La Internet
va dejando de ser un espacio de encuentro e intercambio recreativo de charlas y
contenidos de manera tranquila y apacible, para convertirse también,
lamentablemente, en un espacio de confrontación y de guerra donde el poder
mundial intenta recuperar, establecer y/o afianzar sus medios de control y
censura.
Y ante este panorama los internautas no debemos ser
ingenuos. Las medidas y leyes coercitivas en defensa del copyright son tan solo
un pretexto funcional al poder mundial para establecer mecanismos que bloqueen
el libre flujo de información y conocimiento que estaba minando la verdad
oficial y dando lugar al crecimiento de una conciencia mundial acerca de las
causas y los responsables de la crisis económica y social, común a todos los
pueblos.
En Noviembre del 2011, se realizó en Cuba un taller
internacional sobre “Los medios alternativos y las redes sociales, nuevos
escenarios de la comunicación política en el ámbito digital”(29-30 de
Noviembre, 2011). En ese importante evento, la editora de la revista CUBA
DEBATE, Rosa Miriam Elizalde, presentó una visión muy amplia y detallada de cómo
la cyber guerra emprendida por el poder mundial afecta a todos los internautas
y las acciones urgentes que debemos emprender para preservar las conquistas
democráticas que la humanidad ha logrado con el Internet. No dejen de leer este
valioso documento que compartimos con ustedes. (Jesús Hubert)
30 NOVIEMBRE 2011
En la tarde de este 29 de noviembre, el taller “Los medios
alternativos y las redes sociales, nuevos escenarios de la comunicación
política en el ámbito digital”, que sesiona en la capital cubana, acogió
el panel “Ciberguerra: principales manifestaciones y ejemplos de agresión” que
tuvo como ponentes a Rosa Miriam Elizalde (editora de Cubadebate), y José
Manzaneda (coordinador de Cubainformación) y fue moderado
por el editor de La pupila insomne, Iroel Sánchez. Previo
al panel, Ysmel Serrano, jefe de la sala situacional @chavezcandanga había
realizado una documentada exposición sobre la experiencia de trabajo en la red
social Twitter del presidente venezolano Hugo Chávez.
A continuación las palabras de la editora de Cubadebate:
I
La palabra ha terminado siendo un comodín que sirve para
todo, incluso para distraernos entre fuegos fatuos, o peor, paralizarnos. Pero
“ciberguerra” no es cualquier cosa, sino una guerra en el más clásico sentido
de la palabra, en la que intervienen Estados, ejércitos y servicios secretos en
una nueva ecología, la de las redes digitales, que mediatiza los conflictos y
ha aportado sus propios instrumentos, pero no ha modificado sustancialmente la
conciencia del hombre. Y nadie duda de que esta guerra real, durísima, mata
cada día a cientos de personas en Afganistán, Iraq, Paquistán, Libia, Yemen, la
frontera mexicana y dondequiera que utilizan los drones, esos robots asesinos
de la CIA
dirigidos por jugadores de nintendo, que se cargan con un clic a seres de carne
y hueso a cientos de kilómetros de los dedos que aprietan el gatillo.
(Para seguir leyendo, presione: Más información)
Sin embargo, los halcones del Pentágono y Hollywood intentan
todos los días alucinarnos con los artefactos de guerra y alimentan la idea de
los peligros y los monstruos cibernéticos que reptan por la red. Para
protegernos de los ciberterroristas siempre tienen a la mano versiones
mejoradas de RoboCop y Terminator, que justifican presupuestos mil millonarios
y generan alarma y competencia en todo el mundo.
El libro más vendido sobre la ciberguerra -Cyber War, de
Richard Clarke- predice un ataque catastrófico contra la “infraestructura
crítica” de Estados Unidos, que no duraría más de 15 minutos. Los virus
informáticos harán caer los sistemas militares, explotarán las refinerías de petróleo
y los oleoductos; colapsarán los sistemas de control del tráfico aéreo; se
descarrilarán los trenes; se mezclarán todos los datos financieros; caerá la
red eléctrica y se descontrolará la órbita de los satélites. Clarke, zar
antiterrorista de Clinton y de Bush, es ahora el consultor principal de una
firma de seguridad informática, contratista del gobierno de EEUU, que como
otras muchas están haciendo su agosto con campañas de miedo que generan un
incremento del gasto estatal en blindaje de redes.
Bajo el paraguas de la ciberguerra se incluyen experiencias
que no tienen que ver necesariamente con agresiones militares y que han
existido siempre, como el espionaje, la delincuencia, la subversión, la
propaganda sucia y el control social. La Internet -columna
vertebral del ciberespacio- es solo una extensión simbólica de la realidad. Por
tanto, ante los hechos que allí se expresan hay que aprender a lidiar primero
con los fenómenos del mundo físico para entender las sombras que este
proyecta, o de lo contrario podríamos terminar creyéndonos que es legítimo
dispararle un misil al ladrón de una caja registradora.
