lunes, febrero 13, 2012

Leonard Cohen: La voz que ha logrado detener el tiempo_ Escribe: Raúl Cachay A / Blog La Poptelera / El Comercio


  

77 años, es poeta y cantautor, muchos lo sienten pesimista, pero yo diría que profundo…como que llegó a ser ordenado como monje budista, luego de años de meditación y aislamiento. 

Sigue cantando con nuevo vigor y acaba de lanzar su nuevo disco “Old Ideas”…¿dónde esta la juventud si no es con el canadiense eterno, Leonard Cohen? (Jesús Hubert)


"Darkness" - Leonard Cohen (Old Ideas) 


« Dance Me To The End Of Love »  Leonard Cohen 



¡Aleluya, Leonard Cohen!



Existen artistas que por alguna esotérica razón no dejan de arruinarse con el paso de los años. Repiten las mismas, gastadas fórmulas; tratan sin éxito de sintonizar con las nuevas corrientes; se desorientan buscando apelar a una juventud de la que cada vez quedan menos huellas... No quisiera mencionar ningún ejemplo, pero son muchos. A Leonard Cohen, el más esotérico e indefinible de todos los cantautores que se han ganado a pulso el estatus de 'leyenda', le ha ocurrido algo muy diferente. Y asombroso: la vejez le ha brindado una renovada lucidez, aunque en realidad esa es una afirmación algo engañosa, porque el hombre empezó algo tarde en este negocio. Cohen editó su primer disco, el legendario "The Songs of Leonard Cohen", cuando tenía 34 años. Para entonces, el equipaje de una vida curtida en los placeres del ocio y la contemplación ya había nutrido una obra literaria para nada desdeñable --dos novelas y cuatro poemarios, casi todos de gran aceptación entre la crítica--, por lo que Cohen nunca fue un advenedizo: llegó a la música grande y maduro, armado de un riguroso perfeccionismo, una mirada siempre sarcástica a su entorno y una voz tan imperfecta como insondable. Cohen se ha hecho viejo y hoy, si las abordamos en perspectiva, hasta las decisiones más cuestionables de su carrera resultan extrañamente fascinantes: en su instante de mayor autoindulgencia se asoció con el orate de Phil Spector para grabar, pistola en nuca, el álbum más excesivo y estrambótico de su carrera, "Death of a Ladies Man". Entonces, 1977, el disco fue masacrado por la crítica y fracasó rotundamente en las taquillas. Hoy es considerado un (excesivo) clásico de culto. 

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Lo mismo ocurrió cuando pegó un inesperado golpe de timón estilístico a fines de los 80 y en los fantásticos "I´m Your Man" y "The Future" abrazó, con la convicción de un jovencito, nuevas texturas sonoras que le brindaron un horizonte distinto de posibilidades: lo que en otros artistas míticos, pero algo más jóvenes que él, como Lou Reed y Neil Young, había redundado en algo parecido al desastre (sintetizadores, coros de R&B...), en Leonard Cohen funcionó de una manera extraña y misteriosa. Toda una generación de músicos y fanáticos lo erigieron entonces como una especie de ‘sensei’ poético y musical, pero una nueva crisis lo obligó a refugiarse en un monasterio bajo la supervisión de un maestro japonés al que Cohen afectuosamente llama ´Roshi´ (y que a los 104 años sigue siendo su confidente). Este retiro espiritual, que empezó a mediados de los 90 y que incluso lo llevó a ordenarse monje budista con el nombre de Jikan ('El Silencioso'), lo mantuvo alejado de los escenarios y los estudios de grabación por unos siete años, hasta el lanzamiento de "Ten New Songs" en el 2001. Cuando parecía decidido a emprender un nuevo retiro, quizás definitivo, una muy publicitada estafa de su manager, que robó varios millones de dólares de sus cuentas personales y las regalías de sus discos, lo forzó a volver a la vida pública. Lo que nadie pudo anticipar en ese momento, cuatro años atrás, es que Leonard Cohen protagonizaría un regreso tan entrañable como el que lo condujo a realizar una gira mundial que, permítanme contrabandear un recuerdo personal, tuve la buena fortuna de apreciar en vivo en su pascana en el festival de Benicássim, en España. En aquel recital inolvidable del 20 de julio del 2008, una fecha que recordaré toda mi vida, Cohen cantó como si hubiera sido poseído por un fantasma (¿o un ángel?) dulce, sonriente y agradecido, como puede apreciarse también en el imprescindible DVD "Live In London", grabado apenas unos días antes Cohen, el más singular de todos los ´beautiful losers´ que han poblado las nubes más altas de la cultura popular, es un caso extrañísimo y ejemplar, un artista que se ha mantenido relevante haciendo eso que parece tan fácil pero que pocos se animan a practicar: desde su pequeño pero significativo rincón en el mundo, Cohen se ha dedicado SIEMPRE a hacer lo suyo, a perseguir los caprichos de su obsesiva y perfeccionista musa para tratar de lamer la más sublime de las imperfecciones en cada uno de sus discos y sus libros. Por eso, el hecho de que saque una nueva colección de canciones originales, el doceavo álbum en estudio de su carrera, a los 77 años, debe ser entendido por todos los que amamos la música y la poesía como un verdadero acontecimiento.


