domingo, enero 15, 2017

Sin otra alternativa: Fascismo o revolución anti-capitalista_ Escriben: Olivia Carvallar y Thilo Schäfer (Revista La Marea) (España)






El triunfo de Trump ha dejado descolocada a la totalidad de la izquierda mundial. 

Acostumbrada, como está, a sacralizar la opinión popular no se ha dado cuenta de que las masas son más pragmáticas que revolucionarias. Y que sobrevivir en las mejores condiciones posibles es lo que mueve sus decisiones.

Especialmente si las izquierdas han entrado al juego político del establishment, dejándose seducir por la posibilidad de llegar al gobierno para seguir administrando el sistema, con un rostro más amable, hasta donde les sea posible, o se lo permitan.


El avance del neo-fascismo a través de Trump, en USA, Rajoy, en España o Nigel Farage, en el Reino Unido, con diferentes matices, representa la carta de la derecha mundial para captar el descontento de la población con las formas y consecuencias del capitalismo extremo, representado por el neo-liberalismo, el cual cada día guarda menos las apariencias democráticas para rapiñar, sin escrúpulo alguno, la riqueza mundial, aun a costa de la catástrofe ecológica por la que nos deslizamos, acelerada e imparáblemente. 


La derecha está en lo suyo, haciendo su juego, el problema es que las izquierdas han abandonado las banderas de la revolución, del cambio del sistema, de la transformación y superación del sistema económico capitalista. Ha abandonado la idea de una sociedad realmente nueva que termine con el capitalismo.


Es tiempo de pensar y hablar claro: la única posibilidad de salvar a la tierra del apocalipsis es una revolución anticapitalista. 


Ya que los que hasta ahora deciden como se extrae la riqueza de la naturaleza, lo que se produce y cómo, no son los gobiernos nacionales, son los dueños del capital internacional, ellos son los verdaderos responsables de la destrucción de la tierra. 


Ellos y el falso proyecto revolucionario de China, que se ha convertido en un grosero capitalismo de estado, totalmente encadenado al engranaje de la producción capitalista mundial.

Qué sector de nuestras sociedades serán el nuevo sujeto colectivo de una revolución, dependerá del análisis concreto en cada país. 

Hay que dejar los esquemas y las teorías anquilosadas. Hay que saber identificar las contradicciones entre los pequeños capitalistas nacionales que han surgido desde abajo y representan la avanzada de nuestras sociedades de supervivencia, donde el auto-empleo es el denominador común. 

Esos muy pequeños empresarios y algunos medianos capitalistas, están totalmente arrinconados por el capital financiero y subordinados a los intereses de las transnacionales y sufren las decisiones que toman los políticos locales, al servicio de ese capital internacional. 

El caos y la inconsistencia de nuestras llamadas clases dirigentes, en realidad son solo la expresión de su pérdida de autonomía y su cortesana servidumbre al capital internacional. Esos políticos manejan el gobierno, pero no el poder. El poder transnacional los controla. Y es esa clase política, que ha perdido legitimidad y autentica representación de la sociedad, la que debe ser reemplazada por quienes representan a los emprendedores, verdadero motor y sostén de nuestras sociedades.


Lo que está ocurriendo en el mundo, en Estados Unidos y Europa también, nos afecta y afectará aun más y por ello es urgente definir lo que queremos para nuestros pueblos:

Con esa perspectiva, leamos con atención el interesante análisis de la revista La Marea, gestionada en España por un grupo de cooperativistas de la comunicación, que pueden así tener la independencia para pensar y hablar sin cortapisas frente al poder mundial. (Jesús Hubert)

LA RABIA QUE SE LE ESCAPA A LA IZQUIERDA

El triunfo de Trump ha mostrado de nuevo que la extrema derecha sabe capitalizar mejor la frustración de la gente con el sistema económico y político actual. 


Por Olivia Carvallar y Thilo Schäfer, Revista La Marea

Fueron muy pocos los que se aventuraron a pronos-ticar que ganaría. Aquella noche, 8 de noviembre de 2016, Estados Unidos se fue a dormir sin sueño y, con varias horas de adelanto, Europa se despertó en mitad de la pesadilla. Donald Trump, al que tanto el establishment republicano como el demócrata y los creadores de opinión habían despreciado, se había hecho real. Había ganado. Los líderes ultraderechistas repartidos por el mundo se lanzaron a mandar felicitaciones a modo casi de autoagasajos, comenzaron a sucederse protestas en las principales ciudades norteamericanas, los tertulianos no terminaban de entender por qué sus sesudos análisis habían fallado. "Pues ha salido porque lo han votado. Eso es como aquí, que parece que ahora nadie ha votado a Rajoy", se escuchaba, entre desayuno y desayuno, en un bar del centro de Sevilla.

