lunes, junio 11, 2012

Educación: Mercantilizando el lenguaje, para comprar conciencias _ Escribe: Eduardo González Viaña.



El lenguaje coloquial no es neutro. Revela la procedencia, el entorno social, el nivel educativo y cultural de una persona. Pero con la globalización, el lenguaje se va uniformando, en términos y giros. Y ese proceso no es inocente, ni inocuo.

Mientras sus grandes corporaciones se van apropiando de campos, mares y ríos, el lenguaje del capital va convirtiendo en mercancía cualquier actividad humana y reduciendo las relaciones entre personas a un intercambio comercial, intereses más, intereses menos. Y la educación no escapa a ello. Sobre esta nueva realidad, nos habla el brillante periodista Eduardo Gonzales Viaña.(Jesús Hubert)
          
                                               
La educación y el canibalismo

Acabo de hacer una estadística de mis actividades empresariales durante las dos últimas décadas. Según mis cálculos, he concedido 40 mil 500 créditos en ese período a unos 6 mil clientes que los solicitaron en las empresas donde he trabajado en Berkeley y Oregón, en los Estados Unidos.

No soy un banquero ni presto servicios en alguna entidad crediticia. Tampoco vendo casas, zapatos, software, acciones en la bolsa ni hamburguesas. Los créditos a los que aludo los he concedido en mi condición de catedrático en las universidades arriba mencionadas.

“Crédito” es la palabra con la que ahora se debe llamar a los que antes eran notas o grados. Diseñado en Norteamérica y metido por la puerta falsa de la imitación en nuestros centros académicos, ese vocablo equipara en el maestro la noble función de transmitir la sabiduría con los meneos y regateos de un traficante de bienes y servicios. En el otro lado, el estudiante deja de ser un desinteresado buscador de la verdad para convertirse en un desconfiado “cliente” y en un ávido y roñoso acumulador de créditos.

Se trata, por supuesto, de un típico producto lingüístico norteamericano. La ingenuidad “americana” y el afán por ser exactos y por cuantificar en dólares cualquier acontecimiento de la vida humana han producido confusiones tan aberrantes como ésta y brutales reducciones del mundo físico como aquella proclama de que “time is money”. Por desgracia, el vocablo ya se metió en todo el mundo.

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Pero hay más. La era de la globalización y la supuesta victoria del mercado sobre la filosofía están significando un diluvio de palabras tomadas de ese dominio y aplicadas a campos -concretamente, el de la educación- que ni remotamente les corresponden.

En décadas pasadas, expresiones como “aperturar” en vez de abrir y “al interior” por no decir “dentro” o “en el interior” eran solamente muestras de cursilería honesta. En nuestro tiempo, las palabras traídas del mercado no son una sólo una tontería sino el anuncio tétrico de un futuro regido por la economía en el que la existencia del hombre, controlada y aritmetizada, se halle al servicio de un nuevo totalitarismo.

Al lado de los “créditos” se encuentran ya en el léxico de nuestra educación vocablos como empresa, cliente, marketing, reingeniería y productividad. Aparte de pronunciarlas para ganar estatus o prestigio, los nuevos teóricos de la educación deberían mostrar al público el real contenido de ese “producto-palabra” que tan empeñados están en vender.
Una universidad o un hospital no son “empresas” como sí lo es, por ejemplo, la industria del calzado. Una fábrica de zapatos es creada para buscar un normal beneficio económico y no, precisamente, para beneficiar a las plantas de los pies de los seres humanos.

Por supuesto, los aplicados discípulos de Adam Smith pueden probar que la búsqueda individual del beneficio supondrá indirectamente un mayor bienestar colectivo y, por lo tanto, la nueva fábrica de zapatos será recibida con un suspiro de alivio por las plantas de los pies. Sin embargo, la primera meta de un hospital o de una universidad no es esa, y no debería serlo.

Aunque los teólogos de la libre empresa y los charlatanes de la “excelencia” lo hagan, no hay que confundir el momento económico presente en toda actividad humana con una empresarialización universal.

Pensar en el estudiante como un “cliente” implica asumir que el cliente siempre tiene la razón, y si mi alumno me dice que Caracas, Lima, Quito, Río de Janeiro y Buenos Aires son ciudades de México, tendría yo que responderle: “Digamos que tiene usted razón, pero mejor pasemos a otro punto”.

Hasta hace poco un estudiante era evaluado en base a lo que demostraba saber de una determinada disciplina y en base a la inteligencia y capacidad crítica con la que demostraba saber interpretar y reelaborar dichas nociones.
Ahora, en cambio, más que esas destrezas, importa la cuantificación de los créditos que directamente se refieren a la cantidad de dólares que el alumno supuestamente “invirtió” en nuestras universidades.

Los créditos fueron el primer paso de un camino que conduciría a que el mercado se apoderara de la educación. LA universidad estatal comenzó a ser desprestigiada y abandonada a su suerte, mientras que la privada es hoy más cara y excluyente. Eso ocurrió en todo el mundo. En el Perú, el nuevo sentido de la educación quedó consagrado por el Acta que sustituye a la Constitución del Estado.

Lo que hay detrás de todas estas nuevas palabras no es un contenido más sublime ni más eficaz sino el decidido intento de capturar la educación y transformarla en instrumento de un capitalismo cada vez más salvaje y carnicero.

La educación neoliberal está provista de un despiadado mecanismo selectivo -la universidad- que privará de ingreso a los menos pudientes y dejará en el basurero cualquier tipo de solidaridad con los más pobres y desafortunados. Una aritmetización de la existencia. Un desatado canibalismo. Una nueva forma de vivir en el planeta Tierra. (Fuente: elcorreodesalem)



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