II
No parece desinteresada esta alteración del concepto
“ciberguerra”. Las predicciones apocalípticas en relación con el
ciberterrorismo realizadas por las agencias de seguridad estadounidenses se
inscriben dentro de una campaña que tiene como objetivo limitar la privacidad
de los ciudadanos y ampliar los poderes de esos organismos para espiar e
intervenir las comunicaciones de personas consideradas sospechosas, en
cualquier lugar del planeta.
Estas estrategias nos recuerdan la Guerra de las Galaxias de
Reagan, que desgastó la economía soviética en una competencia tecnológica
irracional con EEUU, disparó la paranoia y alejó a la URSS no solo de las necesidades
de su propia sociedad, sino de los procesos de innovación del mundo. La Guerra de las Galaxias no
llegó a ser nunca militar, porque se concibió como una guerra sicológica,
tecnológica y económica. Y ya sabemos quién ganó este juego.
Por otro lado, la realidad está aportando ahora mismo
evidencias de que los ciberguerreros de Estados Unidos no son invulnerables. A
cada rato vemos en las redes sociales imágenes captadas por los drones, que han
sido interceptadas desde una laptop, y nos llega la noticia de un virus
informático que caotiza los aviones no tripulados, vedette tecnológica de las
guerras de Obama. Peor aún, en el mismo momento en que se anunciaba la entrada
a plena capacidad operativa del Cibercomando de los Estados Unidos, con sus 90 000
efectivos -cifra oficial que ninguna institución independiente ha confirmado-,
Wikileaks filtraba los cables del Pentágono y del Departamento de Estado, una
cascada de documentos confidenciales que apuntaban al corazón de las
operaciones militares y de la política exterior de Estados Unidos.
No estoy minimizando el peligro de los instrumentos
represivos del poder transnacional, que son tan poderosos como reales. Intento
llamar la atención sobre la necesidad de asumir críticamente la revolución
tecnológica que vivimos y las instituciones e instrumentos que van apareciendo
en su entorno, para no perder la oportunidad de comprender mejor la dimensión
social de este proceso y cómo nos afecta, y para asegurarnos de no reforzar las
estructuras de dominación. La información necesaria para poder tomar la
decisión de confiar en alguien o algo, depende de que sepamos qué es lo que
sucede ahí afuera.
El ciberespacio es inevitable y, como han comprendido muy
bien los halcones de la guerra, un territorio ocupado por miles de millones de
personas debe ser controlado y militarizado con suma urgencia, y por eso están
replicando las estructuras del mundo físico en el universo digital. Pero el
deseo no es necesariamente la realidad. El espacio físico compuesto por átomos
y moléculas se puede encerrar en alguna parte -una botella, un planeta, una
galaxia-, pero el espacio virtual de los bits y los bytes es conocimiento,
inteligencia y sentimientos. La única manera de enjaular esos elementos
de la conciencia es despojándola de la ética.
III
Mientras las transnacionales de las telecomunicaciones
aumentan su poderío económico vendiendo todo tipo de artefactos y haciendo
negocios con la ciberseguridad, en la lógica social crece la capacidad de
interacción civil, cierta independencia de los medios tradicionales y un
renovado poder contracultural.
El acceso tiende a resolverse con celulares y computadoras
cada vez más baratos. Hoy la penetración de la Internet y del celular en
África sobrepasa el 2 000 % comparado con los datos de hace una década. El
celular, un artículo de lujo hace poco más de una década, es de uso común, al
punto de que, según datos de la Unión Internacional
de Telecomunicaciones, sólo el 10 por ciento de la población mundial no usa
teléfono móvil
Si ya somos 2 mil 200 millones de personas interconectadas
en el mundo, en menos de cinco años ese número lejos de estancarse habrá
aumentado exponencialmente, incluyendo la producción de servicios y la
interacción de gente que no provendrá precisamente de Europa y América del
Norte, sino de China, India y América Latina, consumidores potenciales de
productos y símbolos de la cultura dominante que a la vez suelen ser
convertidos en instrumentos de rebeldía.
De hecho, países que hace 20 años integraban un bloque
perfectamente definido como Tercer Mundo, hoy tienen más internautas que
América del Norte y Europa, las regiones que marcaron el crecimiento de la Red de Redes en los primeros
10 años del boom de la web. Estados Unidos y Europa, por ejemplo, tienen 721
millones de conectados, mientras China, India y América Latina juntos poseen
792 millones.