¿Qué ha ocurrido? ¿Qué está ocurriendo? ¿Qué ocurrirá? EEUU aún no ha salido del shock –el mismo Trump vive bunkerizado en su torre de la Quinta Avenida en Nueva York– y Europa anda descolocada entre los que se miran en el espejo al otro lado del Atlántico y se reconocen –los líderes de ultraderecha– y los que han descubierto un monstruo que, estando en su propia casa, no veían. "Cuando no hay horizonte para ti ni tus hijos, cuando la estructura industrial y productiva está deslocalizada, la gente tiene miedo y busca seguridad. Alguien que hable claro, aunque mienta, que señale culpables fáciles, que proponga recuperar el ámbito de actuación nacional frente a estos poderes difusos y que tenga conexión con su pueblo y atractivo mediático. Los grandes medios señalan el malestar y la precarización como si fuera un fenómeno atmosférico y no parte de las políticas que ellos mismos apoyan y promueven", analiza el eurodiputado de Izquierda Unida Javier Couso. 

El éxito de Trump en EEUU no es una victoria aislada de un multimillonario excéntrico, misógino, xenófobo y homófobo que empodera a los misóginos, xenófobos y homófobos; la victoria de Trump en EEUU, según los dirigentes y analistas consultados para este dossier, es el fracaso de las políticas neoliberales, de la hiperglobalización, del miedo al otro, que ha conllevado un debilitamiento de las democracias y ha generado una respuesta insuficiente de una izquierda desorganizada, desunida, desconectada de la gente a la que dice representar y desconcertada, a su vez, ante el crecimiento de un neofascismo que lleva años fermentando en Europa: desde la irrupción de Jörg Haider en Austria hace casi dos décadas, hasta el italiano Silvio Berlusconi o los actuales gobiernos de Andrzej Duda en Polonia y Víktor Orbán en Hun-gría, que han comenzado un curso de regresión de derechos civiles y han cerrado las fronteras a cal y canto.

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 "Después de analizar el comportamiento de algunos gobiernos europeos con los refugiados, sólo una pregunta: ¿estamos tan lejos del fascismo?", se cuestionaba en enero el referente de la izquierda José Chamizo. Entonces nadie daba un duro por Trump, ni siquiera en las primarias de su partido. "El fascismo va a ser una realidad en Europa entera en menos de cinco años. Y es un fascismo complicado porque es mucho más sutil. No tiene una cara tan próxima o no se le ve venir tanto como al otro", cuenta ahora Chamizo –en muchos sectores, incluso, se llega a confundir con populismos "de derechas y de izquierdas"–. Con las diferencias propias de cada país –no es lo mismo EEUU que Francia o Italia–, es lo que el Nobel portugués José Saramago llamó "fascismo de corbata de Armani" y contra el que ya en 1999, en un acto con Julio Anguita en Cáceres, propuso la conciencia como alternativa.


El contagio en Europa 


En Francia, la saga Le Pen tampoco es nueva y el contagio a otros puntos del viejo continente –también descolocado por el triunfo de Nigel Farage y su Brexit– está a punto de producirse. El primer test serán las elecciones presidenciales en Austria el 4 de diciembre. Norbert Hofer, del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) del fallecido Haider, podría convertirse en el primer presidente de ultraderecha desde la Segunda Guerra Mundial. Las elecciones a la presidencia, un cargo sin apenas poder ejecutivo, serán repetidas tras las irregularidades de los comicios del pasado mayo, cuando Hofer perdió por los pelos contra el candidato de Los Verdes, Alexander Van der Bellen. 

La siguiente parada será Holanda, en marzo. El xenófobo Geert Wilders, cuya formación también se llama Partido de la Libertad (PVV), espera dar la sorpresa al estilo Trump. "Lo que ocurrió en EEUU puede pasar también en Europa y en los Países Bajos ́", dijo este dirigente que pretende cerrar todas las mezquitas en su país. A diferencia de otros políticos de ultraderecha como Trump, Wilders no apuesta por la homofobia y el machismo. Todo lo contrario. Dice defender los derechos de las mujeres y los homosexuales para justificar su guerra abierta contra un Islam que, para él, más que una religión es una ideología retrógrada que niega estos derechos. 