"Old Ideas", digámoslo de frente, es un nuevo clásico en el catálogo del canadiense. Un disco cuyas canciones recorren territorios ya conocidos del imaginario de Cohen --el amor como mágica y lúbrica fatalidad, la búsqueda siempre infructuosa del equilibrio, las meditaciones pesimistas y sarcásticas sobre el estado de la Humanidad y de sus propias hormonas, la posibilidad redentora y misteriosa de la muerte, el misticismo oriental--, pero que está impregnado de una curiosa y casi cachacienta solemnidad: en "Going Home", la primera canción, Cohen habla de sí mismo en tercera persona, esa cosa insoportable de futbolistas y presidentes, solo para decir que es "un bastardo ocioso / que vive en un traje". Hay que recordar que el discurso confesional a veces lo acorraló hasta forzarlo a la indiscreción, como cuando admitió en una entrevista que la mujer que le da a una mamada en una cama destendida mientras una limosina la espera en la calle en "Chelsea Hotel No. 2" fue, como todos sospechaban, Janis Joplin. Pero ese fue el mito del Cohen ‘ladie's man’ (que a decir de muchos entendidos tiene serios correlatos con la realidad), que en "Old Ideas" se transforma en un hombre consciente de sus limitaciones como septuagenario todavía lúcido y ocasionalmente arriola: "Tú quieres que cambie la manera en que hago el amor / Yo quiero dejarlo tranquilo (yo quiero dejarlo...)", canta en "Different Sides", destilando toda la humanidad y la modestia de un hombre que, como le dijo recientemente a su biógrafa Sylvie Simmons, considera que todo lo que hizo en su vida tuvo un objetivo único: "Estuve tratando de derrotar al diablo".

Y luego está LA VOZ de Cohen, un lóbrego portento de la naturaleza que ha envejecido con elegancia y contundencia, que en algunos cortes del disco se aproxima al registro áspero y carnavalesco de Tom Waits y en otros, la mayoría, parece surgir como un susurro cósmico desde una dimensión paralela. Es una voz que transmite sabiduría, humildad y experiencia, incluso para quienes no necesariamente están en condiciones de entender del todo las letras en inglés.



"Old Ideas" nos ha traído de vuelta a un Leonard Cohen legítimo: viejo, zorro, iluminado y contradictorio, un hombre a quien tenemos que escuchar con la misma devoción y desconfianza con las que deberíamos seguir siempre a los poetas que parecen guiados por una musa sobrenatural. Devoción, porque Cohen siempre tiene algo significativo que decir, porque sus canciones nunca dejan de ser honestas y convincentes, porque cada nuevo disco suyo debe ser recibido como un evento irrepetible. Y desconfianza, porque no existe nada sobrenatural en el talento de Leonard Cohen: cada verso es reescrito obsesivamente durante semanas e incluso meses (la leyenda indica que tardó dos años en escribir "Hallelujah"), cada idea, cada concepto es examinado de manera compulsiva hasta que adquiere la forma de la canción o el poema que es capaz de encerrar el timo perfecto, es decir, largas jornadas de labor compulsiva y extenuante disfrazadas de diáfana simplicidad.


Leonard Cohen ha vuelto, entonces. Una vez más. Aleluya.

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