Esta interacción social está generando su propio espacio
político. “No es lo mismo el tipo de oposición física que se le
presentaba al capitalismo industrial, que el tipo de oposición intelectual que
se le presenta al capitalismo actual. Antes los obreros se resistían a la
explotación, ahora -sobre todo los jóvenes- se preservan de la alienación”, escribía
recientemente Fernando Peirone, pedagogo e investigador argentino, y
añadía:
Ocupa Wall Street, el 15-M de España y las rebeliones en los países árabes
forman parte de esta lucha, y aunque estos movimientos no logran componer una
alternativa, porque en la actualidad tienen más poder desestabilizador que
instituyente, manifiestan un descontento estructural que más temprano que tarde
habrá de representar una alternativa efectiva.
Cualquier aproximación seria a las estadísticas actuales de penetración de
Internet y telefonía digital, nos lleva a la conclusión de que brecha digital
no es igual a brecha económica. La brecha digital depende del acceso al
capital cultural. Depende del conocimiento y los valores culturales de los
individuos, y si bien la conectividad puede servir para expresar cierto
estándar de vida, no es una variable que obligatoriamente establece niveles de
inclusión, como mismo no define la pertenencia a una determinada clase social
poseer un aparato de radio o de televisión en nuestros días.
IV
A la ciberguerra -en el sentido militar o social del término, si lo
prefieren- solo se le puede oponer la ciberdefensa activa, un concepto que
tenemos que acabar de articular sin retóricas y sin ingenuidades, con la
certeza de que no se podrá superar el modelo imperial en estas nuevas
circunstancias desde la ignorancia o el prejuicio.
Solo el conocimiento nos dará las alternativas y los instrumentos liberadores
en escenarios que hay que estudiar para poder comprenderlos, en los que tenemos
que estar para llegar a saber cómo funcionan y para transformarlos. Es en ese
espacio y no en otro donde debemos elaborar un pensamiento revolucionario que
refuerce los lazos de interacción y colaboración con los que ya están ahí y se
oponen por distintas vías a la locura posmoderna de la conciencia teledirigida
y a la evangelización digital, que pretende hacernos creer que un software es
una red social, que una cosa es un ser humano.
Nuestras luchas necesitan análisis de los muchos factores y dinámicas que
transforman la red permanentemente. Necesitamos identificar con agilidad las
acciones del enemigo, modelar las alternativas y dotar a nuestros movimientos
de un instrumental científico que nos permita pasar a la ofensiva. Ese esfuerzo
tiene también que dar garantías de seguridad a nuestros movimientos en la red y
establecer sinergias con los expertos informáticos, cada vez más criminalizados
y obligados a formar parte del gobierno mundial y de sus sistemas de vigilancia
y control.
Para lograrlo hay que proponérselo de veras, empezando
quizás en este mismo foro por hacernos unas cuantas preguntas:
¿Dónde está nuestro observatorio o red que reúna, comparta y estudie las
experiencias de resistencia en Internet?
¿Por qué todavía no existe un equivalente de TeleSur para la Red de Redes?
¿Que estrategias de visibilidad, cooperación y alianzas existen en nuestros
medios?
¿Sabemos qué hacer en caso de agresión o censura contra un blog, una web o una
cuenta en una red social? ¿Cómo nos defendemos?
¿Por qué el ALBA no se ha propuesto levantar su propio backbone o sistema
troncal de Internet que ofrecería mayor seguridad y privacidad a los países que
lo integran, cada vez más interconectados y dependientes de operadores que
gestionan la conexión y que suelen plegarse a las decisiones imperiales?
¿Tenemos servicios de seguridad informática propios, verdaderamente confiables?
¿Existe conciencia de que la dependencia tecnológica de sistemas propietarios
es una de las mayores vulnerabilidades para los movimientos progresistas? ¿Qué
experiencias podemos compartir al respecto?
¿Dónde está el debate para modificar regulaciones vigentes que extienden
extraterritorialmente las normativas del gobierno y las empresas
norteamericanas?
¿Qué resguardos legales existen para proteger nuestras acciones en la Red?
¿Qué sabemos del empleo de los sistemas criptográficos e incluso de los
elementos básicos de protección de nuestros medios tecnológicos?
¿Y los centros de datos seguros? ¿Destinamos recursos para ello?
De lo que se trata es de poner el concepto de Ciberguerra en su justo lugar, y
a la Ciberdefensa
activa entre nuestras prioridades, metiéndonos de cabeza, responsablemente, en
ese mundo que llegó para quedarse, que no podemos eludir y que en definitiva
cada vez es más nuestro.
Y no olvidemos, por favor, esa certeza que ha movido a los
revolucionarios de todas las épocas y recordaba en un texto memorable José
Saramago:
“Es cierto que existe una terrible desigualdad entre las
fuerzas materiales que proclaman la necesidad de la guerra y las fuerzas
morales que defienden el derecho a la paz, pero también es cierto que, a lo
largo de la Historia,
sólo con la voluntad de los hombres la voluntad de otros hombres ha podido ser
vencida”.
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