En Francia, el auge del Frente Nacional también debe mucho a la islamofobia potenciada por los últimos atentados terroristas. El presidente socialista François Hollande, de capa caída, y su primer ministro, Manuel Valls, intentan contener al Frente Nacional de Marine Le Pen con un discurso cada vez más duro. Hollande intentó quitar la nacionalidad francesa a los condenados por terrorismo y ha anunciado que el Estado de excepción se prolongará por lo menos hasta las elecciones de mayo. Hoy por hoy parece muy probable que Le Pen, la primera de los líderes ultraderechistas que felicitó a Trump vía Twitter, llegue por lo menos a la segunda vuelta, como ya ocurrió en 2002 con su padre frente a Chirac.


Finalmente, en septiembre los alemanes votarán un nuevo parlamento. Los democristianos (CDU/CSU) de la canciller Angela Merkel y su socio en la gran coalición, el Partido Socialdemócrata (SPD), se ven amenazados por el ascenso imparable de Alternativa para Alemania (AfD). Allí el tema sensible –y clave– es la llegada de refugiados, la mayoría gente que huye de las guerras. Merkel es muy cuestionada, también en su formación, por la política de puertas abiertas, mientras AfD ha logrado grandes éxitos en varias elecciones regionales este año con un discurso xenófobo.

 "Los demonios de la ultraderecha son otros humanos identificables por sus diferencias: los inmigrantes, los musulmanes en un caso, los judíos en otro, o cualquier persona de religión identificada como suprimible: las mujeres empoderadas (esas brujas feminazis), el colectivo LGTBI (esos maricones, travestis, pervertidos que corrompen a nuestros niños), los terroristas de los refugiados, en especial los moros de mierda que huyen de la guerra... todos ellos y ellas, sin excepción, son el problema", denuncia Zaida Cantera, una de las diputadas del PSOE que votó no a Rajoy. En España, el Gobierno tarda en acoger a refugiados, pone concertinas en las vallas y mantiene los CIE, pero la ultraderecha, según coinciden la mayoría de analistas y políticos, no ha conseguido arrastrar masas mediante una marca propia –como han intentado Vox o Plataforma per Catalunya–, sobre todo porque está dentro del PP. Un ejemplo: el hoy coordinador general del PP catalán, Xavier García Albiol, ha llenado los periódicos –y vallas institucionales– de frases xenófobas. 

No obstante, el secretario de Política de Podemos, Íñigo Errejón, matiza esta opinión: "Yo creo que en el PP lo que está no es un fascismo en un sentido antioligárquico, anti-élites; lo que hay es el franquismo sociológico". Y coincide con el líder de IU, Alberto Garzón, en otro factor que puede haber frenado, de momento, el fascismo en España: el 15-M. El movimiento de los indignados es, a su vez, el ejemplo de la necesidad que tiene la gente de sentirse representada en un contexto donde la institucionalización de partidos tradicionalmente de izquierda y su acercamiento a las élites económicas y financieras han hecho perder cualquier conexión con los problemas de la calle. 

"La frustración que todo esto está generando en las personas que se identificaban con esa pretendida izquierda amable, sumada a la estigmatización de la izquierda más radical por parte del discurso dominante (del que forma parte el propio PSOE) deja a muchas personas huérfanas políticamente y con prejuicios acumulados hacia alternativas de izquierda que las convierten en un caldo de cultivo ideal para que proliferen este tipo de fenómenos políticos fascistoides", opina Sol Sánchez, la diputada de IU que logró escaño el 20-D y lo perdió el 26-J 

La catedrática de Historia e Instituciones Económicas Lina Gálvez apunta también a ello: "La izquierda se ha separado de sus bases sociales o, más bien, de las necesidades y la defensa de esas personas. Por no hablar de la indefinición de la izquierda entre los derechos y bienestar asociados al Estado-nación y el universalismo que realmente debería promover una auténtica propuesta progresista, llámese de izquierdas o no".  Y por no hablar –añade– del devenir de los sindicatos, que pasaron de "concentrarse en la protección de los trabajadores que estaban ocupados, en los sectores públicos o más fordistas, alejándose de discursos políticos más transformadores, a entrar y beneficiarse del reparto de tarjetas black y créditos baratos con los que se compraban las voluntades en las cajas de ahorro". Los analistas también responsabilizan al papel jugado por la socialdemocracia y la llamada tercera vía, cuyo error de fondo ha sido intentar compaginar una agenda política progresista en lo social con una agenda neoliberal en lo económico. Para el diputado socialista Eduardo Madina, el mayor problema de la socialdemocracia es que no sabe interpretar quiénes son las fuerzas productivas a las que debe referirse. 


