas de la vida. La música forma parte de nuestro caminar. Está dentro y fuera de nosotros.
Aunque se trata de una experiencia personal -cada uno la siente y percibe de forma distinta-, se ha comprobado que todas las manifestaciones musicales del mundo tienen la misma base emocional que es percibida por cualquiera -sea del país o la cultura que sea-: cadencias ascendentes estimulan y, melodías lentas y con cadencia descendente producen tristeza. Un susurro a un niño produce calma e invita al sueño y un ritmo fuerte y repetitivo puede ser un estímulo para la lucha. El sonido por tanto puede influir en el ánimo y voluntad de quien lo escucha. Pero también puede influir positivamente en la salud de nuestro cuerpo hasta el punto en que la música es determinante en la curación de algunas enfermedades o aminora sus efectos, aunque no se sabe bien por qué.
El ser humano es un animal musical y este lenguaje de notas y ritmos que ha creado forma parte de su propia naturaleza. Surge misteriosamente de su interior. Preguntarse por la música y adentrarse en ese mundo, en el fondo es preguntarse por uno mismo.
Después del Big- Bang se produjo una segunda explosión casi inapreciable que dio lugar a un sonido que aún se puede escuchar en el universo. Esto que hasta hace muy poco era tan sólo una teoría, ha sido confirmado por los satélites. Los científicos han comprobado que el Sol emite un sonido, así como los planetas como consecuencia de su movimiento. Las esferas más cercanas emiten tonos más graves que se agudizan según aumenta la distancia. El sonido de cada uno de estos cuerpos se combina con el de los demás y surge una melodía que mantiene conectado a todo el Universo. La ciencia acababa de demostrar lo que en las antiguas culturas y tradiciones se conocía como “Música de las Esferas”. El Sonido del Universo que alimenta a todas las formas de vida.
Toda la Creación partió del Sonido, todas las vidas llevan oculto el Sonido y al Sonido regresan. El hombre es Hijo del Sonido pero lo fue olvidando en la medida en que perdió la necesidad del Silencio, de escucharse y escuchar a la naturaleza. Así el Sonido se ha ido perdiendo y con ello también la armonía con el entorno. Por eso, y como garantía, el Sonido Origen quedó grabado en su interior. El hombre compone música, escucha música, se acompaña y necesita de la música porque busca el Sonido, ése que un día perdió. Necesita contagiarse de esa armonía, esa perfecta combinación de sonidos y silencios que aún no ha encontrado y que le harán vibrar como nunca antes ha experimentado. Necesita sentirse creador y conectar con el Creador. Alguien dijo que la música era un ejercicio de aritmética y que quien se entregaba a ella en el fondo manejaba números. Si Dios geometriza y lo hace a través del Sonido, el hombre intenta plasmar a través de la música ese mundo de belleza ordenada que siente pero aún no ha descubierto. La música es un camino.Cuando el hombre consiga vibrar en la misma sintonía que la “Música de las Esferas” de la que siempre ha formado parte, escuchará la melodía más bella jamás compuesta.
MUSICA DE LAS ESTRELLAS, Editorial de la Revista Fusión - España (Edición de Julio del 2007)
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