El Premio Nóbel de economía 2008, Paul Krugman, insiste en
un tema vital. La austeridad en el gasto fiscal no ayuda a resolver el problema
de la recesión y el desempleo en Europa. La austeridad como eutanasia económica, ya ha
sido empleada por el Fondo Monetario Internacional en nuestros paises
latinoamericanos con el beneplácito de los mismos países que hoy están
recibiendo de su propia medicina.
Sería bueno que Cristina Fernández sea invitada
a algunas de estas cumbres europeas para contarles lo que hizo su esposo Nestor,
para liberar a la
Argentina de estos trágicos dogmas. Leamos a Krugman en
esta nota del New York Times, que hoy publica el diario El País, de España
(Jesús Hubert)
TRIBUNA: PAUL KRUGMAN
El desastre de la austeridad
La semana pasada, el Instituto Nacional de Investigación
Económica y Social, una fundación británica, publicó un gráfico alarmante que
comparaba la depresión actual con recesiones y recuperaciones anteriores.
Resulta que según un indicador importante -los cambios en el Producto Interior
Bruto (PIB) desde que empezó la recesión- a Reino Unido le está yendo peor esta
vez de lo que le fue durante
la Gran Depresión. Tras cuatro años de depresión, el
PIB británico había vuelto a alcanzar su máximo anterior; cuatro años después
de que empezara
la Gran
Recesión, Reino Unido no está ni mucho menos cerca de
recuperar el terreno perdido.
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Muchos economistas han olvidado deliberadamente las
lecciones del pasado
Reino Unido tampoco es la única. A Italia también le está
yendo peor que durante la década de 1930, y con España dirigiéndose claramente
hacia una doble recesión, tenemos a tres de las cinco grandes economías
europeas como miembros del club de los "peores que". Sí, existen
algunas salvedades y complicaciones, pero esto constituye, no obstante, un
asombroso fracaso de la política.
Y es un fracaso, concretamente, de la doctrina de austeridad
que ha predominado en el debate político de las élites tanto en Europa como, en
gran medida, en Estados Unidos durante los dos últimos años.
Y bien, en cuanto a esas salvedades: por una parte, el paro
en Reino Unido era mucho más elevado en la década de 1930 de lo que lo es
ahora, porque la economía británica estaba deprimida -principalmente por culpa
de un regreso desacertado al patrón oro- incluso antes de que estallara la
depresión. Y por otra parte, Reino Unido sufrió una depresión muy llevadera en
comparación con la de Estados Unidos.
Incluso así, superar el historial de la década de 1930 no
debería ser un reto difícil. ¿Acaso no hemos aprendido muchas cosas sobra la
gestión económica a lo largo de los 80 últimos años? Sí, así ha sido, pero en
Reino Unido y en otros lugares, la élite política decidió tirar por la ventana
los conocimientos obtenidos a duras penas y confiar en cambio en ilusiones que
le convinieran desde un punto de vista ideológico.
Se creía que Reino Unido, en concreto, era un modelo de
"austeridad expansionista", la idea de que, en vez de aumentar el
gasto del Gobierno para luchar contra las recesiones, hay que recortarlo, y que
esto induciría un crecimiento económico más rápido. "Los que sostienen que
ocuparse de nuestro déficit y fomentar el crecimiento son de alguna manera
alternativas se equivocan", declaraba David Cameron, el primer ministro
británico. "No puedes aplazar lo primero para impulsar lo segundo".
¿Cómo podía prosperar la economía cuando el desempleo ya era
elevado y las políticas del Gobierno estaban reduciendo directamente el empleo
más todavía? ¡La confianza! "Creo firmemente", manifestaba
Jean-Claude Trichet -que por aquel entonces era el presidente del Banco Central
Europeo y un firme partidario de la doctrina de la austeridad expansionista-
"que, en la coyuntura actual, las políticas que impulsen la confianza acelerarán
la recuperación económica en vez de obstaculizarla, porque la confianza es el
factor clave hoy en día".
Semejantes invocaciones al hada de la confianza nunca fueron
plausibles; los investigadores del Fondo Monetario Internacional y de otras
instituciones desacreditaron rápidamente la supuesta prueba de que los recortes
en el gasto crean empleo. Sin embargo, la gente influyente a ambos lados del
Atlántico colmó de elogios a los profetas de la austeridad, y a Cameron en
especial, porque la doctrina de la austeridad expansionista encajaba con sus
programas ideológicos.
Por tanto, en octubre de 2010, David Broder, quien
prácticamente encarnaba la opinión común, alabó a Cameron por su audacia, y en
concreto por "no hacer caso de las advertencias de los economistas de que
una medicina repentina y fuerte podría frenar en seco la recuperación económica
y volver a sumir al país en la recesión". Más tarde, instó al presidente
Barack Obama a "hacer una cameronada" y llevar a cabo "una
reducción drástica del Estado de bienestar ya mismo".
Sin embargo, por extraño que parezca, esas advertencias de
los economistas resultaron ser totalmente acertadas. Y tenemos bastante suerte
de que Obama no hiciera, de hecho, una cameronada.
Lo que no quiere decir que todo vaya bien en la política
estadounidense. Es cierto que el Gobierno ha evitado una austeridad total, pero
los gobiernos estatales y locales, que deben tener unos presupuestos más o
menos equilibrados, han recortado el gasto y el empleo a medida que se acababa
la ayuda federal, y eso ha sido un lastre importante para el conjunto de la
economía. Sin esos recortes del gasto, ya podríamos haber estado en la senda
del crecimiento autosostenible; tal y como están las cosas, la recuperación
pende de un hilo.
Y puede que el continente europeo, donde las políticas de
austeridad están teniendo el mismo efecto que en Reino Unido y donde muchos
indicios apuntan a una recesión este año, nos lleve por mal camino.
Lo más exasperante de esta tragedia es que era totalmente
innecesaria. Hace un siglo, cualquier economista -o, de hecho, cualquier
estudiante universitario que hubiese leído el libro de texto Economía, de Paul
Samuelson- les podría haber dicho que la austeridad frente a una depresión era
una idea muy mala. Pero los que elaboran las políticas, los expertos y, siento
decirlo, muchos economistas decidieron, en gran parte por razones políticas,
olvidar lo que solían saber. Y millones de trabajadores están pagando el precio
de su amnesia deliberada.
(¨) Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio
Nobel de 2008. © 2012 New York Times News Service. Traducción de News Clips.
http://www.elpais.com/articulo/economia/desastre/austeridad/elpepieco/20120131elpepieco_7/Tes
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