Propuestas de la izquierda


Entre los retos más importantes a los que se enfrenta en este momento la izquierda como alternativa a los neofascismos, destacan dos. Primero, pasar del modelo discursivo a la acción, como ha hecho la ultraderecha –el caso de Amanecer Dorado en Grecia–, que se ha ofrecido a las personas desamparadas por el Estado. "Hay que compensar a los perdedores con políticas públicas ambiciosas que saquen a ese tercio de la sociedad abandonado. Si son ellos los que votan extrema derecha, volverán. Si no, serán activados para que no ganen los neofascistas que ya votan", propone el politólogo Pablo Simón, quien cree que estas políticas deben ir acompañadas de una campaña masiva de propaganda y lucha mediática: "Avergonzar al voto xenófobo, olvidarse de datos y presentar historias humanas con la inmigración, normalizar la diversidad en todos los frentes, etcétera". 

Y, en segundo lugar, un reto imprescindible para poder lograr el primero: superar la histórica división y fractura para comenzar a actuar, como explica la catedrática Gálvez: "El establishment y el propio Partido Demócrata se movilizaron para que no saliera elegido Bernie Sanders, y lo consiguieron. En Gran Bretaña, las bases laboristas han elegido a Jeremy Corbyn, pero su propio partido no deja de ponerle palos en las ruedas para que no se aleje de la tercera vía iniciada por Blair y Brown. En Francia, el socialismo camina a pasos agigantados hacia la tercera vía, como en Italia. Y aquí en España se ha impedido una coalición de izquierdas porque en mi opinión nadie la ha querido: ni una parte importante del PSOE, que sin duda tiene demasiadas ataduras y deudas con el establishment, ni una parte importante de Podemos, que ha puesto por delante su consolidación como partido frente a lo que podríamos considerar el bien común del país". 

Chamizo, ex defensor del pueblo andaluz, incide en esa idea: "Sin unidad no hacemos nada, no digo unidad ideológica absoluta, pero en unos puntos básicos sí. Estamos asistiendo a una pelea permanente. Hay cinco de izquierdas y tres están contra dos. O uno contra cuatro, en fin. Eso no puede ser. Por supuesto que el debate siempre tiene que existir, pero debe ser sensato y sereno". 

Hablar claro, modernizar las estructuras y tomar medidas que beneficien claramente a los más desfavorecidos son las propuestas fundamentales que emanan desde los distintos sectores progresistas. "La izquierda debe enfrentar los debates, incluso los que le son más difíciles, como la cuestión migratoria o la europea. Debe partir de lo que le da sentido común: el rechazo a las políticas de austeridad, una verdadera repartición de las riquezas, más equitativa, el sentido de solidaridad, el respeto por los demás... Construir un nuevo proyecto político, una nueva vía", afirma la francesa Marie-Christine Vergiat, eurodiputada del Front de Gauche.

El diputado socialista Ignacio Urquizu aboga por abrir un debate público de más calidad que no simplifique ni los problemas ni las posibles soluciones: "Es decir, no sólo hay que decir la verdad a la gente, que es que el mundo ha cambiado, sino que además hay que decirlo con argumentos poderosos", añade. "Decir que los programas económicos de la izquierda son utópicos es una soberana estupidez. Cuando se explican con los datos en la mano, ya lo creo que son creíbles", concluye Sol Sánchez, de Unidos Podemos: "Quien es capaz de explicar el mundo, es además capaz de cambiarlo". En España, mientras dure el Gobierno en minoría del PP, las izquierdas ahora tienen algo de tiempo para ajustar discurso y acción, y convencer a la mayoría de sus recetas. Pero en Austria, Holanda, Francia y Alemania el monstruo venenoso de los neofascismos ya se asoma por la puerta.


En España, mientras dure el Gobierno en minoría del PP, las izquierdas ahora tienen algo de tiempo para ajustar dis-curso y acción, y convencer a la mayoría de sus recetas. Pero en Austria, Holanda, Francia y Alemania el monstruo vene-noso de los neofascismos ya se asoma por la puerta. 

Con información de Magda Bandera, Antonio Maestre y José Bautista. Todas las entrevistas que se incluyen en este dossier se publicarán ampliadas en las próximas semanas en la web lamarea.com

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